Roth contra la simpleza

El tema de 'Me casé con un comunista' "son los afanes y derrotas de sus personajes, y lo otro es el decorado"

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ACABO DE LEER ‘Me casé con un comunista’, de Philip Roth, que junto con ‘Pastoral americana’ y ‘La mancha humana’ compone su llamada Trilogía Americana, un retrato de la Norteamérica de la segunda mitad del siglo pasado.

Roth es un escritor que se estudiará como uno de los clásicos de nuestra época. Uno de los primeros que me vinieron a la mente cuando lo del Nobel a Dylan. ‘El lamento de Portnoy’ y ‘El teatro de Sabbath’ bastarían para probarlo, aunque no hubiese escrito nada más y a pesar de las decenas de inaguantables páginas que en ‘Pastoral americana’ dedica a explicar detalladamente cómo se confeccionan unos guantes. Y en ‘Me casé con un comunista’ vuelve a demostrarlo al llevar la observación de los protagonistas, de sus comportamientos, a un nivel de lucidez fascinante; al explicar sus personalidades hasta la capa más profunda, y además hacer que nos las creamos.

El libro gira en torno a una escandalosa denuncia en la época del mccarthysmo —«la primera floración de posguerra de la irreflexión norteamericana que ahora se evidencia en todas partes»—, y por tanto habla de política, pero no es ese el tema. Porque el tema son los afanes y derrotas de sus personajes, y lo otro es el decorado. Y precisamente esa diferencia entre individuo y sociología es la que subraya cuando condena la simplificación de las críticas y los juicios que nos rodean, y cuando insiste en la contraposición entre política y literatura, entre un militante y un escritor: «La política es la gran generalizadora y la literatura la gran particularizadora. En tanto que artista, el matiz es tu tarea. Tu tarea no consiste en simplificar. Sigue siendo la de elucidar la complicación, denotar la contradicción —y ver dónde, dentro de ella— se encuentra el ser humano atormentado. Permitir el caos, dejarlo entrar. De lo contrario, produces propaganda».

Porque el valor de la literatura, su validez universal, surge, paradójicamente, de esa particularización, que es la que nos permite vernos de cerca y en toda nuestra complejidad. No nos amoldamos a un esquema al pensar, al sentir ni al actuar. No lo hacemos, por muchas referencias que compartamos. La vida no simplifica, y por tanto la literatura tampoco debe hacerlo. No debe ofrecer atajos a través de la maraña de nuestros sentimientos, de nuestras relaciones ni de nuestras ideas, sino todo lo contrario: somos, eres, soy todo esto, nada menos.

Y el compromiso del escritor, según Roth, es hacernos sentir parte de una inagotable variedad, mantener vivo, en un mundo burdamente homogeneizador, lo particular, lo individual. Lo humano.

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