Ory, la tristeza indomable

"Su poesía tiene todos los olores, todos los rumores. Hay en ella todos los cambios, todos los vértigos. Hay metanoia, recrearse d otro modo, la revisión constante y el asombro sin fin"

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CARLOS EDMUNDO de Ory tiene muchos poemas sobre la tristeza. En alguno la tristeza es una forma de rebeldía: "Los valores de insatisfacción/ La felicidad no le interesa". La felicidad es conformismo. Ser feliz engorda mucho, como decían en una película. Y la tristeza es un rechazo del mundo real, del statu quo: "Entre los muros de la ciudad del Espíritu/ Elige la juventud del mundo/ perpleja ante los bárbaros eternos".

Ante la mezquindad del mundo busca la inmensidad del mar: "Busco el olor del mar que tañe solo/ entregado al espasmo de la espuma imposible". Ory es un lobo que tañe solitario como el mar, que añora lo imposible". Un lobo contra la domesticación, contra la mediocridad, contra el gregarismo, que ofrece una música desgarradora y salvaje. Por eso su última selección de poemas se titulaba Música de lobo. Era un lobo triste que miraba sin domesticar la mezquindad del mundo.

En Cuentos sin hadas hay un poema en que un niño muy sensible pide que le lleven el mar. La familia está alarmada, el padre ausente ha dicho que no lo disgusten. No saben cómo llevarle el mar, hasta que un hermano propone empezar a llevarlo a la habitación. ¿Tiene que ser todo el mar?, pregunta la madre. El niño decepcionado contesta: haced lo que podáis. Ory es ese niño triste, al que la atonía cotidiana no satisface, que pide la libertad y la inmensidad. Por algo nació en Cádiz.

Ahora es vecino mío en Cádiz. Está en la glorieta de Carlos Edmundo de Ory debajo de los árboles junto al mar. No está en un pedestal inmóvil, está en el suelo moviéndose y lleno de vida y cerca de nosotros. Es mi amigo y quiere decirme cosas impetuosamente, está entre el viento y el mar, no está en un despacho manejando palabras de despacho.

Su poesía tiene todos los olores, todos los rumores. Hay en ella todos los cambios, todos los vértigos. Hay metanoia, recrearse de otro modo, la revisión constante y el asombro sin fin. Siempre fue niño, como cuando tira aerolitos o frases ligeras y reveladoras. Es libre como el aire, lo recoge todo como el aire. Fundó el Postismo, iba más allá de los ismos y los recogía todos. Su obra es la travesura constante, el no conformarse con nada. Carlos Edmundo de Ory dice que escribe "cuentos sin hadas", pero al hacerlo las nombra y las hace vivir en negativo en sus cuentos.

La tristeza a menudo es la grandeza desterrada o perseguida. En un poema dice "soy un rey desterrado en un retrete/ no tengo pantalones y me escondo". A veces es la nostalgia indecible, la saudade gallega o atlántica: "Y este ver tristemente cada día encarnada/ nuestra vida en el tiempo y nuestro rastro". La vida no es solo la pregunta sin respuesta de Cernuda, es un corazón que levanta sus brazos clamando: "La vida es una Y".

Parece que juega, que se burla de lo que él mismo está diciendo. Pero ese tono de juego como en los niños está lleno de seriedad. En el Diario otorga a la literatura cometidos trascendentales, la relaciona con la mística y el esoterismo. Parece que solo es juego, pero tiene pasión. Parece que solo es técnica, pero también es llanto. Juega y asombra, pero de verdad se emociona. Y cree profundamente en las palabras.

La paradoja continua, el hacer música con los temas más impensables, el reventar continuamente la atmósfera del poema, el hacer música con lo que parece más disonante o chillón forma parte de su reinvención incesante, de su negarse a cualquier forma de academicismo o autocomplacencia. Reinventa las formas de amar, de declararse a su mujer, de hablar de sus hijos, de poetizar sobre la poesía. Y es la tristeza insatisfecha la que en el fondo lo anima todo.

La culminación de esa tristeza tal vez sea el poema El rey de las ruinas: "Estoy en la tristeza, Dios mío, qué te importa,/ ya mi casa es un dulce terraplén de locura". En su desesperación —porque todo en Ory es siempre exagerado, hiperbólico— parece que no le importa a Dios. Dice: "Mi casa es un relincho de muerto monocromo/ cuna de remembranza gran rincón de dolor". Remembranza es una palabra clave, recuerdo de un pasado mítico fuera de la realidad, yo digo que la saudade es un tema principal en Ory. Todo en la realidad es sin fuerza, pura fotocopia : "Mi rostro de color negro aguanta la puerta/ y al fin no sé qué hacer con tanta fotocopia".

El rey poeta ha caído de la realeza a la miseria: "¡Estoy en la miseria! se dice la miseria/ por el resuelto abismo subo las escaleras/ del torreón oculto para pedir limosna". Entra y su secretaria le dice que no es él mismo, que ha perdido incluso su identidad. Y él está tan desolado que no sabe ni quién es: "¡Aparición! ¿Quién soy? Te pido yo una cama/ para abrigar mis labios con un sueño anticuado". Se ha vuelto tan monstruoso, tan despojado de sí mismo, que le pide a la secretaria que no se asuste. Parece el colmo de la soledad y de la nostalgia. No sé si estamos con Heidegger y el ser inquieto que no tiene esencia o estamos con el sueño céltico de Kathleen Raine que buscaba su corona desgastada por las playas de Escocia.

En otro poema se extraña con sus labios pegados a la luna de que tenga solo dos manos: "Una escribe una carta a un niño triste/ La otra mano espera siempre espera". La poesía de Ory se nutre de espera profunda y de besos a la luna. Los niños están tristes porque no tienen el mar. El poeta está triste porque no tiene la pasión absoluta. Por eso busca el desbordamiento en el amor. En un poema de amor insólito, desgarrado y en el fondo lleno de pasión le dice a su amada: "Ella es mi escarabajo sagrado/ Ella es mi fondo de amatista/ Ella es mi ciudadela lacustre".

El amor es una forma de plenitud. Pero a veces llega un golpe de tristeza que lo revela todo. Es como los golpes tan fuertes en la vida, de que hablaba César Vallejo. Así ocurre en el poema En el café: "He vuelto ahora sin saber por qué/ a estar triste más triste que un tintero". La saudade entonces se hace desgarradora y chocante: "Estoy sentado ahora en un café/ y mi alma late late/ de sed de no sé qué/ tal vez de chocolate". ¿De qué cosas tiene sed? De esas cosas es de lo que habla la poesía, la poesía las manifiesta. También para Rilke la melancolía era un medio de conocimiento. Pero el poeta se siente abrumado: "No quiero esta tristeza medular/ que nos da un golpe traidor en una tarde". Sí, decía Rilke, lo bello es el comienzo de lo terrible. O tal lo terrible es el comienzo de lo bello.

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