Ponte do Couto

Cada hora y media se escucha circular uno con suma nitidez. El ruido resulta inconfundible para cualquiera. Para un niño, que todavía debe seguir allí, esperando que ocurra algo más que un tren pase por encima del techo de su humilde infravivienda, ese hecho ya no produce el típico entusiasmo infantil. No suelen temblar los cimientos de su chabola por que ya no existen desde su construcción. La arquitectura de supervivencia no dio para mucho más que unos tablones, a modo de pared, y unas tejas viejas que componen el techo. Aunque, seguro, que con tanta lluvia y humedad invernal alguna gotera se cuela con indiscreción hasta la cocina.

Rodeado por un río y un frondoso micro paraje de vegetación discurre la vida de aquel crio que no alcanza los ocho años. De tez morena y vestido con una camiseta de azul, decolorada por las múltiples puestas, complementa su indumentaria con un pantalón gris que no conjunta pero viste lo suficiente como para no pasar frío cuando cae la tarde.

Persigue a su madre, quien se dirige a lavar la ropa a mano. Lo hace con una tabla en la mano que él mismo ha elaborado para tener un juguete con el que ahuyentar el aburrimiento de vivir en medio de la nada, sin apenas nada. Ir al colegio es toda una ilusión aún incumplida. ¡Bienvenidos al Ponte do Couto, Pontevedra!

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