La tragedia

algo muy de moda entre los pedantes que se jactan de interpretar la vida desde la visión quirúrgica de la filosofía consiste en recitar aquella inaplicable máxima que dice: «¿Por qué te haces problemas? Si algo tiene solución, está todo bien, y si algo no la tiene, ¿para qué llorar?». «Lloro precisamente por eso», les respondería cualquiera que haya leído ‘El sentimiento trágico de la vida’, de Miguel de Unamuno. Al margen de la alergia que me producen esas fórmulas matemáticas de la lógica, me parece que esa recomendación reduce la personalidad humana a la resolución o no de un acertijo, sin tener en cuenta lo esencial de un asunto, que es lo trágico. La muerte es trágica, no es un simple problema de aritmética filosófica. ¡La vida no es un problema de la escuela, queridos! Eso es una idea burguesa de la existencia, según la cual todo tiene un escalafón o un estante y basta con acomodarlo para que todo vaya bien de nuevo. La tragedia no funciona así, no es un problema que los vivos resuelvan. Unamuno afirma que «el encuentro con la verdad impide la felicidad». La única forma de obtener felicidad es con alguna clase de engaño. La verdad cabal y descarnada, mata. El deseo mundano y el amor no resistirían la verdad desnuda en un universo que no es más que ausencia pura. Es necesario aceptar con ingenuidad ciertas trampas que resistan el análisis crudo.

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