Rastro de monte queimado

Ruta por la tristeza

Tras el infierno del pasado domingo, Pontevedra es una provincia herida. Donde antes había verde, ahora solo hay negro

Miércoles, 18 de octubre. Han pasado tres días desde que el fuego se ensañó con la provincia de Pontevedra. Los termómetros han bajado 15 grados hasta colocarse en las temperaturas propias de un otoño normal y el día comienza con lluvia. La lluvia que no llegó el pasado domingo. La lluvia que no puede enfriar los recuerdos del fuego, ni borrar las huellas de su violencia, ni devolverle a los montes el verde arrebatado. Ahora todo es negro. Hasta las piedras. A falta de señales, muchas de ellas chamuscadas por las llamas, son el negro y el olor a naturaleza muerta los que guían una ruta por los lugares que el domingo se cubrieron de un cielo abrasador y rojizo. Una ruta marcada por la tristeza.

Ni siquiera el sol, que a media mañana acaba por salir, ni el cielo, que, finalmente, vuelve a ser azul, pueden aliviar la desolación que provoca contemplar los destrozos del fuego. Desde Vigo a Cotobade, pasando por Nigrán, Salvaterra, As Neves, Ponteareas, Pazos de Borbén, Soutomaior, Ponte Caldelas... todos ellos escenarios del infierno, son ahora lugares fantasmagóricos, con paisajes tan irreales como un plató de cine. Si la tierra, todavía caliente, emana nubes de humo, entre los que el domingo sintieron el empuje de las llamas en sus casas aflora la rabia, la indignación y, sobre todo, la pena.

Algunos, al recordar lo vivido, hablan de "miedo", de "pánico", de "lo nunca visto". También de "solidaridad". Al enfrentarse al paisaje, solo pueden decir que "es una tristeza", "una injusticia"... Otros callan, dejando que el silencio lo diga todo. Y es que resulta difícil saber si las palabras sobran o faltan.

Pese a todo, y aunque la jornada del domingo está presente en todas las conversaciones y en todos los rincones, cada uno de los lugares afectados recupera poco a poco el pulso de la cotidianidad: los estudiantes ya están en las aulas; los montes, pese a su negrura, vuelven a acoger paseantes y ciclistas entre sus senderos; los tendidos eléctricos quemados comienzan a ser reparados; los peritos de las aseguradoras evalúan los daños de los afectados... No faltan, eso sí, numerosos curiosos que con sus móviles buscan una buena fotografía para informar de la que es, desgraciadamente, la noticia de la semana.


Celso Rial, Chadebrito:
"O lume rodeou a casa e a Guardia Civil mandounos para Vincios. Pensei que ardería todo. Meu fillo caeu dun piso a outro da casa e quedou atrapado desde as seis ata as tres da mañá"


VIGO-NIGRÁN. El recorrido comienza en la ciudad olívica, concretamente en Fragoselo, la ‘zona cero’ de Coruxo. La subida al monte, todavía humeante, ofrece un paisaje devastado. Ambos lados de la carretera están completamente calcinados y los árboles, antes frondosos y vigorosos, se muestran ahora desnudos y doblados, como si pidieran clemencia.

No menos desangelada es la estampa que ofrece otra de las colinas viguesas, O Cepudo, en la parroquia de Valadares, desde la que, además de unas vistas inigualables de la ría con las Illas Cíes al frente, se divisa ahora la cara más triste y enlutada del Monte Alba, donde el miércoles todavía trabajaban los servicios de mantenimiento de electricidad para reparar las conexiones averiadas. Solo un ciclista vestido con prendas fluorescentes que circula por la zona y alguna pequeña ‘isla’ verde donde el fuego no pudo entrar ponen color a la imagen.

"Desalojaron todo -cuenta Carlos Rial, del restaurante Mirador do Cepudo, después de recibir a un perito de su seguro-. A mí me dejaron subir a las ocho y media de la tarde y pude cerrar el tanque de propano. Metía miedo. En un ‘plis’ se fue todo. El fuego venía volando. Mi restaurante se salvó porque la ladera del Cepudo había sido saneada hace poco. El fuego pasó por encima. En otros sitios como San Andrés de Comesaña, Freixo o Matamá fue terrible. Se oían explosiones y a la gente gritar de pánico".

Además de los efectos del fuego en esas parroquias, desde el punto más alto de O Cepudo también se divisa Chandebrito, la parroquia de Nigrán donde fallecieron dos de las cuatro víctimas mortales de la ola incendiaria y parada obligada para los periodistas. De hecho, tras las visitas de los políticos el martes, solo los clics de las cámaras rompen el silencio que reina en la zona. La que el domingo fue una trampa mortal para Maximina Iglesias y Angelina Otero y un escenario de pesadilla para sus vecinos es ahora una aldea en stand-by, conmocionada por la tragedia. Vigilada por el monte de O Castro, hoy, como todos, negro y desnudo, apenas se ve gente por sus caminos.

Celso Rial, de 75 años, es uno de los pocos lugareños que, acompañado por su perro, se deja ver por la zona. Natural del barrio de Pracíns, asegura que nunca vio nada igual. "O lume rodeou a casa e a Guardia Civil mandounos para Vincios. Pensei que ardería todo. Meu fillo caeu dun piso a outro da casa e quedou atrapado desde as seis da tarde ata as tres da mañá -relata con emoción-. Agora as fincas case non se coñecen porque os camiños están barridos. Había unha plantación de árbores frutais preciosa e está destrozada. E tiñamos un pouco de madeira e agora haberá que vendela toda por nada", lamenta.

AS NEVES. Tras dejar atrás Vigo, Salvaterra do Miño ya ofrece un adelanto de lo vivido en el concello vecino de As Neves, donde más del 90% del territorio quedó arrasado por los incendios. Es en As Neves donde la negrura se hace todavía mucho más profunda. Allí es difícil encontrar un lugar que haya salido indemne de las llamas. Los montes, las carreteras, las casas... las huellas del incendio están en todas partes. En mayor o menor medida, todos los vecinos recibieron el zarpazo del fuego y casi todas las casas muestran algún desperfecto: muros ennegrecidos, fincas chamuscadas, persianas derretidas, cristales rotos... La peor parte se la llevaron el dueño del aserradero y los propietarios de las dos casas que quedaron completamente calcinadas. "Los esfuerzos de toda una vida convertidos en cenizas", comentan todos en el pueblo, conscientes de la suerte que tuvieron al mantener en pie sus hogares.


Enrique Pereira, As Neves: 
"Isto víase vir. Os montes hai que limpalos. Hai que previr. O que aquí pasou hai que vivilo. Eu morrerei sen ver outra cousa igual. O malo é que hoxe fálase de nós e mañá xa non se fala"


"Dan ganas de llorar", apunta Laura Rodríguez mientras espera su turno en el médico para ponerse el Sintrom, porque la vida continúa... "Yo tuve el fuego en la puerta de casa -prosigue-. Los vecinos fuimos los que lo atajamos, los que nos quedamos, porque otros se marcharon. Estuvimos sacando agua con cubos porque al no haber luz el pozo no funcionaba. Yo afortunadamente no tuve pérdidas, pero hay gente que ni unos calcetines pudo sacar. A nadie le pasaba por la cabeza que esto iba a pasar".

Mientras, en la escuela infantil, los bebés duermen. En la puerta, un aviso del Concello, repartido por numerosos puntos de la localidad, advierte de que no habrá suministro de agua durante 24 horas. Pero, una vez más, la solidaridad se ha puesto en marcha y en el centro social un grupo de mujeres descarga en cadena un camión de agua embotellada donado por el Concello de Mondariz, que se suma a otros enviados por un hostelero desde Cascais, en Portugal. "Pola tarde repartiremos as botellas por todas as casas -informa un funcionario del Concello-. Isto foi un desastre. Non se salvou ningunha das parroquias das Neves. Todas están afectadas e todas teñen os mesmos danos".

Enrique Pereira, propietario del estanco Casa Conde va más allá: "Isto víase vir. Ese coto -dice señalando a un monte situado enfrente de su negocio- é privado e non se pode tocar. Iso non pode ser. Os montes hai que limpalos. Hai que previr", denuncia. "O que aquí pasou hai que vivilo. Eu morrerei sen ver unha cousa igual outra vez -continúa con lágrimas en los ojos-. Estivemos día e noite sen parar: con cubos, con máquinas de sulfatar, collendo auga da piscina... O malo é que hoxe se fala de nós e mañá xa non se fala".

Sin embargo, también As Neves vuelve poco a poco a sus rutinas: a mediodía una cafetería próxima a la gasolinera se llena de obreros y algún que otro periodista y, a las cuatro de la tarde, los niños salen del colegio con una sonrisa en los labios. Aguardándolos, como siempre, están sus padres o abuelos. "Mi casa no se quemó", relata uno con inocencia mientras su madre lo coge en brazos y revela lo mucho que lloró su pequeño el domingo. Los niños no fueron los únicos.

PAZOS DE BORBÉN. Las huellas del fuego también son profundas en los concellos de Ponteareas y Pazos de Borbén. En este último las zonas más afectadas fueron las parroquias de Nespereira, Amoedo y Cepeda, donde el fuego alcanzó un almacén de cervezas y una nave de palés, que sufrieron importantes desperfectos. Impactante es la imagen de la explanada de la distribuidora de cervezas importadas completamente abarratoda de barriles reventados por el fuego.

"Cada un vale 30 euros e aí debe de haber entre mil e dous mil e dentro, ademais de barrís cheos, había pedidos preparados para ser distribuidos. Ata se queimaron cartos", señala un empleado de esta empresa, creada hace 28 años. "Caeu tamén o sistema operativo. Menos mal que existe a nube e esas cousas, senón teriamos perdido o arquivo de clientes. Afortunadamente xa temos unha nave provisional e non tivemos que parar. O que pasa é que agora toca o IVE... O que pido ás institucións é que nos deixen traballar, que haxa algún tipo de exencións para os afectados e esas cuestións queden nun segundo plano", reclama. "Polo demais -añade-. A vida segue".


J.M. Sotelino, Ponte Caldelas:
"Teño unha empresa de servizos forestais e o autocargador, que hai dez anos me costou 180.000 euros, ardeu. Estou KO e dependemos disto oito persoas"


También para Lucía Silva, que aprovecha la soleada tarde del miércoles para visitar en compañía de su hijo el monte que heredó de sus padres en la parroquia de Nespereira, ahora completamente arrasado por las llamas. Con los pies hundidos en el fango, contempla con tristeza los efectos del fuego. "Lo verde, que es lo bonito que tenemos en Galicia, ahora es negro -se queja-. Yo me crié aquí. Aquí es donde veníamos a buscar rastrojo para hacer la cama de los animales. Unos días antes vino mi hijo a limpiar. Lo teníamos todo limpito y ahora mira, da pena. Había bastantes pinos y eucaliptos y no quedó nada".

PONTE CALDELAS. El fuego también recorrió los concellos de Soutomaior, Redondela y Ponte Caldelas, cuyos montes lucen ahora el manto negro que nadie quiere, apestoso y lúgubre como la muerte.

En la aldea caldelana de Regodobargo, José María Sotelino, propietario de una empresa de servicios forestales, posa cabizbajo ante su principal herramienta de trabajo: un imponente autocargador que el fuego convirtió en chatarra. "O venres estivemos traballando no monte e trouxémolo para a carretera para que estivera máis seguro e, ao final, ardeu. Compreino hai dez anos por 180.000 euros. A ver o seguro o que me abona. Mentres, estou KO e somos oitos persoas as que dependemos disto", expone con pesar.

Como todos los que lo vivieron, José María no olvidará nunca lo sucedido el domingo: "Regodobargo era unha muralla de fogo. O lume cruzaba a carretera dun lado a outro. Un disparate. Eu teño máis de 60 anos e nunca vin unha cousa igual. Non era normal. Cando te decatabas o lume xa estaba por riba dos pinos, como se estiveran botando gasolina desde o ceo".

Triste, pero también indignado porque su futuro y el de sus empleados está en juego, pide a las instituciones que no se olviden de ellos: "Estes días os políticos veñen e fanse fotos na carretera, pero iso non vale. Hai que vir ao monte a ver o que hai".

Y en el monte ahora no hay nada. Ni siquiera los pájaros encuentran algo con lo que alimentarse. Solo quedan cenizas y una profunda tristeza.

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