Los caminos poéticos y las tomas alternativas

En sentido amplio, la estética de la recepción otorga al lector toda potestad sobre la obra. Es el público, y no el autor, quien determina su sentido. La premisa es aceptable siempre que la obra en cuestión no haya sufrido en el camino la injerencia de terceros

Inspirado por la poesía galaicoportuguesa, de la que tuvo conocimiento cuando participó en unas jornadas celebradas en Santiago de Compostela en 1992, el poeta japonés Akio Matsudaira se propuso componer un poema que evocase aquel esplendor lírico. Sin embargo, cinco largos años —años de silencio y de paseos, años de jardines cuadriculados y aburridas conferencias— transcurrieron ante su puerta sin que ningún verso asomase la cabeza.

Desde el ventanal del triste edificio en el que habitaba percibía el aroma del café que él mismo acostumbraba preparar precisamente con ese único fin, ya que, debido a una dolencia estomacal, el médico le había contraindicado su ingesta. Pero aquella sugerente fragancia no era quien de despertar a las musas. Fue en una calle de su odiado Kioto cuando, al alcanzar una esquina, se cruzó de bruces con dos operarios que portaban un espejo de grandes dimensiones. Al verse allí retratado en aquel lapso inopinado y terrorí- fico le asaltó una pregunta. Un minuto después entraba entusiasmado en una cafetería para anotar en un papel: "¿Eres tú el príncipe cruel que hirió de muerte al ciervo mientras bebía en el arroyo?".

Una vez hincada aquella pica en tierra de nadie, la exultación que la titularidad de aquellos dominios le había reportado se fue desinflando en la medida en que pasaron los días y cayó en la cuenta de que, por mucho que se devanase los sesos, era incapaz de encontrar nuevos versos que acompañasen al primero. La tristeza se apoderó de Akio, quien escondió su criatura primogénita de miradas curiosas, comentarios mordaces y ladrones de versos. Una tarde, mientras preparaba el café, cayó en la cuenta de que no es necesario beberlo para comprender su significado: en el aroma está toda su esencia, de igual manera que en su verso había condensado, como en un haiku, toda la Edad Media.

Tras aquella revelación pidió a su editor que publicase póstumamente un volumen sin título que sólo contuviese aquella pregunta. La traducción de esa edición (Cuadernos del Desaliento, 2013) llegó a mis manos una tarde en que, en busca del auxilio de un clásico, me disponía a escuchar ‘Kind of blue’, de Miles Davis. No lo hice. El silencio de aquel verso compostelano parido en Kioto me infundió un reverencial respeto por su editor.

Entonces me pregunté si a Miles Davis, fallecido un año antes de que Matsudaira visitase Galicia, le hubiese gustado que se publicasen, como se ha hecho, las tomas alternativas de la grabación… o que Ashley Kahn se explayase durante páginas y páginas describiendo tediosamente los entresijos —con transcripciones de conversaciones incluidas— de aquellas sesiones. En su ‘Viaje al Harz’, que está a caballo entre la literatura de viajes romántica, la guía Lonely Planet y una sátira costumbrista de época, Heinrich Heine excusa la estructura fragmentada de su obra afirmando que "al final es indiferente cuándo y dónde se ha dicho algo con tal de que se diga una sola vez".

Cuando un músico, escritor o artista concluye la versión definitiva de una obra, debería ser exclusivamente ésta la que llegase al público, siempre que su creador no hubiese dispuesto lo contrario. Si un pintor, por poner un ejemplo, decide mostrar los bocetos de un cuadro, o incluso recalcar con éstos, como parte del proceso creativo, el valor de su obra, estaríamos hablando de un caso diferente. Pero quiero creer que las tomas alternativas de un disco, que por algo se han desechado, deben quedar para solaz nostálgico del músico, quien probablemente no las escuchará, y no para mitificar, vender y desvirtuar una obra. Flaco favor le hizo Max Brod a su amigo Kafka al publicar como apéndice a ‘El proceso’ una serie de capí- tulos incompletos que, aparte de constituir un corpus de calidad notablemente inferior a la de los capítulos hechos y derechos, socavan el hilo argumental con nuevas incertidumbres.

Los espacios en blanco que presenta la obra incitan al lector inquieto a devorar el citado apéndice con la esperanza de hallar en él novedades respecto a personajes tan sugerentes como Elsa, "que servía durante toda la noche en un café y que de día recibía a sus visitas en el lecho". Pero la recompensa que obtendremos por nuestra curiosidad es otra bien distinta: asomados al arroyo nos expondremos a la sigilosa flecha del príncipe cruel.

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