La rabieta

Querido Mauricio: 
La antigua iglesia de San Bartolomé “O Vello” de Pontevedra, así llamada desde que hubo un templo más nuevo del mismo nombre, se encontraba en el solar que hoy ocupan el Liceo Casino y el Teatro Principal, junto a la Casa das Campás. 
Allí acudía a misa todos los domingos un señor que se llamaba Juan Mariño de Lobera, una persona muy importante en Pontevedra, igual que tú. Ocupaba un banco junto al altar de San Nicolás, siempre el mismo. Acabó pensando que el banco era suyo. 
Pues resulta que otros dos señores también de ilustres linajes, el uno llamado Antonio Gago de Mendoza y Fernando Montenegro Guzmán el otro, acudían igualmente cada domingo a aquella iglesia parroquial. Los problemas empezaron concretamente en el año de 1674. Antonio Gago y Fernando Montenegro llegaban algunas veces a la iglesia antes que Juan Mariño y ocupaban el mismo banco junto al altar de San Nicolás. Así que cuando Mariño llegaba a San Bartolomé y veía a alguno de los otros dos sentado allí, ponía el grito en el cielo. Se quejaba de que aquel sitio era suyo, de que se lo había ganado por derecho, de que los otros dos no eran más que líderes radicales que no amaban a la iglesia, no respetaban su trayectoria y no sentían los colores tanto como él. “¡Con lo que he hecho yo por ese club! ¡Yo he estado aquí cada domingo sacrificándome y soy más aficionado que ellos!”, gritaba ante el estupor general. En ese mismo año de 1674 puso un pleito a los otros dos. La cosa no se resolvió con la agilidad que él hubiera deseado, pues se tienen noticias de que el pleito continuaba tres años después, en 1677. No se sabe cómo terminó aquello, pero sí que al menos uno de sus dos rivales, Antonio Gago de Mendoza, tiene hoy sepulcro con estatua orante en otra iglesia, la de San Francisco. De alguna manera finalmente se hizo justicia, pues de Juan Mariño apenas nos queda alguna genealogía descolorida y la documentación de su rabieta, mientras que a Antonio Gago podemos verlo representado como un hombre justo y piadoso, aunque puede que no lo fuera. 
Te cuento esto porque el otro día, como Juan Mariño, mandaste tu denuncia a todos los medios. Tras una maraña de argumentos en forma de disparos al agua se leía entre líneas la verdadera razón: Millán había madrugado y se había sentado en el banco que se encuentra exactamente junto al altar de San Nicolás, el banco que tú querías ocupar tras ceder el púlpito a José Manuel Fernández. Un buen día llegaste y te encontraste a Millán ahí sentado. 
Hiciste lo mismo que Juan Mariño: emprender un pleito contra Millán. La única diferencia está en que el pleito, de momento, no es judicial sino público. Acusaste a Ramiro Espiño de complicidad con Millán, como Mariño acusó a Fernando Montenegro de complicidad con Antonio Gago. En eso tampoco has sido original, pues que yo recuerde todos los presidentes que han pasado por el Pontevedra CF han odiado a Ramiro Espiño en algún momento. No sé cómo acabará tu pleito, Mauricio. Mucho me temo que Millán no tendrá estatua orante en San Francisco, más que nada porque la experiencia nos dice que en las últimas décadas a nadie que haya querido hacer algo bueno por el Pontevedra CF se le ha hecho precisamente una estatua orante. 
Pero hay una enseñanza que debes extraer, si te da la gana. Es fácil imaginar que en 1673 y en los años sucesivos, los ciudadanos de Pontevedra se tomaban los domingos un vino en la taberna a la salida de misa y se reían de Juan Mariño de Lobeira, de su rabieta y de su pleito; que algunos ciudadanos se acercaban a San Bartolomé todos los domingos sólo para ver la cara que ponía cuando llegaba y comprobaba que le habían vuelto a ocupar el banco. Podemos suponer que acabó acusando a todo los concurrentes de ser radicales descerebrados que seguían a Gago y a Montenegro, pues toda la ciudad se mofaba de la actitud caprichosa y chulesca del denunciante. Cuantos más esfuerzos hacía Mariño por salvaguardar su imagen, más la arrastraba por los suelos. 
Lo que debió hacer Mariño fue elegir entre las dos opciones más lógicas: madrugar mientras pudo para ganarse de verdad el banco o largarse para siempre de San Bartolomé y buscar otra iglesia para rezar los domingos. 
Sé que a ti esto no te importa nada. Pues figúrate lo que me importa a mí.

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