«Que se vea bien su cara. Ahora se la tapa porque es un asesino y se llevó dos vidas»

Las primeras muestras de duelo que recibió la familia en Figueirido. d. freire
photo_camera Las primeras muestras de duelo que recibió la familia en Figueirido. d. freire

Decenas de personas se congregaron ayer a partir de las tres de la tarde en la casa de Figueirido en la que vive la madre de la fallecida y en donde ella misma residió durante las últimas semanas. La preparación para un velatorio que se presume de dos días arrancó a las tres de la tarde, con la llamada que confirmaba la aparición del cuerpo de la mujer. Se prevé que cientos de allegados participen en las jornadas de luto, según la tradición gitana. Y la casa de Figueirido será la sala velatoria en donde se desarrolle esta actividad.

Sus primas venidas de Vigo, que afligidas esperaban conocer la hora de la llegada del féretro, una vez completadas las tareas relativas a la autopsia, explicaron que esta semana se cumplirían tres meses desde que María Luisa, conocida por todos como «la Lupe», decidió volver con todos sus niños más pequeños a la casa de su madre, María de la O Jiménez, viuda desde hace seis años y afincada desde hace décadas en Vilaboa.

Lupe volvió porque los problemas con su marido, José Luis Cortiñas, Pepe, iban en aumento y su resistencia, en cambio, estaba disminuyendo con el tiempo, después de 23 años de matrimonio, pero fue la madre la que dio el permiso para la acogida y lo hizo en otro momento dramático de la historia familiar: en esa fecha (mañana jueves se cumplirán tres meses) habían perdido a una de las hermanas pequeñas, de 29 años de edad, víctima de una enfermedad degenerativa. La hermana de Lugo llegó para velarla y con la idea de no volver al domicilio conyugal, causa por la que sus pequeños fueron matriculados en un centro escolar del municipio al poco tiempo.

Ese es el motivo por el que la familia estaba de luto ya el domingo, cuando Lupe partió precipitadamente para Lugo, -apremiada por un marido que la forzó de malas maneras a ello, según la familia- con la idea de regresar en unas horas, y la causa por la que ella misma lucía ropas negras.

Las mujeres de luto no pueden salir en las fotos ni hacer declaraciones, pero las desgracias que caen sobre otras desgracias parecen surtir un efecto anestesiante incluso sobre el dolor. En la casa familiar de Figueirido, todos los que no habían ido a Lugo a seguir los avances de la búsqueda o a colaborar en los rastreos -si la Guardia Civil lo permitía-, mascaban la indignación.

«Llévate su foto, y que se vea bien su cara, sácala bien grande porque ahora se la tapa, pero queremos que le vea todo el mundo, que se vea su cara de asesino, porque se llevó dos vidas: la suya y la de un niño que iba a tener», clamaban unos y otros. La imagen de Lupe joven y radiante, el día de su boda -con catorce años-, o la de la sonriente mujer que se dejaba retratar con el móvil contrasta con la descripción que sus hermanas, primas y primos hacen de lo que fue su vida.

Madre de seis hijos, esperaba un séptimo vástago, pues según confirmó la utopsia estaba embarazada de seis semanas. A sus 37 años, con sus dos hijas de más edad (20 y 17 años) ya casadas e independizadas, era abuela de dos nietos menores de dos años.

Con ella se trajo al resto: un bebé que acaba de cumplir un año estos días, un niño que apenas pasa de dos y otras dos niñas de seis y once. Todos dependían exclusivamente de ella, pues, según la familia, el padre «no trabajó nunca. Vivió de su mujer y la amargó, eso fue lo único que hizo. Y no entendemos como pudo matarla, aun por encima», señaló una prima primera, llegada para el velatorio. Otros parientes afirmaron que él tuvo empleos esporádicos en ocasiones anteriores, aunque ninguno estable como fuente de ingresos.

Lupe se casó con 14 años con Pepe, que era unos seis años mayor que ella. Su madre dijo ayer que «él la hizo mujer». Pepe vino de Lugo y se habían conocido en otra boda. Inmediatamente, ella cambió su lugar de residencia y se fue a la provincia de la familia del marido, en donde acabó siendo copropietaria de la casa en la que residían en el barrio de Casás. Los de Figueirido señalan que, aunque la Guardia Civil tenga constancia de una denuncia previa por parte de terceras personas, «la familia de él no hizo nada por ayudarla, aunque sabían lo que pasaba».

Ella vivió de vender en los mercados «iba los que podía, y no vendía mucho: ropa usada y algunas cosas que le daban en la iglesia, pañuelos o calcetines... Lo que saliera».

Ruptura

La ruptura de la pareja, que pudo deberse a los problemas de él con la droga, parecía definitiva hasta la aparición de Pepe, el pasado fin de semana, en la casa familiar. Madre y hermanos reconocían el lunes que, en los reencuentros, «de día la cosa iba bien, y de noche mal» y que el conocimiento del embarazo y los celos de él acabaron de obrar la tragedia.

La sociedad gitana es muy patriarcal, pero en el entorno de la casa de María de la O, madre de la víctima, la gran mayoría son mujeres. Ella tiene mayoritariamente hijas, y, según señalaron ayer, incluso ha adoptado a una sobrina de corta edad.

Ayer, tíos y abuelos de la víctima la lloraban en el interior de la vivienda y el goteo de miembros de la comunidad era incesante. Uno de los primeros en llegar al lugar, Sinaí Giménez, destacó la entereza con la que estaban soportando unos hechos tan duros y la confianza de esta familia en la justicia. «Son muchos de ellos gente joven y saben como actuar», indicó.

«Dentro de poco habrá aquí más de mil personas», explicó Sinaí Giménez, en previsión de que el velatorio se convirtiese en un acto multitudinario.

«La justicia de los payos». En las horas previas a la aparición del cuerpo de la fallecida se habló de la posibilidad de que la familia se desplazase a Lugo para vengarse del agresor. Ayer, los que se quedaron en Pontevedra, entre ellos las hermanas, desmentían tajantemente estas suposiciones. Al parecer, nadie de los Jiménez se habría presentado en la ciudad de Lugo.

«Eso lo hace alguna gente, pero nosotros no somos así. No lo haremos. Tenemos que confiar en la justicia de los payos. Eso sí, queremos que se aplique sin permisos ni concesiones», clamó la hermana más pequeña de Lupe, Débora, de 22 años. «Que esté cincuenta años en la cárcel y que se pudra allí, o si no, que nos lo dejen a nosotros», pedía una prima, mientras otro allegado se lamentaba «normalmente, a los quince años ya están fuera. No es justo. ¿Por qué se mata a una mujer? ¿Qué daño hizo ella?».

Otra de las hermanas, Azucena, se desplazó a Teixeiro. Allí la tensión se multiplicaba a medida que avanzaban las horas y las mujeres clamaban justicia cada vez que un periodista les pedía declaraciones. Azucena se refirió a la familia de Pepe y pidió lo que horas más tarde se confirmaría: la exclusión de los allegados del ejecutor de su hermana. «Que no quede esa gente en Galicia».

María Luisa, que deja huérfanos de muy corta edad, había tenido trabajos en la venta ambulante vendiendo «lo que podía»

La madre de la víctima

«Él se metió en la droga y empezó a hacerle la vida imposible»

A pesar de su edad, de ser viuda y de tener hijos y nietos que atender y una gran desgracia sobre sus espaldas la madre de la víctima, María de la O Jiménez, no se resistió a viajar ayer a Lugo para seguir de cerca los trabajos de búsqueda de su hija fallecida.

Con 14 años la casó, y, según contó ayer, la pareja estaba muy enamorada. Tanto, que el momento en que se descubrió que la relació hacía aguas no fue hasta hace poco más de un año. Antes, la suegra dice que «siempre la trató estupendamente, hasta que ella empezó a llevar malos tratos por su parte».

Ella presume que la droga estaba detrás del deterioro de esta relación, y, de hecho, explica que, desde el momento en que Pepe se dejó arrastrar por la adicción «ya nada fue igual. Se metió en la droga y empezó a tener pajaritos en la cabeza. Pensó que todo el mundo se enamoraba de La Lupe y comenzó a hacerle la vida imposible».

De hecho, la mujer afirma que la vivienda que compartían en la calle Orquídea del barrio de Casás fue objeto de una redada en el mes de noviembre de 2013, momento en que ella decidió que tendría que poner tierra de por medio. De hecho, poco antes de su partida comunicó a los Servizo Sociais del Concello de Lugo que iba a estar un tiempo fuera. Había sido usuaria del mismo, aunque no dio más explicaciones.

María de la O se reserva sus palabras más dulce para la hija recién perdida: «Era una ama de su casa, cocinaba bien, y nunca llevaba los niños puercos. Mi hija no tomaba drogas, no fumaba, no era alcohólica y era buena madre para sus hijos y buena para sus hermanos. Era muy divertida y alegre y siempre tenía la sonrisa en la boca». Las fotos que la familia exhibió desde el primer instante, cuando empezaron a recopilar material para la posible búsqueda si estaba retenida, dan buena prueba de ello, pues en todas expresaba esa alegría.

Comentarios