Otoño sangriento

“Seamos optimistas: a lo mejor sobrevivimos al otoño”. Manolo no está en su mejor momento y ayer logró que se me atragantasen los churros. “Además de todo lo sabido, hay un síntoma de crisis muy preocupante: el Rey se ha dejado crecer una barba de días que le sale blanca y le da un aspecto de viejo bohemio despreocupado por los problemas cotidianos. Si él, conscientemente o no, busca evadirse de la realidad, ¿qué debemos hacer los demás sino huir del país?” Lamento contradecir a mi amigo, pero no estoy dispuesto a perderme lo que resta de 2009; me intriga saber cómo resolverá Zapatero el enorme embrollo en qué se ha metido, en qué nos ha metido, con el Estatuto catalán.

Alguien, ¿con qué intención?, ha filtrado que el Constitucional rechazará la denominación de nación para Cataluña y la obligatoriedad de saber la lengua catalana en ese territorio, cuyos políticos han amenazado con desobedecer tal dictamen y, algunos, con replantearse su integración en España. “¡Independencia!”, gritan en varios despachos barceloneses mientras la gente de Moncloa busca un ardid para ignorar la sentencia del Constitucional sin que lo parezca. “Perdone que le interrumpa, Don Arturo, pero ¿qué pasaría si suprimimos el Tribunal Constitucional e incluso la Constitución, que tanto parece estorbar a muchos dirigentes?” Amigo quiosquero, no me obligue a pronunciarme: usted sabe que yo considero a los políticos una casta siempre pendiente de acumular poder, y muy capaces de organizar un lío si de él pueden sacar tajada; pero ¿gano algo al revelar que tan poca consideración me merecen las autoridades estatales como las autonómicas o municipales?

“¿Y yo, guapete, qué consideración te merezco?” Carla, por favor, no me tientes con tus noventa-sesenta-noventa y vístete alguna prenda, que vas a resfriarte. “¿Sabes si las chicas guapas somos grupo de riesgo? Sería terrible que entrase en mi cuerpo el virus de esa gripe tan desconcertante y no se quisiese marchar”. Menuda nos espera con la dichosa pandemia: después de tanto salir en televisión, de tanto mover la melena, la ministra Trini dice ahora que no tendremos vacunas hasta noviembre, después de que media población haya sido contagiada; asegura que no tiene importancia, que sólo mueren los que tenían que morir por ser obesos o haber padecido otras dolencias, pero no explica por qué ataca a los adolescentes y jóvenes, por qué es tan grave en las embarazadas y, sobre todo, por qué no caen enfermos los gerifaltes. ¿Será que éstos ya tienen vacunas en el cajón de su despacho o que el virus, tan coitado, teme ser contagiado por ellos y no se les acerca?

El portero de mi casa dice que ha regresado mucho veraneante y, en efecto, veo que por las calles abundan los rostros morenos y las gorras de capitán de yate; pero también descubro interminables filas de taxis libres, dicen que sobran un sesenta por ciento de los quince mil existentes, y me pregunto qué sociedad es ésta, capaz de pagar anualmente ciento cincuenta mil euros a Belén Esteban mientras el 63% de los españoles no pasan de catorce mil. “Belén es una gran mujer, pero mejoraría mucho sin cabeza, como las gambas”, me dice el chapista, un verdadero sexocéntrico. Otro cliente del bar, albañil que hace chapuzas en Moncloa, me advierte de que Solana no renovará al frente de la política exterior de la UE: “estaba yo rematando un tabique del servicio de chóferes cuando oí decir, por un ventanuco que da al wc de subsecretarios, que el Presidente deseaba vengarse de Solana. ¿Causas? Haberle criticado éste la política energética, pertenecer a otra generación socialista, ser demasiado leído y así. El caso es que Zapatero luchará en Bruselas para evitar su continuidad”.

Acudo al Corte Inglés con Carla por verla consumir, disfruta tanto, y observo que ha desaparecido de su estantería habitual el libro (muy flojo, por cierto) de Anasagasti sobre el Rey: “Una monarquía protegida por la censura”. El empleado me dice que se vendía bien pero que de arriba ha llegado la orden de retirarlo y, oliéndome la tostada, corro a FNAC, donde me sueltan idéntica cantinela; lo mismo me ocurre en Barajas y en las estaciones de ferrocarril, así que acabo preguntándome si es posible que en una democracia avanzada (qué risa) puedan ser silenciadas las voces críticas con la Corona. Me responde Carla con una carcajada, así que en ésas estamos, querido/as.

Por olvidar la próxima subida de impuestos y el error garrafal de Cospedal, refrendado por Rajoy, sobre las no probadas escuchas del Gobierno, acudo a un acto fúnebre: el entierro de Ruiz-Giménez, hombre que pasó media vida haciendo el juego al fascismo, incluso como ministro de Educación hasta ser cesado tras una revuelta estudiantil, y la otra media en permanente arrepentimiento por lo hecho; en esa segunda mitad tuvo actitudes muy válidas en defensa de las libertades y de izquierdistas en apuros, pero yo quisiera destacar la creación de Cuadernos para el Diálogo, por cuyas páginas circulaban pensamientos heterodoxos y un aire general de libertad.

Ruiz-Giménez era demasiado abierto para las camisas azules del franquismo y demasiado vaticanista para los jóvenes lobos del izquierdismo, clandestino primero y en coche oficial después; por eso quedó en tierra de nadie, valorado mas sin cargos de relumbrón, cual predicador lleno de buenas intenciones pero sin chicha.

En el bebedero nocturno hay descojone general a costa de Zapatero, que inaugura la temporada asegurando que “lo peor de la crisis ha pasado” sin descomponer el gesto; sabe él que las palabras vuelan al capricho del viento y que ya Goebbels, precursor de tantas cosas, advirtió sobre la nula diferencia entre una mentira repetida dos veces y una verdad. Poco importan los negros nubarrones que amenazan este otoño (“será sangriento”, dice el quiosquero) si el presidente sonríe. Oremus.

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