La vida inmortal de Manuel y Elisa

El director (izqda), junto a la pareja protagonista
photo_camera El director (izqda), junto a la pareja protagonista
Hay en Manuel y Elisa una música de fondo que acompaña la heroica vida de sus protagonistas: el jadeo. Es el jadeo de Elisa haciendo las camas de su casa, yendo a una esquina y otra a meter el dobladillo bajo el colchón: su bufido casi arrullador, constante, apenas perceptible, al sacudir la bajera mientras le cuenta a la cámara que ése es uno de los momentos más trabajosos del día. Es la sencilla tarea del hogar convertida en epopeya de singular belleza en una mujer octogenaria de O Rosal, casada desde hace 53 años con su marido, Manuel, que sale por la mañana a cortar leña, a cavar tierra y a quemar rastrojos viejos.

Esa respiración agitada va atravesando el filme con una lentitud crepuscular que dota a sus vidas de un sentido magnífico y apabullante. Ni siquiera la rendición vigilante de Elisa, ya al final del filme agarrada a una muleta y sentada en una silla dirigiendo esa labor casi artesana de hacer una cama, deja grietas para el pesimismo. Lo dijo el director Manuel Fernández-Valdés (Pontevedra, 1979) al tomar una decisión sobre aquello que tenía en sus manos: "Si ellos me lo permitían, haría un documental en el que contaría la historia de un matrimonio de ancianos campesinos que se levantan por las mañanas como si fueran inmortales".

Sobre esa base ha construido su ópera prima después pasar varias semanas conviviendo con el matrimonio. Su película es una arquitectura sencilla poblada de silencios que acaban adquiriendo, en su simbólico final, una belleza casi imperecedera. Después de todo Fernández-Valdés, fiel a un postulado, rueda una verdad despojada de retórica que ralentiza sin miedo en una búsqueda casi obsesiva por los pliegues de sus vidas. Hay humor, porque ya tras mostrárselo a los protagonistas, éstos calificaron la cinta de "comedia, pero no sabemos si esto le hará más gracia a nadie", y hay memoria: la del rural que jadea, y aquellas generaciones que van muriendo, testigos de un tiempo y pasto de la melancolía. Manuel habla de su mujer enferma sin dramas, y cita la muerte de ella, y acaso la muerte de él, y lo hace secándose el sudor mientras abre la tierra a paladas, cavando.

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