La calandria de agosto

No creo que haya muchas enseñanzas más importantes que llegar a saber mirar alrededor y reconocer, entre todo, lo que echaremos de menos; reconocer las cosas que nos hacen felices cada día...

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HAY COSAS que no se pueden echar de menos, porque echar de menos no llega tan hondo, tan oscuro y terrible. Pero hay muchas otras que sí; que sé que extrañaría con pena: sentarme en una butaca, mirar lejos por la ventana, pasear con las manos en los bolsillos del abrigo, algunas sonrisas, una piel suave bajo la mano o bajo los labios, empezar a leer en la cama, el pan, el sonido de una fuente y el de los pájaros, una ola retirándose sobre las conchas, la brisa y muchos cielos. 

Los cielos sobre todo, que me han salvado tantas veces. Me han sacado del pequeño cuartucho donde yo mismo me había cerrado por dentro, y me han elevado y dado aire. Algunos fueron nocturnos, a veces la luna sola, flotando real, esférica; muchos más a última hora de la tarde, cuando abandonan toda prudencia y nos encantan con colores, con nubes profundas, con horizontes que son lo único que nos queda de la aventura, o de soñar con ella, con esas aventuras que nos permiten seguir creyendo que la vida podría ser otra cosa. 

También alguna literatura nos recuerda que la vida debería ser algo más. "Estamos rodeados de gente en tensión, intranquila, irritable o irritada", dice Cunqueiro. Y añade que, las veces en que esa meta omnipresente y siempre externa que perseguimos parece alcanzarse, "se vacía de contenido, porque sobreviene de improviso la sensación de que la vida ha pasado, que todo está ya a nuestra espalda, y que todo el camino ha sido recorrido en la insatisfacción". Y cierra así la boca, señalando el gran problema de la sociedad satisfecha, a quienes le reprochan intrascendencia en los temas: tesoros, princesas, sirenas, islas viajeras, fuentes, paisajes de Bretaña, o un melocotón en el bolsillo de un soldado chino en Persia. Como si soñar fuese accesorio. Como si habernos abierto ventanas por las que mirar, puertas por las que salir a hablar con damas de antaño, a desnudarnos bajo las estrellas o a navegar hacia levante, fuese poca cosa. 

No creo que haya muchas enseñanzas más importantes que llegar a saber mirar alrededor y reconocer, entre todo, lo que echaremos de menos; reconocer las cosas que nos hacen felices cada día y, si podemos, detenernos en ellas. Por ejemplo, leer a don Álvaro. Por ejemplo, los cielos. O estar de pie bajo la lluvia, oyendo sobre el paraguas el tamborileo de las gotas, que a él le impidió un día oír las palabras que dicen las camelias al abrirse.

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