No hay mal que por bien no venga

LA MUJER ha irrumpido en el mercado laboral en los últimos 14 años. En los años 90 el índice de actividad femenina apenas rondaba el 26% y hoy ya superamos el 53%. La mujer duplica su presencia en el mundo del trabajo mientras que el hombre rebaja su peso en el mercado pasando de casi un 70% a un 66%. Estos son los datos que ofrece la Encuesta de Población Activa (Epa) correspondiente al año 2013.

¿El responsable de esta situación?, pues esa crisis que nos golpea desde hace ya cinco años y que, como casi todas las cosas tiene dos caras: la que expulsa del mercado laboral a esos cuatro puntos de fuerza masculina y la que obliga a la mujer -no le queda otro remedio- a buscar empleo. No hay mal que por bien no venga.

Para los millones de mujeres que durante décadas han estado marginadas de la vida laboral (remunerada, porque al trabajo gratuito es el pan de cada día) la crisis ha tenido este efecto positivo de participar en la economía con todos los derechos y las obligaciones. Es de suponer, además, que cuando las cosas comiencen a recuperarse, esa fuerza de trabajo femenina se quede en el mercado. De hecho la Epa calcula que si se mantiene esta tendencia la tasa de actividad de hombre y mujeres llegará a equipararse en un plazo relativamente breve.

Esto, que para la batalla por la igualdad es un logro de trascendencia, tiene sin embargo un alto coste. El de una crisis demográfica sin precedentes que, entre otras cosas, pone en jaque a nuestro querido sistema de pensiones. 2014 es ya un año récord con dos caras: la elevada tasa de actividad de la mujer y la drástica caída de la natalidad.

Nuestra población envejece y la mujer cada vez tiene menos hijos y de manera tardía. Si a esto le sumamos la reducción del número de inmigrantes que vienen a España en general y a Galicia en particular tenemos todos los ingredientes para que la crisis demográfica ponga freno a una futura recuperación económica y abra las puertas a una nueva recesión económica.

El desafío por tanto será mantener el ritmo de la incorporación de la mujer al mundo del trabajo sin que ello suponga sacrificar el ser madre y eso no se conseguirá sin políticas serias y eficaces en materia de conciliación.

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