Hacia el abismo

Salgo a la calle envuelto en la bandera patria, dispuesto a morir calcinado sobre un asfalto que hierve; todo sea por el deber de informaros, querido/as. La ciudad vive los cuarenta grados, un día sí y otro también, como una plaga bíblica y su único consuelo es ver sonreír en la tele a Zapatero, tan relajado en su veraneo canario: ''si él sonríe es que todo va bien'', me dice un vecino al que luego descubro su oficio de correveidile socialista con derecho a jamón. En el bar de mi esquina opinan de modo diferente: un albañil que hace chapuzas en la planta noble de Génova asegura haber oído que Rajoy tiene pruebas de las escuchas, pues ha visto en Sanxenxo a gente del Psoe con caracolas, pero el quiosquero le responde que las únicas pruebas son las que se muestran; ambos se enzarzan, la discusión se encona y el fantasma de la Guerra Civil sobrevuela unos instantes el local. Menos mal que entra Carla a buscarme y las transparencias de su ropa convierten las airadas voces en deseo; sólo el chapista continúa como ausente, ''es que el día tres se me casa la Cospe por lo civil, Don Arturo, y uno tiene su corazoncito: ¿hay derecho a que una mujer en sazón se ate a un hombre de sesenta y tres años?'' Tranquilo, que por firmar unos papeles no dejará de mirarte. ''Entonces, ¿debo seguir perfumando mi bragueta cuando pase ante Génova?'' Pues claro, y si no sale la Cospe a tu reclamo, saldrá otra...u otro, que los políticos son gente de gustos varios.

Almuerzo con Manolo y Carla en un iglú próximo a la Castellana y encuentro a mi amigo muy alterado: ''he vuelto de Lanzarote porque no resistía más aquellas siestas, con un Presidente que planea excursiones como escolar en vacaciones mientras el país se hunde cada día un poco más''. Siento una mano de Carla sobre mi rodilla derecha, pero procuro seguir la conversación: no sé qué está pasando, amigos, pero es evidente la sensación de que el Gobierno ha perdido el oremus. El esperpento de los cuatrocientos veinte euros para los parados sin cobertura muestra de nuevo la improvisación: ¿quién puede estar en contra de esa medida? Pero del dicho al hecho va un trecho, y ahora resulta que un millón de esos parados no recibirán la tan cantada ayuda porque llevan varios meses desempleados y han podido encontrar trabajo con facilidad; o sea, que son parados porque quieren.

El argumento es socialmente miserable e intelectualmente de risa. ¿Qué ocurrirá en otoño, cuando los efímeros traabajos del plan Zapatero, destrozar aceras para hacerlas de nuevo, se hayan terminado? Nuestro déficit público se acerca al diez por ciento y, como solución a la desesperada, pagaremos mayores impuestos (¿no decía el Presidente que era de izquierdas bajarlos?); tranquilos, sólo subirán para las rentas altas, nos cuentan en plan justiciero. No hagáis caso: que los ricos paguen más significa muy poco en la recaudación; el meollo está en las rentas medias, y a ésas buscarán sacarles la sangre. Es un gesto suicida, claro: el aumento de impuestos retrae el consumo y agudiza la crisis. Lo saben el gobierno alemán, que los rebaja, y el francés, que se ha negado a subirlos. Además, los verdaderos ricos españoles tienen su dinero en sicav que tributan al uno por ciento porque el Gobierno lo ha querido; deberían hacerlo al treinta, pero los inspectores de Hacienda recibieron desde arriba orden de hacer la vista gorda y nuestros magnates siguen pagando al uno. Fijaos qué fácil era subir los impuestos a los ricos. Pero así andamos, de ocurrencia en ocurrencia: ahora buscan cómo ''vendernos'' la supresión del cheque-bebé y de los famosos cuatrocientos euros, y muy pronto nos anunciarán la Ley de Economía Sostenible, término ecológico mas no económico, que nos ofrecerán como una panacea, pero que ni el Presidente sabe en qué consiste; para llevarla pronto al Congreso ha pedido a sus colaboradores ''imaginación'' en las propuestas.

Paso por Antena 3, donde me elogian la miniserie sobre Adolfo Suárez que pronto emitirán. ¿Veremos sus encontronazos con el Rey, las conspiraciones de éste con los militares para echarle de Moncloa? Me responden que Adolfo y el Rey era muy amigos, que no hubo problemas entre ellos. Entonces, les digo, la serie es una basura: miente para favorecer la figura de Juan Carlos, para seguir engañando a la gente con un Camelot que jamás ha existido. ''Nunca se es demasiado mentiroso ni demasiado rico'', ironiza un viejo periodista en el abrevadero nocturno. Él, que sí conoció a Suárez desde Ávila, sonríe al recordar cómo en sus años mozos se arrimó a la Falange y al Opus, cómo el Rey y Fernández Miranda maniobraron para hacerle Presidente del Gobierno y cómo después se enfrentaron a él hasta que la evidencia de un golpe militar le hizo dimitir.

Cuenta Gregorio Morán en su formidable biografía del personaje que, recién fracasado el golpe del 23-F, el Rey recibe a los líderes políticos y que en ese acto está presente Gabeiras, entonces cabeza visible de las Fuerzas Armadas. Adolfo, como Presidente todavía no reemplazado, exige a Gabeiras la detención inmediata de Armada, tan apreciado por Juan Carlos y que tanto había conspirado contra él; Gabeiras, sin saber qué hacer, mira al Rey, pero Adolfo le grita: ''¡No mire al Rey, míreme a mÍ!'' Todo un personaje, sin duda. ¿Qué distancia va de aquél Juan Carlos al actual, cuyas antiguas pasiones parecen haber sido reemplazadas por la caza y por la economía propia, aunque según Vanity Fair haya perdido bastante dinero con Madoff, el estafador que cautivaba a las grandes fortunas ofreciéndoles un diez por ciento líquido? La Historia lo dirá.

Cuando la noche se hace loba recalo con Carla en la terraza de un céntrico hotel, donde alrededor de la piscina se bebe y se palpa mientras algunos cuerpos, vestidos unos y desnudos los más, dan unas brazadas. Dura vida la de un cronista.

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