Ser niña

Llega ese momento único en la vida en el que se conoce el sexo del bebé. Los padres no reparan en las consecuencias por la emoción del momento: solo cavilan en un posible nombre que seduzca a ambos miembros de la pareja. En ningún caso, reflexionan en las inminentes diferencias que asoman nada más nacer la niña. Su primer lloro ya estará marcado por una reivindicación para no ser discriminada. A partir de aquí, comenzará una carrera abarrotada de obstáculos para llegar al mismo destino que un hombre: oportunidades laborales desiguales, salarios más bajos y escasa participación en los puestos de decisión. Y nacer niña bajo la sombra de pobreza también marca subclases: hacerlo en países desarrollados, a pesar de pertenecer a una clase social que aprende a vivir con pocos recursos, parece más recomendable que tener la desdicha de una madre que dé a luz en lugares como la India o en países del África Subsahariana. En el primer caso, dependiendo de la casta, pueden violarte y colgarte de un árbol por el mero hecho de ser una adolescente de inferior categoría. En el segundo, según la ONU, quince millones de niñas son obligadas a casarse antes de los 18 años. Y, en su mayoría, se convierten en madres precoces. En el denominado siglo de las mujeres, el paso del tiempo sigue contrariando a base de evidencias.

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