Salvemos al Teucro

El vicedecano del balonmano español agoniza. Permítanme este responso sentimental con la esperanza de su salvación

Esa mañana mi madre me había dejado un polo blanco a estrenar a los pies de la cama. Era un domingo de mayo de 1983 y los Fortes nos disponíamos a vivir un día singular. Una familia de Lugo, de esas de rancio abolengo (que al parecer también existen fuera de Pontevedra), se desplazaba a nuestra ciudad para pedir la mano de mi hermana Susana. Todos teníamos que estar en casa en perfecto estado de revista antes de la una. 
El problema es que a la misma hora el Teucro se jugaba el ascenso contra el Naranco. Así que ni me puse el polo nuevo, si no una camiseta azul-teucro, ni evidentemente llegué a tiempo para la petición. Siempre me he preguntado si mi ausencia tuvo que ver con que aquel matrimonio no durase mucho. 
En la ciudad solo se hablaba de balonmano. En el Diario de Pontevedra habían salido en la víspera las fotos de los dos árbitros, como señalándolos camino del matadero, que solo faltó sacarlos de frente y de perfil. Cuando llegaron al pabellón una hora antes ya las gradas estaban llenas. Ángel, el encargado del recinto, les abrió la puerta de servicio sin fijarse mucho en ellos, pero como mirando a cielo soltó: «Yo sé de dos que hoy lo van a pasar mal». 
Y así fue. Me senté al lado de los Petapouco, con su banderas y bombos, y no les dimos ni un segundo de respiro. A cinco minutos del final y con el partido igualado, nuestro entrenador, Julio Latas, la montó desde el banquillo y lo expulsaron, y aquello fue como un toque de corneta, que casi acabamos todos en la cancha pidiendo explicaciones a los árbitros. Se montó una tangana. Alguien rodó por el suelo, Ángel pasó en ese momento con la mopa por el lado de la pareja arbitral para secar el sudor de la pista y volvió a rezongar algo así como: «No, si ya decía yo que no iban a salir vivos». 
Fue mano de santo. En la siguiente jugada le pitaron al Naranco falta en ataque y exclusión de su yugoslavo por protestar. Cogimos una ventaja de dos goles, matamos el partido y entonces sí que ya saltamos a la pista a celebrar el ascenso subidos a la chepa de Coté, Quique Barco, Miguel Arias, Chan, Pacheco... 
Cuando llegué a casa entré casi pidiendo perdón. Miré para mis padres y a la colección de mis futuros cuñados. Ya estaba acabando la ‘ceremonia’ y mi hermana lucía un anillo nuevo en los dedos. Temí un chaparrón pero entonces mi padre me preguntó con cara seria si había valido la pena. 
—Sí, papá, ascendimos. 
—Bueno, pues entonces puedes sentarte a comer el postre. 
La cosa en División de Honor no nos fue muy bien, pero el Teucro ya había pasado a formar parte de mi familia, que si soy azulgrana es sobre todo por el granate del Pontevedra y el azul del Teucro. Cuando siete años después volví a Pontevedra tras estudiar Periodismo en Madrid (dije estudiar, no que hubiera acabado la carrera) me encontré de nuevo al Teucro peleando por ascender a Asobal. Y llegaron entonces los mejores años de nuestro equipo, con Fran Teixeira en el banquillo. De ahí datan mis primeras entrevistas para TVE, como la de la foto, con Juan Domínguez, miembro aventajado de una ilustre saga de teucristas. Bien se ve que ya han pasado años, que, aunque la dieta de mi endocrino trato de seguirla, una cosa es adelgazar y otra que te salga pelo. 
Poco después nos clasificamos para la EHF y ganamos por primera vez al Barça pentacampeón de Europa. Fue el día que expulsaron a Iñaki Urdangarín por agredir por la espalda a Gabi Ben Modo. Desde entonces supe que aquel chico iba a acabar mal. 
No tardamos mucho en acariciar la Liga con los Peric, Stefanovic, Geni, Benés, Rajic y compañía. Precisamente el nombre de este jugador me permitiría en cierta medida resarcir a mi hermana. Ya era una escritora reconocida pero ese año además decidió presentarse al Planeta. Tenía que buscar un nombre balcánico para el personaje central de la novela ‘El amante albanés’. Un día me preguntó si se me ocurría alguno y le dije sin dudar. 
—Rajic, el del Teucro. 
—Rajic? Me gusta—, dijo. 
Cuando meses más tarde la vi desde la tele subir a recibir el premio como finalista en la gala del Planeta en Barcelona me vino a la memoria la petición de mano a la que no asistí, y le comenté a mi chica con cierta presunción que a fin de cuentas ya decían los clásicos que no hay mal que por bien no venga.

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