Los niños

El Pontevedra se había hecho el interesante en los últimos tiempos. Había llamado la atención despertado la curiosidad de los transeúntes. Su aspecto, su presencia y su actitud habían cambiado. También su juego era diferente. Parecía otro conjunto distinto al que se arrastraba y sobrevivía como podía a las penurias del invierno. Durante un mes y medio, el equipo granate se labró una imagen, se volvió respetable no solo por su nombre y su riqueza, sino también por su humildad, su carácter, su esfuerzo e incluso su talento. Ayer volvió a ser el mismo de las malas tardes: estuvo mustio, triste, frío, sin flor, como el invierno. El Racing Villalbés lo batió en el peor momento, en el día de la verdad, en uno de esos partidos que separan a los hombres de los niños, como diría el ilustre periodista Ramón Trecet relatando un duelo de baloncesto. El hecho de que el cuadro pontevedrés sea incapaz de competir con plenitud de energías contra sus adversarios del grupo gallego de Tercera genera incertidumbre sobre sus posibilidades reales de pelear por algo más que el pasaporte para el play off. Este curso, el bloque de Milo Abelleira ha alternado buenas actuaciones contra enemigos directos (Ourense en Pasarón, Alondras en Cangas) con otras inexplicablemente desgraciadas (Racing de Ferrol en A Malata, Ourense en O Couto y ahora Villalbés en A Magdalena). La derrota de ayer pone encima de la mesa las viejas carencias de siempre, recuerda que el Pontevedra, por mucho que sus futbolistas y los de los cuadros rivales insistan en lo contrario, no da para más y que la auténtica meta es disputar las eliminatorias por el salto de categoría, creer en alguna religión y encomendarse a una fuerza espiritual superior para que el sorteo sea benevolente. Pero antes de ejecutar esos rezos, los profesionales de Pasarón deberán sellar la tarjeta que les de derecho a actuar en la promoción. Y ofreciendo el rendimiento de Vilalba, lo tienen crudo.

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