Las penas, con Bach

La alegría se resintió un poquito cuando mi padre nos puso la música que quiere que suene en su funeral

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No es ya nada original referirse a Bach, a la música de Bach, como una prueba de la existencia de Dios. Con el argumento de que algo tan maravilloso debe de tener un origen, o al menos una inspiración, divinos, autores tan dispares como Goethe, Coetzee o Cioran, entre otros, han escrito algo al respecto. En concreto, el jovial rumano dejó dicho que "… Dios le debe todo a Bach. Sin Bach, Dios sería un personaje de tercera clase. La música de Bach es la única razón para pensar que el Universo no es un desastre total. Sin Bach yo sería un perfecto nihilista". No está mal.

Este domingo pasamos un buen día del padre. Yo, el más afortunado, simultáneamente como padre e hijo; recibiendo y dando regalos, felicitando y siendo felicitado. Comimos todos juntos y fue muy agradable y alegre. Hasta que la alegría se resintió un poquito cuando mi padre —a cuyo lado parezco un viva la vida; y no sé si también lo parecería Cioran— nos puso la música que quiere que suene en su funeral. Es un aria para soprano de la Pasión según San Mateo, de Johan Sebastian; la que lleva por título Erbarme dich, mein Gott (Ten piedad, Señor). Y es preciosa.

Pero, sorprendentemente, aquello enfrió un pelín el ambiente. Raros que somos. Hasta el punto de que la sensación no se me fue del todo y esa noche me acosté más bien triste. Mientras escuchábamos la música pensaba en ese futuro y espero que lejanísimo momento, y en que probablemente entonces recordaría la tarde de aquel domingo en el que fuimos felices. Y me decía a mí mismo que aquello no era malo, que no muchos pueden consolarse de la muerte y de la pérdida con recuerdos así. Pero, a pesar de todo, sabía y sé no era más que eso: un consuelo.

Un amigo mío suele decir que aquí, de lo que se trata, es de perder con estilo. Porque la verdad es que, acabar, siempre acaba mal, ¿no? Incluso si uno es el chico de la película y sabe que no va a morir hasta el final, cabe la posibilidad de estar protagonizando un drama, con todo lo que eso conllevaría. Así que sí: esto, como mínimo, acaba mal. Y lo único que nos queda es aprovechar, mientras. Aprovechar esta única oportunidad. 

Y algo que puede ayudar es escuchar a Bach. De vez en cuando. Porque, aunque sepamos que vamos a acabar perdiendo, no es lo mismo abandonar la cancha a cero que irse con bastantes puntos en nuestro marcador. Los puntos de cada momento de alegría que hemos vivido.

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