Indignación, usos y cambio

aTRAVÉS de las encuestas que se están realizando en el Reino de Valencia y en el resto de las autonomías de España se pueden extraer una serie de conclusiones que nos dan el reflejo moral del pueblo español. Para mí, la más importante, es la que se refiere a la aceptación de la corrupción como una cuestión, no solo normal, si no también inevitable. Son mucho los ciudadanos que aceptan la corrupción como algo habitual y generalizado en el comportamiento político. Como pueblo han conseguido que perdamos la capacidad de indignación y que aceptemos las corruptelas, prevaricaciones, abusos de poder, etc. como algo natural contra lo que es imposible luchar, llevándonos a la aceptación de las injusticias como una característica inherente al comportamiento social general. Siempre he pensado que la injustita es en muchas ocasiones la ruina de las democracias, pero en nuestra cultura judeo-cristiana ese principio ha sido contrarrestado con la indeferencia. San Mateo en su Evangelio afirmaba: «No vale la pena jamás entristecerse por el mañana», lo malo es que ese mañana puede ser que lo vivamos nosotros y nuestros hijos. Creo que si no queremos perder las libertades conseguidas, debemos luchar contra la indecencia social con la denuncia, aunque tengamos temor a hablar y señalar con el dedo a aquéllos que abusan de su poder y manipulan la dinamicidad social. Es posible ir arreglando el comportamiento de las instituciones de forma graduada. Sé que es muy difícil limpiar de abusos el sistema judicial, el bancario, el empresarial, las iglesias, la universidad, las entidades corporativas… pero sí se pueden denunciar. Sólo tienen que comprobar cómo los errores médicos han empezado a ser reconocidos y cómo las disfunciones judiciales se pueden descubrir, cosa que hace pocos años era impensable. Un avance lento, pero firme como objetivo, es lo que necesitan esos escasos valientes que quieren defender al sistema mejorándolo mediante la denuncia. De momento son muchos los que se indignan, pero son pocos los que tienen capacidad de denuncia. Se necesita ser un verdadero héroe para hacerlo, pero cada día existen más comunicadores y periodistas que se atreven a manifestarlo, pues han conseguido romper las cadenas del silencio. Como sentenciaba Tierno Galván: «Toda gran revolución política es una gran revolución moral. Toda gran revolución moral supone una gran revolución política», y es por eso por lo que los valores morales han sido substraídos a la sociedad, pues pueden ser el cimiento de una gran revolución. Como decía Ortega y Gasset: «El revolucionario no se rebela contra los abusos, sino contra lo usos», y esta sociedad empieza a estar hasta las narices del mal uso que los poderes hacen de las representaciones y organismos. Albert Camus pensaba: «Me rebelo, pues soy», y en esta sociedad súper anestesiada por una pseudo información con periódicos que confunden su capacidad interpretativa con la misma información, o televisiones que elevan a programas informativos lo que es en realidad cotilleos de lavanderas poco trascendentes, hacen que se sublemine la problemática real del mal uso de la democracia y se pierda la capacidad crítica y de indignación.

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