La huella de cuatro décadas de abandono

La crisis, la falta de relevo generacional, la competencia con Pontevedra y la falta de cuidado de los propietarios de los bajos comerciales han sumido a las galerías que conectan la Rúa do Sol con la Rúa Real en un estado de imparable decadencia
Los grafitis y las verjas oxidadas se han adueñado de las galerías
photo_camera Los grafitis y las verjas oxidadas se han adueñado de las galerías

Hubo un tiempo en el que fueron el centro neurálgico del comercio local de cualquier municipio, en el que se compraban los mejores artículos y se reunía lo más selecto de la vecindad. Sin embargo, ahora ya no son ni siquiera un reflejo de lo que representaban antaño. Por ser, no son más que una simple sombra de su pasado, un esqueleto gris y ruinoso que ha sido tomado por los garabatos en espray y el óxido.

Las galerías de la villa agonizan de manera silenciosa, de espaldas al resto de establecimientos, que lucen sus escaparates a plena luz. Los que todavía siguen regentando comercios recuerdan las épocas en las que el bullicio y el ruido de cajas registradoras inundaban los pasillos. A día de hoy, solamente se escucha el silencio y la oscuridad reina en todo el entramado de columnas y bajos que tienen la verja echada desde hace años.

La que fuera la galería más importante de la villa conecta dos de los viales más céntricos del casco histórico: la Rúa do Sol y la Real. Tiene una parte alta, gestionada por una comunidad de propietarios, y otra baja, en la que apenas queda algún local abierto. De los doce establecimientos que un día trabajaron a pleno rendimiento, solo cinco mantienen actualmente su actividad: una joyería, una floristería, una peluquería, una tienda de ropa infantil y otra de textil.

Los negocios que se mantienen abiertos lo hacen gracias a que el local es propiedad de quienes lo regentan

En la parte baja de las galerías, en una de las esquinas, y rodeado de puertas cerradas a cal y canto, sobrevive el comercio de Francisco Peláez González, un malagueño que emigró a Galicia cuando era joven en busca de una vida más próspera. Durante una época la encontró: "Antes éramos tres aquí porque se vendía mucho, pero ahora solo quedo yo, y hasta sobro".

Francisco lleva cerca de 40 años al frente de una tienda de ropa. Tanto ese local como el que hay enfrente son de su propiedad. "Por eso me mantengo abierto, si tuviera que pagar un alquiler, ya hubiese cerrado hace mucho", reconoce. A esta circunstancia se suma que Francisco está jubilado y se ha acogido a una ley por la que "me permiten continuar trabajando y sin pagar autónomos", la cuota que más sudores fríos provoca a los comerciantes y que, en reiteradas ocasiones, es la razón de las liquidaciones por cierre. 

De todas maneras, ya tiene ambos bajos en venta. Le sorprende y le duele que ahora "estén más baratos que cuando yo los compré", cuando todavía eran una inversión jugosa. Pero sabe que, tal y como están las cosas, las exigencias no tienen cabida en la negociación. "Aquí ya se han vendido locales baratísimos", añade. En su zona de las galerías, hace años que no abre ningún negocio nuevo, y duda que esa novedad se vaya a producir. "Esto ya no tiene remedio", sentencia, nostáligo y realista.

"LOS TIEMPOS CAMBIAN". Pilar Pérez también tiene a sus espaldas más de tres décadas de trabajo. Entre flores y plantas, ha visto cómo las galerías pasaron de ser un lugar lleno de gente y de vida comercial a convertirse en un reducto con escasísimas posibilidades de resurgir de sus cenizas.

La floristería Omperfranc ya era de su madre. Ella la heredó y se convirtió en la presidenta de la comunidad de propietarios de la parte alta. "Seguimos manteniendo nuestra zona lo mejor posible, limpiamos y fregamos nosotros, pero los dueños de los bajos tienen los locales totalmente abandonados", cuenta Pilar, que destaca el mal estado en el que están las verjas, "llenas de óxido y prácticamente sin pintar".

Pilar reconoce que no se puede obligar a nadie a emprender de nuevo un negocio. A sus ojos, son dos los problemas que enfrenta el comercio local marinense, no solo el que se desarrolla en las galerías. Por un lado, la falta de relevo generacional. "Muchos de estos locales cerraron después de que se jubilase el dueño". Por otra parte, la competencia con Pontevedra y con las grandes cadenas. "Es imposible rivalizar con eso", asevera.

Sin embargo, aunque sea consciente de que poco o nada se puede hacer para reflotar las galerías, no permite que se conviertan en un sitio ruinoso. Además de limpiar la parte que le corresponde a la comunidad que preside, los propietarios han asumido derramas para hacer mejoras, "como la de poner una nueva rampa o renovar la escayola, que se cayó por culpa de la humedad que filtra el edificio" que tienen sobre ellos. Además, a diferencia de la parte baja, "esto está iluminado las 24 horas al día". Para ello, invirtieron en cambiar las luces. "Ahora todas son de LED", explica.

La vida que tenían las galerías hace algo más de 20 años también era gracias a "un bar y una hamburguesería que había aquí". Pilar recuerda haber recomendado a los propietarios "que en el Carmen encargaran por lo menos 1.000 bollas de pan". Además, "en el bar nos reuníamos la gente joven y jugábamos a las cartas". Todo ello terminó cuando ambos establecimientos echaron el cierre, un camino al que parecen estar abocados los cuatro últimos supervivientes. Pilar lo resume así: "Los tiempos cambiaron".

Comentarios