Irak comienza a recobrar el pulso tras la renuncia de Al Maliki

Los principales líderes iraquíes dieron hoy los primeros pasos hacia la reconstrucción política del país, después de la convulsa marcha del primer ministro, Nuri al Maliki, que deja un país dividido y amenazado por el yihadista Estado Islámico.

Rodeado por los dirigentes de su coalición Estado de Derecho, Al Maliki anunció en la noche del jueves su renuncia al cargo y su apoyo al primer ministro designado, Haidar al Abadi, de su mismo partido.

"No voy a ser la causa del derramamiento de la sangre iraquí", dijo Al Maliki, consciente de su menguante apoyo dentro de sus propias filas y de sus escasas posibilidades de vencer la batalla judicial que había emprendido para mantener el cargo.

Su salida fue recibida con alivio, no solo por la minoría suní y los kurdos de Irak, sino incluso por los mismos políticos chiíes que hasta hace poco lo habían apoyado.

Por eso, las primeras señales de distensión no se hicieron esperar, aunque el camino que le espera a Al Abadi hasta formar un nuevo Ejecutivo que represente a todos los iraquíes es cualquier cosa menos sencillo.

Para empezar, parece contar con la aprobación de la mayor autoridad moral de los chiíes y firme aliado de Teherán, el gran ayatolá Ali al Sistani, quien hoy en el sermón de los viernes dio su bendición a Al Haidar y reclamó la unión de todos los iraquíes frente al enemigo común del Estado Islámico (EI).

"El deterioro de la vida política entre los iraquíes dentro de Irak y con otros países convierte en una urgencia la necesidad de cambiar posiciones y puestos en el Estado", leyó Ahmed al Safi, representante de Sistani, un mensaje en su nombre.

Además de llamar a la renovación de las caras y nombres de la política, el ayatolá instó a todos los partidos a fraguar un acuerdo nacional para hacer frente a los desafíos que enfrenta el país.

En ese objetivo, consideró, será obligatorio "cumplir los requisitos constitucionales en los tiempos establecidos" y acelerar los planes de apoyo para las decenas de miles de desplazados en el norte y oeste de Irak por la ofensiva del EI.

Al Abadi también recibió una cauta bienvenida por parte de varios de los más distinguidos líderes suníes, que acusaban a Al Maliki de haber provocado la polarización que vive Irak al marginar a su comunidad.

El jeque tribal Ali Hatem Suleiman, influyente cabecilla suní en la provincia occidental de Al Anbar, se mostró dispuesto a cooperar con el nuevo Gobierno de Al Abadi, siempre y cuando este retire a las fuerzas de seguridad de su provincia y avance en el desarme de las milicias fieles a Al Maliki.

En una rueda de prensa en la capital del Kurdistán, Erbil -evidenciando así la nueva sintonía existente entre kurdos y árabes suníes-, Suleiman reclamó al primer ministro designado que responda a las demandas de su minoría, que abonaron el nacimiento de la rebelión ahora capitalizada por los yihadistas.

En su misma línea, el dirigente de la coalición suní Unidos, Mohamed al Jalidi, dijo en un comunicado que su bloque apoya el nombramiento de Al Abadi como nuevo primer ministro y mostró su esperanza de que se obre un verdadero cambio en el Gobierno.

"Es difícil volver a la época anterior al pasado 10 de junio (cuando el EI tomó la ciudad de Mosul) y creo que todo el mundo se ha dado cuenta de eso, incluidos los iraníes y los estadounidenses", explicó Al Jalidi.

Lamentó que la ocupación de Mosul y la provincia de Saladino por parte del EI es "el resultado de los desastrosos errores que llevó a cabo (el primer ministro saliente, Nuri) Al Maliki en el país".

No obstante, advirtió de que los árabes suníes tienen sus propias demandas y que, "después de tantos sacrificios", no están dispuestos a renunciar a ellas.

Cerrar las heridas abiertas por Al Maliki será solo el primer paso hacia la más apremiante necesidad que afronta Irak en el futuro: recuperar el control sobre aproximadamente un tercio del país, que está en manos de los yihadistas y sus aliados.

Estos continúan sembrando el pánico en las regiones que disputan a las fuerzas kurdas (peshmergas)", como Yalaula, en la provincia de Diyala, donde hoy siete personas, entre ellas cinco miembros de una familia, fueron ejecutadas en la aldea de Sayed Ahmed.

Además, los yihadistas volaron una mezquita chií también en Yalaula después de colocar una bomba y detonarla por control remoto.

Tras volar el templo, los radicales capturaron al imán de la mezquita, lo ejecutaron y colgaron su cuerpo en una torre de alta tensión cerca del lugar.

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