La importancia de tener camelias

Que Pontevedra se haya convertido en la capital mundial de la camelia se veía venir. En la ‘Crónica de la provincia de Pontevedra’ obra de Fernando Fulgosio publicada en 1867, lo dice claramente: “Medran por la costa el naranjo, Citrus aurantium, el limonero, Citrus limonium, y la camelia, Camellia japónica”. Tal vez por eso muchos de los participantes en el congreso de la camelia eran japónicos. Venían a recuperar sus camelias. También había chinos y gente de todo el mundo. La camelia es una flor. 
Ya anteriormente, en 1856, la Academia de las Ciencias publicó su indispensable “Informe geognóstico-agrícola” sobre nuestra provincia, en el que queda muy claro, refiriéndose a esta comarca, que entre las plantas cultivadas que más la caracterizan, “se encuentran el cacto o puntia, la higuera, la pita y últimamente la camelia”. Y dos años después, en 1858, tres señores llamados Francisco Coello, Francisco de Luxán y Agustín Pascual se juntaron para escribir su obra magna: ‘Reseña geográfica, geológica y agrícola de España’. Insisten en la importancia que la camelia tenía ya entonces como sector estratégico, cuando hablan de la bellísima costa de Pontevedra. Todavía no se había instalado Ence. Ahora parece que Ence puede quedarse otros cincuenta años. Yo tendré cerca de cien años cuando Ence se vaya, y podré celebrarlo. No será su caso, amable lector. Usted estará muerto. No verá jamás la bellísima costa de Pontevedra. Es así. 
Esto es lo que dicen Coello, Luxán y Pascual: “Calor moderado y humedad abundante mantienen constantemente sobre el suelo el verdor que por circunstancias opuestas es tan poco duradero en mucha parte de España. Las hortensias, camelias y fucsias, creciendo con descuido en los jardines y desarrollándose admirablemente, dejan conocer las cualidades de su tierra y de su atmósfera. Estos de Pontevedra deberían dejarse de caralladas y celebrar de una vez un congreso internacional de la camelia”. 
Hubo un yonqui que se había hecho amigo mío, que las robaba de los árboles de la Herrería y las vendía. Fue el primer pontevedrés que vislumbró, hace de esto ya unos quince años, el potencial económico que le podíamos extraer a nuestras camelias. Un visionario. Seguramente había leído la reseña geográfica, geológica y agrícola de España. Un día le compré una camelia para agasajar a mi señora. Ella no la aceptó: “¿Dónde has estado?, mira qué facha. ¿Que horas son éstas? Vete a la cama, que ya hablaremos mañana tú y yo. Imbécil”. No todo el mundo, comprendí, siente la misma devoción por las camelias. El amor a las camelias debe cultivarse, supongo, como las mismas camelias. 
Este periódico encuestó ayer a varios congresistas de la camelia. Todos coinciden en una cosa: “Lo que más me gusta de Pontevedra son sus camelias”. Supongo que dirán lo mismo de cualquier ciudad que tenga camelias, porque para el verdadero amante de la camelia no hay nada más hermoso que una buena camelia. Los llevaron al castillo de Soutomaior y ni se fijaron en el castillo. Para ellos lo verdaderamente importante del castillo son las camelias de sus jardines. Así son los admiradores de las camelias, que les ponen un castillo medieval delante y sólo ven camelias. 
Entre los admiradores de la camelia que anduvieron por nuestra ciudad estos días había de todo. Muchos de ellos se sentaban en una terraza y se quedaban pensativos. Es de suponer que el amor a las camelias ha de ser inherente al estado contemplativo. Si el congreso hubiera sido sobre machetes y catanas, el carácter de los congresistas hubiera sido otro. Había otros congresistas a los que no les movía tanto la camelia como el interés en mantener relaciones sexuales con los nativos, es decir, con usted. Se les reconocía porque no se sacaban en todo el día la acreditación que llevaban colgada al cuello. Paseaban por la ciudad haciendo ostentación de su condición de congresistas y se dirigían así a los pontevedreses: “Yo ser gran especialista japónico en camelias. Viva España. Toros. Camarón de la Isla. Fiesta. Flamenco. Butragueño. Olé. Vaya desnudándose, si es tan amable”. 
Luego había algunos que dejaban a la camelia en un merecido segundo plano. Gente interesada en las camelias algo menos de lo necesario, probablemente vendedores de fertilizantes o así, que venían a hacer negocios e iban por la ciudad preguntando dónde hay un buen bar para emborracharse, y a ser posible que no tenga camelias cerca. 
Así que un siglo y medio después de la arribada de las camelias a nuestra ciudad, ya empezamos a saber para qué nos sirven. Quién lo hubiera dicho.

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