Reír

Aunque soy un amante del chiste guarro y casi me muero de placer al escuchar a un obrero andaluz gritarle a una minifalda con piernas «‘Quilla’, que no tengo pelos en la lengua porque tú no quieres», desde que trabajo en esto de la prensa he venido degradando hacia un tipo de humor léxico de baja calidad que adorno con ostentosas carcajadas solitarias. Y no se vayan a creer que este reciente rol de estúpido integral es un intento fallido de lograr chascarrillos inteligentes, fruto de un aislamiento mental demasiado profundo o, sencillamente, de una enfermiza envidia de la felicidad que exhiben los tontos de la pandilla (en algunas, todos sus miembros lo son). Ya quisiera yo ser como Arguiñano, capaz de cocinarse unos huevos escalfados mientras deja caer algunos clásicos: «Hombre invisible busca mujer transparente para hacer lo nunca visto» o «¿Sabéis cómo se dice divorcio en chino? Chao chochito chulín». Lo mío es más bien una fuerte ración de optimismo, un reírme de todas las cosas que comienza con el personaje del que me resulta más sencillo (conmigo mismo) y que ha derivado en un constante ‘brainstorming’ que impide a mi novia ver una película sin tener que escuchar joyas como ‘Robert Brownie Junior’ o ‘Muesli Snipes’ mientras me rompo la caja. Al fin y al cabo, la vida es un poco como ese legendario grupo de Facebook: ‘Somos tres y con Harrison Ford’.

Comentarios