Más cine, por favor...

los premios Goya han vuelto a ser la máxima expresión de la decadencia de los sueños como escape de la cruda realidad española. Y si la gente del cine tuvo grandes reflejos para levantar la pancarta de ‘No a la guerra’ en otros tiempos de mayor militancia y finalidad política, se nota que ahora falta compromiso con el ‘No al paro’; el paro que se come España, el superávit de la Seguridad Social y las pensiones. La ministra Sinde dijo que el cine es necesario porque genera mucho empleo. Y a este observador del entorno le parece una frase para lapidar, frase verdadera, sesuda y profunda. Es un razonamiento de Goya y Oscar si no fuera porque el Gobierno al que ella pertenece es en buena parte responsable de la situación que padece este país. También las Pymes generan mucho empleo, pero lejos de tener subvenciones carecen de acceso al crédito porque lo suyo sólo es cultura económica y no cultura ideológica. En el día de los enamorados, Sinde demostró que jamás podría ser la pareja ‘forever’ de Álex de la Iglesia. De amor platónico ni hablamos; y de pareja ideal sustentada en el deseo mucho menos, pues se palpa un rechazo mutuo tan recíproco como evidente. Justo al día siguiente de la gala de los Goya, el lunes de Cupido y San Valentín, la cinéfila ministra dejó deslizar otra frase de inocente malicia al sentenciar que De la Iglesia sólo obtuvo 2 de las 15 nominaciones a las que optaba, sabiendo como ella sabe «lo mal que se pasa en el doble papel de candidato y presidente de la Academia». Claro que De la Iglesia pensará que la ministra es más conocida por ser la aguafiestas antidescargas que por sus películas. Es la responsable de la ley Sinde que consiguió cabrear a todo el mundo, aunque tuviera que pasar por el aro para sacarla adelante. Por ejemplo, dejar que los tribunales cierren o no las webs y ceder en el insoportable canon digital para despojarlo de esa imagen de impuesto revolucionario. La fiesta del cine volvió a demostrar que sin televisión ni internet, la industria de la gran pantalla se aproxima a una crisis irremediable. Es una crisis económica basada en el fracaso de la política de subvención, en la ayuda oficial que identifica cultura con un pensamiento pre-determinado y en consecuencia excluyente. Y también es una crisis creativa y de talento, una crisis de libertad intelectual que el propio Álex de la Iglesia reconoce. Estamos, en definitiva, ante una crisis de sintonía con la sociedad, una crisis de complicidad con los espectadores que piden algo más que reincidentes guiones sobre la guerra civil. Cuando Aute cantó aquello de «cine, cine, cine, cine...más cine por favor», estaba ensalzando un arte de los sentidos y los sentimientos como vehículo cultural de comunicación en un mundo que hoy es global. Los elementos que favorecen esa globalización son la televisión e internet, como partes cosustanciales del propio significado de la grandiosidad cinematográfica. Ante tan noble cometido, debo reconocer que uno se siente molesto con la utilización del cine como elemento de masas y penetración política. Esa distinción entre lo obvio y la excelencia es la que convierte el cine en arte o simple elemento de propaganda.

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