¿Papá, por qué somos de izquierdas?

Como ocurría en la Via Sacra romana durante el Imperio, hay un lugar de Madrid donde se cruzan todos los caminos; en él puedes encontrarte con Beyoncé camino de su memorable actuación en un Palacio de Deportes al borde del orgasmo, ver a Rosa Díez con el pregonero que ha contratado o asistir a la pelea de Trini con Chacón por silenciar ésta tres días la epidemia de gripe en un cuartel; segundo y definitivo error de Chacón en poco tiempo, por más que Zapatero y De la Vega la cubran de tierra.

No me preguntéis cuáles son los límites geográficos de tal lugar, en qué cuadrícula del plano se halla, pues resulta más sencillo definirlo por la importancia de sus pobladores que por cualesquiera coordenadas. En él asistí este viernes a los primeros mitines de las elecciones europeas; yo no quería, pero Carla insistió tanto que no supe resistirme.

''Me gusta ser testigo de la Historia y además Mayor Oreja me recuerda a mi abuelito; nunca le votaría, pero oírle tronar contra los socialistas me hace ir de vientre, y eso es muy de agradecer''. Estas chicas de piernas largas tienen un sentido funcional de la política que me fascina: votan como si estuvieran comprando medicamentos.

En el bar de la esquina me piden novedades sobre Camps, ''sabemos que tiene usted contactos en el PP'', y yo intento explicarles que Rajoy, presionado por el Opus, ha dado un paso al frente para defender a los devotos Camps y Trillo con la esperanza de que la Obra le apoye cuando vengan mal dadas, que vendrán.

Cospedal, Soraya y compañía se han difuminado para no pringarse, Aznar y Zaplana se han reunido en Alicante ''para hablar del partido en Valencia después de Camps'', Gallardón ha huído con la disculpa de la Olimpiada y Esperanza dice en confianza lo que nunca afirmaría en público. ¿Entonces, por qué Rajoy da ese paso suicida?

Bueno, Camps le ha jurado que no podrán demostrarle delito alguno, aunque los haya cometido, y le recordó que fue su principal apoyo cuando la Aguirre y sus aliados le tenían rodeado. Uno de los parroquianos del bar, electricista de alto voltaje, dice que a él le cae bien el sastre, ''un currante, como yo'', pero que le ve en peligro, ''los otros tienen mucho que perder y nadie está libre de un accidente'': estas historias inflaman la imaginación de la gente, que cree vivir en el Chicago de la Ley Seca.

Ha de llegar el quiosquero, con tanto fascículo dentro de su cabeza, para poner las cosas en su sitio: ''no perdáis el tiempo en temas secundarios, que los hay de órdago: la ministra Salgado ha reconocido que los bancos han de cerrar oficinas y que veinte cajas están en grave peligro; además la inversión ha bajado un 13% en el primer trimestre, lo que ennegrece nuestro futuro.

Y menos mal que el Constitucional ha autorizado a Sastre y sus compañeros, desde luego afines a Batasuna, para que se presenten a las europeas; todo el mundo tiene derecho a defender sus opiniones.'' Menuda se organizó en el bar con este asunto: Eta y sus asimilados se ha instalado ya de modo tan visceral en la sociedad española (mil muertos son muchos) que es difícil hablar de ello sin alzar la voz. Y antes de que vuelen los vasos decido abandonar el local.

Regreso al lugar de los mitines, donde un orador enumera las ayudas recibidas de Bruselas con cargo a la Política Agraria: entre los más beneficiados están Isabel II, el Príncipe Carlos y el Duque de Wellington, y, por ceñirnos a España, los apellidos Fitz-James Stuart (Duquesa de Alba), Borbón, Conde (Mario), Domecq y así.

El orador clama contra una UE de burócratas sin proyecto y, aunque este cronista sabe que eso es cierto, que el escepticismo se propaga por Europa como la gripe porcina, tampoco ignora que refugiarse en España, reinstalar las viejas fronteras, significa rebozarnos de nuevo en nuestra propia mediocridad, en la charanga y pandereta que nos caracteriza.

Duele reconocer que España es un proyecto fallido por culpa de una clase política robaperas y sin el menor asomo de ambición intelectual; si Franco fue una maldición y Aznar ya está en los libros como un ególatra mediocre, Zapatero muestra cada día su pasión sin límite por conservar el poder: esta semana, verbigracia, ayuda a las televisiones privadas mas no a las empresas periodísticas (¿le molestan los medios escritos, menos dóciles?), cuya situación es crítica, y anuncia unas subvenciones para reactivar la industria del automóvil que de inmediato paralizan las escasas ventas, pues la improvisación es total: mucha promesa pero ¿dónde está el dinero? Ay, España, ahora optando entre Zapatero o Rajoy, siempre entre galgos o podencos.

Camino de la Whisky Line, la mayor muestra mundial de ese licor, me cruzo con una manifestación contra el derecho a abortar: en alguna pancarta se destacan las frases seudocientíficas de la ministra Bibí y la de Zapatero, que calificó de ''interferencia'' la opinión de los padres en el posible aborto de sus hijas menores de edad; con abogados como esos dos poco necesitan los antiabortistas para movilizarse.

Malicio que introducir este asunto en plena crisis económica huele a chamusquina, mas Carla, tan vehemente, me dice que ''sí, pero ahora hay que mojarse''. Bien, añado, pues lo menos que deberíamos exigir a un gobernante es que procure no enfrentar a padres con hijas, sea a favor o en contra del aborto. Demasiado pedir, supongo.

Pasada la manifestación, poco numerosa, me encuentro con un repartidor de octavillas que está acompañado de un niño. Leo una: ''contra el cierre patronal de...'', y detalla cómo ciento treinta trabajadores han quedado en la calle por una decisión fraudulenta. El hombre ofrece un papel a un peatón que carga con dos bolsas de viaje, pero éste le ignora. ''Es un tipo del PP, una cara conocida'', dice al niño. Se llama Juan Costa, preciso. El niño sigue con su mirada al político, que a pocos pasos entra en un Mercedes y entrega las bolsas a su conductor. Y el niño se vuelve hacia el repartidor: ''¿Papá, por qué somos de izquierdas?''

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