Nélida Piñón: «Nunca he sido tan feliz en mi vida como en Cotobade»

SABE USTED lo que era el libro de horas?, pregunta la escritora con marcado acento brasileño, sonrisa perenne, mirada pícara y directa. Era un libro de oración del Medievo, un libro que la gente de mucho dinero se podía permi tir para rezar, que estaba ilustrado con iluminaciones, esos dibujos extraordinarios. Uno de los más lindos es el del Duque de Berry. Y sigue contando: Me imagino a esa gente arrodillada, rezando. Pero uno también se cansa de re zar, de hablar con Dios, y acaba hablando consigo mismo. Yo he recuperado esa idea en este libro para plantear un diálogo conmigo misma y con la humanidad: una mujer brasileña, del otro lado del mundo, hablando con esa niña europea que fue, sobre la vida, sobre la muerte y sobre el amor. Mestizaje cultural. Yo soy una mestiza cultural. Nélida Piñón Rio de Janeiro, Brasil,  no había vuelto a Cotobade, la tierra de sus abuelos, desde el año . Lo hizo ayer, para compartir una comida con amigos y familiares, algunos de los cuales se pasean por la páginas de sus libros, des pués de visitar el Parque de Arte Rupestre de Campo Lameiro y an tes de presentar su último título, ‘Libro de horas’ Alfaguara, en la Casa das Campás de Pontevedra. Anteriormente, había visitado el lugar donde pasó dos años du rante su infancia, y que marcó profundamente el conjunto de su vida personal y literaria, en , el mismo año recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Candidata permanente al Nobel de Literatura, su obra, reconoci da internacionalmente, también le ha valido el Premio Juan Rulfo  y el Premio Internacional Menéndez Pelayo . Solo exi ge una cosa a la hora de concertar la entrevista: grabadora. 

Desconfía de los periodistas?

En absoluto! Siempre han sido muy generosos conmigo. Por qué habría de desconfiar?

Me ha pedido, primero por teléfo no y ahora antes de comenzar a hablar, que utilice una grabadora.

Ah, eso siempre. Pero no tiene que ver con la profesión, es porque hablo muy rápido. Y hablo muy rápido porque pienso muy rápi do. Insisto en que se grabe porque me permite ofrecer lo mejor de mí misma: disparar y no estar pen diente de que tomen notas, del punto y la coma. La conversación así es más natural, más limpia.

No es de la opinión de Gabriel García Márquez, que decía aquello de que la grabadora oye pero no es cucha y que su uso profesional y ético estaba por inventar.

Y depender solo de la memoria? Me parece un sufrimiento innece sario. Muchas veces ni siquiera se tiene esa memoria imprescindible para ser mínimamente fiel a lo acontecido. No es un instrumento mimético, está condicionado. No copia, rellena en gran parte con invención propia. Pongamos por ejemplo esta conversación que es tamos teniendo ahora mismo: yo tendré una memoria y usted otra distinta. Y es fantástico que esto sea así, que exista esta multiplici dad de versiones del mundo, pero no es fi able, ni fidedigna.

El pasado y la memoria, también la recreada, son puntales de toda su narrativa.

Es cierto. Pero la mía no es una invención deliberada. La memo ria, que acabamos de decir que no es algo fi able, arrastra esa in vención, esa recreación. Forma parte de ella. Es fácil de entender, por ejemplo, que, cuando estoy contando algo que sucedió hace mucho tiempo, de alguna mane ra estoy introduciendo lo que soy hoy. Esta mujer de  cambia, casi sin querer se podría decir, la que fui hace  años.

Sucede en ‘Libro de horas’.

Por supuesto. Es un libro que está teniendo una gran repercusión. Me alegro, porque es muy sincero. Mucha gente piensa que tiene una cierta amargura, una visión pesimista, y no. Yo soy una mu jer solar, pero sé muy bien que pertenezco a una especie que vive en medio de la neblina. No somos capaces de verlo todo. El humano es un ser complejo y difícil de des cifrar. Soy una persona que puede reír, por supuesto, pero también soy una persona consciente de que el destino del hombre es trágico y grotesco. La vida, al fi n y al cabo, es una comedia dramática.

Eso no es pesimismo, es realismo.

Eso mismo digo yo! Soy realista. Y eso no me impide, más bien al palabra lindísima en portugués ¿no cree?, chispas de alegría y de placer en mi vida. Me gusta la gente, conversar con ella, tengo el corazón abierto y sigo pensado que aún puedo querer bien.

Pero si incluso en el libro deposita una gran cantidad de fe y esperanza en sus lectores. ¿Puede tanto la literatura? ¿Puede el arte cambiar el mundo?

No, por supuesto que no puede cambiarlo radicalmente, visceralmente. Pero las palabras contaminan al que las está leyendo. Introduce en su visión una pátina: algo que no tenía antes y de lo que ya no se va a desprender fácilmente. Pongamos por caso la música. Yo soy una enamorada de Wagner, así que hablemos de la introducción de ‘Parsifal’. Escuchas eso y sientes una emoción tan infinita, tan total, que aunque aparentemente quede atrás al salir del teatro, ya la llevas en tus venas. Tu sensibilidad ha sido afectada. Has cambiado, algo ha cambiado, no volverás a ser igual. El arte afecta. Afecta muchísimo. Y su grandeza reside precisamente en que puede afectar a un chino, a un árabe, a una brasileña y a una gallega. Es lo más parecido a un milagro que conocemos. ¿Que otra explicación puede tener que la misma pieza, de la naturaleza artística que sea, pueda conmover corazones diferentes que incluso se odian entre sí? ¿Quién me puede explicar que ‘El Quijote’ sea considerado un loco genial en el mundo entero? Siendo razonables, a Cervantes solo podrían entenderlo los españoles y quizás ni siquiera todos. No conviene olvidar esto. No conviene menospreciarlo. El arte regenera. Es como la cola de la lagartija. Es la revelación de la inteligencia. Es la revelación del conocimiento. El arte es, en definitiva, la gran revelación del sentimiento más hermoso que existe, el amor.

No me dirá ahora que el arte acabará salvando a la humanidad.

(Se ríe) No, querida. Yo sé perfectamente que no es así. No soy una ingenua. Sé de la guerra, de la maldad, del horror del que somos capaces. El nazismo nació y se desarrolló en un país culto con un arte sublime. Entonces, no existen fórmulas mágicas ni garantías. La historia nos ha enseñado eso. No hay ninguna red de seguridad. Así que lo mejor que podemos hacer es mantenernos atentos. Vigilar. Y empezar por vigilarnos a nosotros mismos cada noche. Mi consejo es rezar. Sí, rezar: hablar con nuestra conciencia. ¿Qué he hecho? ¿De verdad era eso necesario? ¿No habría podido hacerlo mejor? ¿No soy en realidad alguien cruel que se cree una buena persona? Somos demasiado laxos con nuestros principios, demasiado negligentes. En fin, dejémoslo aquí porque podríamos acabar debatiendo sobre esto cinco horas seguidas.

Hablemos entonces de Cotobade.

Amo Cotobade.

¿Le ha pedido ya al alcalde, como aparece en ‘Libro de horas’, que arregle la capilla de Borela?

Ah, ya se lo he dicho. [Se dirige a Jorge Cubela, que está en la misma cafetería donde se realiza la entrevista] Jorge, vén aquí, que tienes que escuchar esto. Yo le he dado a Cotobade y a Galicia ‘La república de los sueños’. Creo que no es poco. Lo he hecho con todo mi amor. A cambio pido solamente que se arregle el puente medieval [que ha sido acondicionado este mismo año] y la capilla de Borela [propiedad de la Iglesia Católica]. No es tanto. ¿Verdad? Y no pido nada para mí. [El alcalde comparte un trago de su cerveza con la escritora, sonríe, asiente y dice: «Só vou dicir unha cousa: para min, como para calquera de Cotobade que leu ‘A república dos soños’, Pé da Múa é o meu Himalaya particular»]. Pero quiero el puente y la capilla, no te olvides. Creo que tengo derecho. Son muy importantes para mí. Cotobade es muy importante para mí. Aparece ligado a toda mi vida, a mis libros, apareció en el discurso del Príncipe de Asturias y aparecerá en una fotobiografía espléndida que está a punto de salir.

Solo pasó dos años de su infancia en Cotobade. Sin embargo, todo parece surgir de ese tiempo.

Porque es así. Yo era una piedra limpia. Todas las inscripciones que se realizaron en mi cuerpo fueron aquí. Nunca he sido tan feliz en mi vida, y fíjese que yo no soy una mujer desgraciada en absoluto, como en Cotobade. Aquí fui una niña rural. No olvido jamás que fui una campesina, que trabajaba la tierra, que se escondía detrás de los ‘toxos’, que llevaba en una funda de cuero, que me había regalado mi padre, mi eterno canivete. Una fruta, un pedazo de pan, un pedazo de queso y me sentía la niña más feliz del mundo trepando a los árboles y recorriendo las ‘veigas’ de mi abuela. Me sabía todos los nombres de los sitios y de las casas. Era yo quien iba al patio de la iglesia para sacar puntos: era una gran inventora de pasos de baile. Aquí aprendí los recursos milagrosos de la soledad.

Philip Roth ve cada año, el día que se entrega el Nobel de Literatura , como se apostan periodistas y fotógrafos a su puerta, que luego se van retirando. ¿También le pasa?

Usted misma me dijo hace un momento que yo era una persona realista. Y yo le he confirmado que lo soy. Ese asunto no me incumbe. De verdad que no. Solo puedo decir que estoy muy contenta por los amigos que lo ganan. ¿Qué más le gustaría preguntarme?