Roszak y los centauros

Me acuerdo de tu libro ‘El nacimiento de una contracultura’, Theodore Roszak, allí criticabas al lado de los más vivos la tecnocracia...

Acceda a todos os contidos da última edición do suplemento 'Táboa Redonda'

ME ACUERDO de tu libro ‘El nacimiento de una contracultura’, Theodore Roszak, allí criticabas al lado de los más vivos la tecnocracia, la tiranía de los técnicos, esos tipos que planificaban la vida de todo el mundo, que lo calculaban todo, que llenaban el mundo de artilugios, y se los hacían tragar a todo el mundo, criticabas el consumismo como una alienación y un vacío, como un olvidarse a sí mismos, la cosificación de todo, el convertirnos a todos en máquinas programadas, hablabas de la liberación, del viaje a Oriente y otros espiritualismos refrescantes, de la búsqueda de la utopía y la imaginación, de los ojos de carne contra la falsa conciencia objetiva y los métodos despiadados de la ciencia.

En uno de los capítulos hablabas de «una invasión de centauros», es decir, de todas las formas de vitalidad, de sorpresa, de rebelión, de contradicción, de pasión, criticabas: «Se ha impuesto la tendencia a considerar todo aquello que la conciencia no pone a disposición de la manipulación matemática como cubo de basura cultural que hay que arrinconar como lo inconsciente, lo irracional, lo místico», decías que había una invasión de lo subjetivo, de lo no manipulable, de lo que no cabe en el objetivismo brutal de la ciencia y la técnica, de las fuerzas misteriosas, de nuestros mitos más profundos, de lo que yo llamé en un libro «las fuentes del delirio», que ya había tenido sus anticipaciones en el romanticismo, en el surrealismo, y que entonces en la contracultura tenía otra manifestación entusiasta, esperanzadora.

Yo comenté en un artículo como en ‘Palas y el centauro’, de Boticcelli, la diosa Atenea de la lógica pretende domesticar al centauro y convertirlo en un animalito de salón, pero ahora han hecho con él algo mucho peor, lo han convertido en una máquina con sus programas, con sus mecanicismos, con todo previsto y controlado, han pretendido eliminar al centauro para siempre.

Y en los últimos treinta años la tecnocracia ha recuperado el poder absoluto, su poder ha llegado hasta unos límites impensables y sigue creciendo, le ha comido el coco a la inmensa mayoría de la población, que consume dócilmente de una forma glotona máquinas nuevas cada media hora, los negociantes se aseguran de que quede obsoleta enseguida para que haya que comprar otra, y todos siguen el plan como perros amaestrados, y se ha extendido la noción de que solo importa lo fabricable, de que todo puede fabricarse, incluso los libros, las personas, la misma vida, la vida no existe como tal, es algo fabricable, solo existen formas sofisticadas de lo fabricable, todo es un producto de masas, y pensamos que no hay nada fuera de la máquina, las máquinas pueden fabricar el amor, la melancolía, el recuerdo, con tal de que sean rentables, todo ha de ser rentable y controlable, las grandes  corporaciones han de tenernos como cerdos en granjas donde tragamos máquinas al por mayor, y no tenemos que salirnos de ese plan, porque si no estamos locos, o somos desestabilizadores, o somos carcas, los tecnócratas nos tienen bien dominados a todos, y nadie cuestiona su dominio, y a la gente le gusta hablar por teléfono con una maquina (Opción 1, Opción 2) y no con una persona, le gusta comprar el billete de metro a una máquina y no a una persona, le gusta que un robot haga las cosas y no las personas, le gusta lo mecánico más que lo vivo.

Por eso, Roszak, tienes que venir otra vez, algunos aún nos acordamos de ti, y si no somos algunos soy yo solo, como contestó Vicente Risco cuando escribió ‘Nosotros, los inadaptados’, todos empezaron a desmarcarse, entonces dijo que sería «yo, el inadaptado», pero todos lo necesitamos, tienes que traer a los centauros otra vez, a los que no quieren tragar y tragar, ser controlados por los lapitas dorios que representan la civilización racionalista y mecánica, el someterlo todo a la lógica, a la Opción 1-Opción 2, el negar todo misterio y toda vida, y toda creación y toda inspiración, todos necesitamos a los centauros para que pataleen y sorprendan, para que vivan y escriban con las patas y las ancas y la naturaleza y no solo con la mente, para que recuperen todo el sonido misterioso de la naturaleza, para que traigan pasión y entusiasmo a nuestros gabinetes, que ahora ya ni siquiera son gabinetes, son laboratorios y paneles del ordenador universal que lo controla todo, y que impulsen un poco la sorpresa y la alternativa, que no todos quieran comprar dócilmente la última máquina solo porque es la última máquina, y llenar la casa de artilugios y tecnificarlo todo, y que alguien prefiera hablar con el que tiene al lado y no mirar por el móvil, que alguien prefiera follar antes que consultar el ordenador, que alguien corra por los bosques en lugar de tragar artilugios sin fin, que alguien se aparte de esta cadena infinita en que todos dicen sí, sí, Roszak, trae otra vez los centauros y trae otra rebelión contra la tecnocracia, aunque sea una rebelión pequeñita, que alguien toque el piano sin planes, que alguien sienta algo de verdad sin pasar por ninguna máquina, que alguien se acuerde de sus sueños sin intentar racionalizarlos, que alguien use sus piernas y no solo el coche, que los hombres no queramos suicidarnos para entregarle el mundo a las máquinas, aunque manejen millones de datos, crucen millones de circuitos, hagan mecánicamente millones de operaciones mecánicas, es curioso, incluso se dice que tienen emociones, porque imitan los gestos externos de las emociones ya tienen emociones, incluso algún imbécil dice que tienen religión, porque hacen los gestos externos de la religión, todo se ha vuelto externo y se niega todo lo interior.

Un día iré a verte a San Francisco, o a ver tu sombra, a seguir tus pasos, Roszak, visitaré la universidad de Berkeley donde lanzabas tus enseñanzas, me acordaré de ti que dentro del mundo académico minabas el academicismo, ponías dudas en el cientificismo ilimitado, defendías la vida y la creatividad contra la tecnocracia que pretendía fabricarlo todo y controlarlo todo, igual que tus cofrades: Paul Goodman, que defendía una sociedad visionaria; Allen Ginsberg, que aullaba con la santidad de su cuerpo; Jack Keroauc, que se iba a buscar la iluminación en las montañas de California; Mark Rothko que practicaba la mística en sus cuadros con superficies de colores evanescentes; todos aquellos que defendían el espíritu y la naturaleza, y no el absolutismo de la técnica.

Comentarios