La información, o no

Lo publicaron todos los medios que pudieron a las pocas horas de conocerse la muerte de María de Villota: alguien la había llamado la noche anterior para darle una mala noticia. No se sabía si era cierto, ni qué noticia era esa que había recibido Villota ni cuánto tenía de mala. Pudo haberla llamado una vecina para decirle que había olvidado pasar por su casa a regarle las plantas, pero de todas formas se publicaba. La fuente era “una persona que trabaja en el hotel”. Quizás un señor que pasaba la fregona. No es que el señor no merezca crédito por pasar la fregona, que es un oficio mucho más digno que el mío; lo grave es que no hizo falta verificar nada antes de extraer la conclusión que se dejaba entrever de manera muy poco subliminal: que la muerte de María de Villota podría estar relacionada con una misteriosa llamada telefónica que había recibido antes de irse a la cama. 
Para desgracia de la prensa el asunto tuvo poco recorrido, al confirmarse esta vez sí por fuentes autorizadas, que el fallecimiento se había ocasionado por las secuelas del accidente de 2012. Así, ante la evidencia de que la piloto no había muerto de una llamada telefónica, los medios ya andan buscándose otro cadáver con el que especular. 
La prensa, que siempre ha sido en parte un reflejo de la sociedad, se ha convertido en una reunión de porteras, un gran Twitter en el que los bulos, las medias verdades y los rumores se entremezclan alguna vez con noticias. Nadie, o casi nadie, se siente obligado a cribar la información antes de ofrecerla al público. Se recurre asiduamente a la fórmula mágica de las “fuentes del entorno de la familia”, o “fuentes cercanas a la investigación” para largar el primer chisme que alguien ha escuchado en el bar de la esquina a un borracho que juega a las cartas. El hombre dice: “A ver si no va a resultar que la niña ésta, Asunta, era la heredera universal de su abuelo y por eso la mataron”. Uno que anda por ahí lo escucha y sale corriendo a pedir conexión en directo: “Hemos tenido acceso a una fuente próxima a la investigación que nos dice que Asunta Basterra era la heredera universal de su abuelo. Ése podría ser el móvil del crimen”. Y la mentira fue portada en toda la prensa. Nadie se molestó en hacer el mínimo contraste ni en preguntar si la fuente al menos existía. Había que publicarlo inmediatamente por si resultaba ser verdad. 
Y sucedió algo que no habíamos visto jamás: al día siguiente, tras descartarse el bulo que con tanto entusiasmo se había propagado, la prensa publicó orgullosamente la madre de todas las rectificaciones. Todos lo hicieron también en portada y a cuatro columnas, exhibiendo impúdicamente el error: “Se descarta la herencia como móvil del crimen”. Nadie pidió perdón a sus lectores, como si la noticia no la hubieran inventado o coreado los mismos que la desmentían. El titular debería haber sido éste: “Eso de la herencia que os contamos ayer era un cuento como una catedral”, pero no, consiguieron la proeza de convertir el desmentido en información de portada. 
Ya todo vale. Cualquier enviado con un micrófono o cualquier tertuliano habitual es un día experto en criminología, al siguiente en toxicología y al tercero ya tira por el camino más corto y se convierte directamente en un portentoso forense. Y da igual, al menos a mí, cuando se trata de un asunto menor, como el enfado de Kiko Rivera a cuenta de la boda de su hermano. En ese caso se da por hecho que lo que se ofrece al público es puro entretenimiento y que los protagonistas de la noticia se prestan al juego a cambio de dinero, de notoriedad o de lo que sea. Carece de importancia si es verdad o mentira que el torero haya invitado a Kiko su boda. El problema llega cuando se trata con la misma banalidad la boda del hermano de Paquirrín que la muerte de Asunta Basterra o de María de Villota. Quizás todos los que consumimos esa información deberíamos preguntarnos qué es periodismo y qué no lo es. Más que nada porque, Dios no lo quiera, algún día el cadáver con el que se jugará puede ser el de usted.

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