Optimismo

Comprender de qué va la vida es darse de bruces con los versos con los que Jaime Gil de Biedma abre ‘No volveré a ser joven’: «Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde -como todos los jóvenes, yo vine a llevarme la vida por delante». Admito que, hace no tanto tiempo, yo era un realista nato que se tomaba la vida demasiado en serio y que añoraba realizarse (en términos de victoria o fracaso) confiando toda mi dicha a la balanza de la suerte. Pensaba que, aunque la felicidad era un instante que apenas podía percibirse, que acontecía de forma tan sutil que nunca se era consciente de que estaba sucediendo, algún día podría topármela de frente. Sin yo saberlo, me comportaba como esos pesimistas que defienden su apatía asegurando que son optimistas bien informados. Algunas cicatrices después, me he dado cuenta de que el optimismo consiste en soltar el lastre del pasado, en recitar cada día ‘No te rindas’ de Mario Benedetti («Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque lo has querido y porque te quiero, porque existe el vino y el amor, es cierto. Porque no hay heridas que no cure el tiempo») y en vengarse de la vida como más le jode, siendo feliz. Decía Groucho Marx que «reírse de todo es de tontos y no reírse de nada, de estúpidos». Yo elijo simplemente aprender a reírme de la vida. El optimista tiene objetivos y el pesimista solo excusas.

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