Rilkificación en Toledo

En Toledo nadie habla de Rilke. Hay una mcalle dedicada a Maurice Barres, un carca francés del que nadie se acuerda, pero nada de Rilke

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SI GREGORIO Samsa se transformaba extrañado en un insecto yo en mi juventud me convertí en un bicho rilkiano en Toledo. "Dios mío, ¿cuántas cosas me han gustado porque trataban de ser un poco esto, porque había un poco de esta sangre en su corazón? ¿Y ahora el todo? ¿Cómo saber si lo soportaré?". Es lo que escribía Rilke al llegar a Toledo. Deseó ir desde que vio una vista de Toledo de El Greco en Munich. En París le dijo a Rodin que tiene que ver la ciudad de El Greco.

En la iglesia mudéjar de San Román escuchaba con pasión el coro de los monjes. Decía que detrás de ellos se podían oír las voces de los ángeles. Ahora en la iglesia está el Museo de las Peregrinaciones. Y yo peregrino para sentir a Rilke.

Se quedaba asombrado con las cadenas colgando en la iglesia de San Juan de los Reyes. Decía que una mano misteriosa lo había conducido hasta allí, en Duino le habían dicho que encontraría una iglesia con cadenas sangrientas. Eran las cadenas de los cristianos cautivos de los musulmanes que liberaban los monjes trinitarios. Eran un símbolo de libertad y exaltación. Como la que él simbolizaba en los ángeles.

En el puente de San Martín le pareció haber visto una estrella fugaz. Cuantas veces he querido yo sentir lo mismo en ese puente, lo he mirado con humildad para que me ocurriese algo. Fui a Toledo a los 23 años, pasé veinte días allí para seguir a Rilke, para tener las mismas visiones que él. Para que la vida me resultara tan intensa como a él.

Hablaba con entusiasmo de la calle del Ángel, que sale desde San Juan hacia el centro de la ciudad. Es una calle estrecha, flanqueada de callejuelas secretas, que hace curvas, a la que se asoman balcones con hortensias. Parecía una calle para ángeles silenciosos, en ella le parecía que el recorrido se correspondía con su nombre.

Tal vez sea mejor así, que nadie hable de Rilke en Toledo, que no lo manoseen con chorradas y frases hechas, con ruidos, con celebraciones grasientas


Le entusiasmaba pasear por la calle Santo Tomé. Ahora está llena de multitudes de turistas que compran recuerdos convencionales, pero también tiene placitas bajo árboles líricos, iglesias secretas, pasajes a lo desconocido, balcones inesperados, ventanas curvas llenas de gracia, recuerdos de épocas destiladas. El pasado tiene encanto porque es levedad y memoria, porque se ha eliminado lo que sobraba. Como Rilke hace en sus versos.

En la catedral lo exaltaban las rejas llenas de gracia, el órgano que convertía las naves en música. Y lo maravilló el gran fresco que representa a San Cristóbal. Ningún San Cristóbal en ninguna otra parte tiene esa ingenuidad y frescura, esa gracia profunda. Escribió un poema donde el santo se queda traspuesto ante un niño extraordinario, no era capaz de comprenderlo: "Hasta que el mismo acento instándolo otra vez/ le hirió en su recatado interior".

Acudía todos los sábados a la iglesia de San Lucas, bajando por la calle del Pozo Amargo. Según la leyenda la Virgen y los ángeles acudían los sábados a cantar en San Lucas porque el encargado no quería hacerlo. San Lucas es el lugar más rilkiano que pueda concebirse, la iglesia sobre una plataforma da sobre el río Tajo, desde su plataforma se aprecian los farallones rocosos en el Tajo, al lado hay un recinto mágico con un arco mudéjar lleno de gracia y una casa con fuentes, se respira un silencio que todo lo transfigura. Sentado en un banco leí el texto de ‘Poemas tempranos’, dice: "Esta es la nostalgia, habitar en la ola/ y no tener patria en el tiempo. Y estos son los deseos, quedos diálogos/ de las horas cotidianas con la eternidad" . Y después bajé al Tajo y había un embarcadero y se veía la Casa del Diamantista y jugaban cisnes y patos y al lado unos niños que jugaban a atraer con nombres a los cisnes parecían prodigiosos y originales como Rilke.

Vivía en el hotel de Castilla, un hotel elegante de estilo neogótico que estaba en la plaza de San Agustín, escondida detrás de la plaza de Zocodover. Ahora es la tesorería de la Seguridad Social y algún cursi mandó pintarlo de rosa. Por aquella puerta con arco conopial salía silencioso todas las mañanas para dar sus paseos fervorosos y transformaba la ciudad con su mirada y la convertía en una mística sin doctrina, en intensidad y en asombro. La ciudad era como esas mantelerías de piedra que él había apreciado en otros momentos en Brujas. Y ahora me sentaba yo en la plaza escondida a tomar una cerveza y me sentía íntimo como Rilke.

Se escondía a menudo en la Plaza de los Montalbanes. Es una plaza diminuta, está al final de un callejón sin salida, me costó cien preguntas llegar a ella. Al final hace un codo y hay un espacio por sorpresa a la derecha. Parece que en ella se acaba el mundo, que solo se puede mirar hacia arriba. Ahora la afea una terraza con sus toldos vulgares, pero hay detalles sutiles que hablan de silencios, pequeños toques rilkianos.

Toda la ciudad era un retrato de Rilke. Igual que su poesía lo adensaba todo, también todo se adensaba en los laberintos de Toledo, parecía secuestrada por el río en un recinto de pasión y precipicios. Allí escribió el poema ‘A la esperada’: "Ven cuando debas. Todo esto/ llegará a través de mí hasta tu aliento". Allí todo lo que él había esperado con pasión podría por fin manifestarse. La esperada era Toledo: "Cuando pienso cuanta ternura/ ha sumergido en la sangre, en la sangre silenciosa del corazón/ de tantas cosas que he querido sin estremecimiento".

Pero en Toledo nadie habla de Rilke. Hay una calle dedicada a Maurice Barres, un carca francés del que nadie se acuerda, pero nada de Rilke. Tal vez sea mejor así, que nadie hable de Rilke en Toledo, que no lo manoseen con chorradas y frases hechas, con ruidos, con celebraciones grasientas. Que lo dejen como un secreto intenso para nosotros. Para mí, que siempre tomé la ciudad como un templo de Rilke. Yo no creo en profetas ni en doctrinas, pero Rilke es mi profeta, y la verdadera religión es la poesía, y la sabiduría y la magia y la salvación están en los poemas de Rilke. Y si Greogrio Samsa se transformaba en un insecto yo me convertí en Toledo en un prodigio rilkiano. ¿Para qué entonces reclamar homenajes, nombres de calles, celebraciones, es mejor así, la pasión secreta, como cuando en 1979 me metí veinte días en el Hostal Las Armas que ya no existe y pensaba en ser un escritor que asombraría al mundo entero y mandaba colaboraciones incendiarias a El Progreso de Lugo.

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