La extraña muerte de Carmen Broto

Y así, de repente me encontré con el nombre de Juan Martínez Penas. Y es que en el acta matrimonial de Manuel Quiroga figuraba, el tal Martínez, como testigo de su boda civil con Martha Lemann Franch, virtuosa pianista franco-judía, en el quinto distrito de París en 1915. Pero, ¿quién era ese Juan Martínez Penas?. Sabemos que nació en Pontevedra en 1888. Se licenció en Derecho con 27 años e ingresó en el Ministerio de Estado. Fue agregado cultural en la embajada española en París, por eso consta como testigo de la boda de Quiroga.
En los años veinte destacó como empresario teatral y ya se le atribuyen varias relaciones con actrices jóvenes.
En 1935 llega a Barcelona y se instala en el edificio conocido como La catedral de la Leche, famoso por ser residencia de chicas de compañía de altos vuelos y donde se cometió el horrendo crimen de María Soler Vives, que apareció decapitada.
El motivo de su estancia, en la ciudad catalana, no era otro que hacerse cargo del mítico teatro Tívoli del Paseo de Gracia. Los rumores de la época apuntaban a una más que posible homosexualidad, que permanecía oculta tras bellas mujeres. A nuestro Martínez se le atribuyen múltiples y muy variadas relaciones con actrices y gente de la farándula, aunque la que nos ocupa, en concreto, es la historia de Carmen Broto.
Carmen Brotons Buil maña, de una aldea de Huesca, era una mujer guapa, rubia, alegre y confiada. Recaló en Barcelona para trabajar como sirvienta en una casa. Pero pronto se dio cuenta que se ganaría mejor en la vida como prostituta de primera, que con cualquier otro oficio al uso.
Carmen conoce a Juan Martínez Penas frecuentando salones de baile en la ciudad Condal, comenta Martín Olmos hablando de Carmen: ‘Entre puta y mantenida, pasaba por la querida de don Juan Martínez Penas, que la llevaba a comer gambas al Hotel Ritz’. Y Jordi Corominas sobre nuestro pontevedrés Martínez: ‘La exhibía como un trofeo en los toros, restaurantes y locales de postín al tiempo que le dejaba alhajas para que luciera más que un árbol de navidad’. Y así, a lo tonto, a lo tonto, Carmen se fue haciendo con un joyero digno de una maharaní.
Pero el 12 de enero de 1949 La Vanguardia abría con el siguiente titular: ‘Es asesinada una joven y enterrada en la calle Legalidad’. Carmen aparece muerta, semienterrada en un huerto urbano. A pocos metros el cadáver de un hombre. La autopsia determinó que la habían emborrachado, pero según nos cuenta Jordi Coromina: ‘Querían emborracharla, algo muy complicado tratándose de la Broto, mañica y con saque’.
La mataron, entre tres, a golpes con un mazo. Dos de los implicados se suicidaron ingiriendo cianuro, que compraron en una droguería cercana y el tercero, padre de uno de los suicidas, se declaró culpable.
Nunca se llegó a saber claramente el móvil del asesinato, barajándose el económico (las joyas de Carmen), celos homosexuales, política o tráfico de drogas. Lo que sí se sabe es que el siguiente sería nuestro Juan, cosa que nunca ocurrió.
Lecturas recomendadas: En la hemeroteca de La Vanguardia ‘El crimen de Carmen Broto: sexo, poder y muerte’.

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