La Revolución en onda corta

Hace 40 años de la Revolución de los Claveles. La radio portuguesa nos la hizo sentir como algo próximo, casi propio 

YO nací con un televisor en casa. Era un viejo receptor Philips de lámparas y válvulas que tardaban un minuto y medio en encender y que al apagarse dejaban sobre la pantalla un punto blanco que se fundía con el infinito. El Pontevedra acababa de estrenarse en Primera División, a mediados de los sesenta, y digo yo que algo tendría que ver eso con semejante privilegio. Los domingos por la tarde algunos vecinos del barrio se daban cita en nuestro salón para seguir las narraciones de Matías Prats cuando televisaban a los granates. Una vez, en medio de un partido, el temporal derribó el poste repetidor y durante una hora siguieron como si tal cosa tratando de adivinar entre el ‘formigueiro’ que provocaba entonces la falta de señal si aquello que se movía era un balón. 
La radio fue quedando progresivamente arrinconada, salvo para mi abuela Nina, que aún años después nos seguía alertando desde la cama como si fuese una agencia de noticias: «Non sei quen dixo non sei onde que pasou non sei que», comentaba en ocasiones con cara de gravedad mientras tratábamos de descifrar aquel mensaje encriptado. 
Sin embargo esos días de abril del 74 todos escuchábamos la radio, hasta los niños. Casi a escondidas, en la habitación de mi hermana Susana, y hablando entre susurros, como veíamos hacer a los adultos. Era la Radio Libre Portuguesa, que informaba de la Revolución, una palabra enigmática, cuyo significado exacto desconocía a mis ocho años, pero que producía un efecto euforizante en toda mi familia. Y sonaban las canciones de Zeca Afonso, el Grandola Vila Morena y los lemas de las manifestaciones de Lisboa; «Namais, ni un so, soldado pra as colonias», recuerda mi hermana haberme visto gritar desfilando en pijama por el pasillo, con una barra de pan al hombro como si fuese un fusil. 
La verdad es que yo no comprendía nada de lo que pasaba, qué significaba aquel misterio radiofónico que seguía con tanto interés mi padre, que iluminaba la cara de mi hermana y que dejaba una huella de preocupación en la de mi abuela. Un día se me ocurrió cantar esa proclama subersiva en clase, un colegio militar, al suponer que también allí se alegrarían al escucharla. Por la mirada fulminante del capellán castrense entendí enseguida que hay cosas que es mejor no sacar fuera de casa, como los secretos de alcoba. 
Mi padre era capitán de infantería, y por entonces ya estaba embarcado en su propia revolución. Un día cruzó la frontera, contactó con un oficial portugués, el también capitán Martelo, y partieron un billete de 20 escudos a modo de contraseña para que otros dos oficiales de enlace se viesen las caras en Madrid semanas después, bajo la estatua de Don Quijote, como en una película de espías. Uno llevaría bajo el brazo un Cambio 16, el otro sacaría su mitad del billete, y si ‘casaban’ las dos mitades podían entablar relaciones entre el MFA y la UMD. Con semejantes métodos no es de extrañar que los acabasen encarcelando y expulsando del Ejército antes de la muerte de Franco. 
Han pasado ya cuatro décadas. Mi padre, a punto de cumplir los ochenta años, ha vuelto a Lisboa este pasado viernes 25 de abril para manifestarse con sus viejos compañeros de armas y cantar el Grandola Vila Morena. Mientras avanzaban por las avenidas adoquinadas la gente les preguntaba si a toda esa tropa de la Troika y de los hombres de negro no habría que volverles a marcar el paso, como en aquella madrugada en la que sonó la voz prohibida de Zeca Afonso. Creo que ya le pilla un poco mayor, pero a lo mejor cualquier día de estos le da de nuevo por volver a escuchar la radio.

Y ‘ganamos’ Eurovisión 
En la España de aquellos años había prosovieticos, proyanquis, prochinos y hasta proalbaneses, sobre todo en la universidad. Nosotros nos convertimos en prolusos, y a forofos nadie nos ganaba. 
En el festival de Eurovisión del 75 aún seguíamos en plena efervescencia y nos reunimos como siempre para realizar una votacion paralela. En nuestras papeletas arrasó el representante portugués, del que solo recuerdo que tenía bigote. Lamentablemente los jurados de verdad no pensaban lo mismo, y acabó como la barca de Remedios Amaya.

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