La Segunda División B

Los éxitos definen la carrera deportiva de los futbolistas. Hay algo, sin embargo, que va más allá del valor que otorgan a sus trayectorias: el sentimiento indescriptible que se produce en el momento de vivirlos. La mayoría de jugadores son incapaces de relatar con palabras lo que sucede dentro de ellos cuando los puebla la euforia. No existe vocabulario en ninguna lengua escrita capaz de expresar una emoción semejante a un salto de categoría. 
El Pontevedra y el Puertollano están al filo del ascenso, a las puertas del mayor placer deportivo existente (junto con un título relevante). Merece la pena contemplar manifestaciones de felicidad tan inmensas como las que producen esos momentos de lujuria balompédica. Sin embargo, la tierra prometida no siempre se encuentra en la otra orilla del río. El hecho de subir poco tiene que ver en ocasiones con lo que hallan los equipos que encuentran el éxito al año siguiente de su logro.
Es el caso de la Segunda División B: una categoría extremadamente cara y con escaso atractivo deportivo. Todos los años desaparecen equipos incapaces de cubrir las exigencias económicas: licencias profesionales, arbitrajes, desplazamientos, obligación de contratar mejores futbolistas para competir.

Los participantes, no se crea nadie, tampoco son un lujo. Solo cabe aguardar que si el Pontevedra da ese salto, tenga un plan B para hacer frente a los gastos de la nueva competición. Y que tenga claro que la Federación Española y la AFE no van a dar ni un paso para reformarla: no les interesa, porque ambos organismos, a diferencia de los clubes, hacen un magnífico negocio. 

Comentarios