"He aprendido a escribir en camiseta y vaqueros"

Alan Turing y Martin Amis se cruzan en la vida de las dos mujeres protagonistas de su última novela, 'Septiembre puede esperar', una historia en la que Galicia está muy presente y que dedica a su abuela Nina y sus hermanas, "las capitanas". El jueves la presenta en Pontevedra
La escritora Susana Fortes en una foto promocional
photo_camera La escritora Susana Fortes en una foto promocional

"Muchos pensamientos crudos una mujer se los lleva a la tumba", dice la abuela de la protagonista de la última novela de Susana Fortes (Pontevedra, 1959). La autora vuelve mañana a la ciudad, "a la que voy con mucha frecuencia; los veranos en Lapamán no los perdono", para presentar Septiembre puede esperar, un thriller de intriga que la ha llevado de vuelta a la editorial Planeta, tras publicar su anterior trabajo, El amor no es un verso libre, en Suma de Letras. Miembro de una estirpe pontevedresa profundamente vinculada al mundo de la cultura (su padre es el historiador Xosé Fortes y sus hermanos son el periodista Xabier Fortes y el escritor Alberto Fortes), la escritora publica este año una historia que cruza la vida de dos mujeres: una escritora desaparecida en Londres tras la Segunda Guerra Mundial y una estudiante que, en la actualidad, se interesa por su trabajo. "Esta es una novela de mujeres, está claro".

Alguna vez ha contado que todas sus novelas nacen de una imagen que se cruza en su camino. ¿Cuál ha sido en este caso?

Lo primero que tuve de esta novela y de su protagonista, Emily J. Parker, fueron sus zapatos. Porque a veces no se trata tanto de tener una historia en la cabeza como reconocerla cuando te cruzas con ella. Un día estaba desayunando en la cocina, ojeando una revista de moda y allí me encontré con unos zapatos de tacón sin puntera, que se llevan ahora otra vez, pero que fueron tendencia en los años 40. Eso fue lo primero que tuve de la protagonista. Después fueron apareciendo más cosas: poemas, fotografías... A partir de todo eso fui elaborando el personaje. Pero, en realidad, la novela no la tuve agarrada hasta que di con la voz narrativa de Rebeca Aldán.

"Las mujeres a las que dedico la novela son las que tiran del carro, las que, al llegar a los indios, se apuestan en la ventana con el rifle" 

Ha elegido para protagonizar esta historia dos personajes femeninos fuertes.

Esta es una novela de mujeres protagonistas, está claro. Hay amistad entre mujeres, hay rivalidad entre mujeres, hay mujeres entre la espada y la pared... Más que personajes fuertes, que en algún caso también, son mujeres que se las tienen que apañar. Nadie las va a venir a salvar. Y esta circunstancia de mujeres protagonistas se aprecia desde la dedicatoria del libro, a mi abuela Nina y a sus dos hermanas, Lola y Laura.

"Las capitanas".

Exactamente, las capitanas. Esa dedicatoria responde un poco a ese espíritu de la novela de reivindicación del protagonismo femenino.

"En Galicia, la tierra siempre fue un campo abonado al matriarcado", dice en la novela.

Claro. Son mujeres que tiran del carro. Cuando vienen los indios o los ladrones de ganado, son de las que se apostan en la ventana con el rifle.

A pesar de llevar tantos años fuera de Galicia, en esta novela su presencia es permanente a través de una de las protagonistas, que estudia en Santiago y tiene un novio de Lugo. ¿A la escritora le cuesta desapegarse de su tierra?

Es que quien tiene un novio de Lugo tiene mucho en esta vida (ríe). La presencia de Galicia es muy importante. Es verdad que yo le he prestado a Rebeca muchos detalles de mi vida, de mi educación sentimental y de mis recuerdos. Por supuesto que es difícil desapegarte de la tierra. Más aún cuando vives fuera. Mira, el propio título, Septiembre puede esperar, es un guiño en este sentido. En todas las familias hay frases o imágenes que se acaban convirtiendo en un código. Qué sé yo: "¡Vas a acabar llorando!". Cuando te haces mayor, todo eso te remite, de alguna manera, a un mundo perdido. Rebeca, en este sentido, está en la ‘adolestreinta’. Es un poco Peter Pan y está muy apegada a su infancia.

"El sentido del humor británico me parece que conecta mucho con el gallego, con la retranca y esa media sonrisa permanente"

¿Y usted?

La verdad es que también. ¡Aunque espero haber superado la adolescencia! Pero sí que creo que nuestra educación sentimental y los lazos más fuertes que creamos se establecen en la infancia.

Cuela siempre en sus libros momentos históricos concretos, como el final de la Segunda Guerra Mundial o el Quattrocento italiano, y personajes reales como Robert Capa o Alan Turing.

A mí hay periodos históricos y personajes que me fascinan. En este caso, el final de la Segunda Guerra Mundial en Gran Bretaña es uno de mis espacios preferidos. Yo me muevo bien en el pasado. Soy profesora de Historia. Y hay determinadas épocas que, sin duda, me apasionan. Esta es una de ellas. Estaba pasando todo en esos momentos: era una época de miseria y de canallas, pero, al mismo tiempo, una época en la que se abrían camino los grandes sueños y había espacio para los héroes. Todas nuestras claves como civilización están en la Segunda Guerra Mundial y en esa posguerra.

"Yo elegí Londres, naturalmente". Así termina el primer párrafo del libro. ¿Por qué eligió Londres?

A mí Londres me fascina. Creo que soy de la primera generación de niñas que hacía intercambios a Londres con el instituto. La verdad es que la primera vez que fui allá fue con nueve años. Desde entonces no he dejado de tener relación con Londres. Tengo amigos ingleses; he viajado allí casi cada año... Así que lo inglés me resulta muy próximo. Además, hay una cosa, el sentido del humor británico, que me parece que conecta mucho con el humor gallego, con la retranca y esa media sonrisa permanente que tenemos. Esto me daba mucho juego en la novela, porque en esta historia hay mucho sentido del humor.

¿Ha cambiado mucho su forma de entender la literatura desde que debutó en 1994 hasta hoy?

Yo creo que he aprendido a escribir en camiseta y vaqueros. Es decir, creo que hay que despojar al lenguaje de los tiros largos y del esmoquin. No se puede escribir encorsetado. Yo, por ejemplo, odio la voz pasiva; no me gustan los adverbios; uso las subordinadas con cuidado y creo que la esencia del idioma son los verbos. En ese sentido, he tenido una evolución hacia lo esencial. Y lo esencial te permite construir desde imágenes poéticas hasta escenas de acción trepidante.

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