''¡Si es el imbécil de Tejero!''

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A las 18.21 horas del 23 de febrero de 1981, cuando el diputado socialista Manuel Núñez Encabo iba a emitir su voto para la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, irrumpió en el Congreso de los Diputados un grupeto de guardias civiles metralletas en mano. Los dirigía un teniente coronel de bigote que se subió a la tribuna, levantó el pistolón y gritó «Quieto todo el mundo», ordenando a los diputados que se tirasen al suelo. A pocos metros de él, en la primera fila, en el banco azul, un pontevedrés veía la escena atónito. «Hubo un revuelo de gente en la puerta lateral derecha del hemiciclo y en los primeros instantes los pensamientos eran confusos. Al ver de quién se trataba tanto Rosón como yo exclamamos a dúo: ¡Pero si es el imbécil de Tejero!».

El físico Jesús Sancho Rof (Madrid, 1940) fue elegido diputado por Pontevedra en 1977 y 1982 por UCD, y en 1986 por AP. En 1979 había sido nombrado ministro de Obras Públicas, y Calvo Sotelo le dio luego la cartera de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social. El síndrome tóxico del aceite de colza, que afectó a miles de personas, acabó con su trayectoria en el Gobierno. Ese día estaba allí, sentado al lado de Juan Rosón, ministro del Interior. La revisión del 23-F hecha por Javier Cercas en un libro (Anatomía de un instante, Mondadori) que va camino de ser best seller ha provocado una inusitada oleada de tribunas, reflexiones y explicaciones sobre un hecho histórico que a punto estuvo de cambiar el rumbo de España y que mantiene aún puntos muy oscuros que nadie revela.

Tampoco Sancho Rof, personaje destacado de la época. «Es difícil que se sepa algo más. Ya son once los libros de investigación con el de Cercas», comenta a este periódico. Sobre las dudas de la actuación del Rey es concluyente: «Yo no tengo ninguna duda y nadie debería tenerla. Su actuación fue impecable ». Pero es obvio que algo falló. Sancho Rof apunta a los servicios de información del Estado: «Funcionaron no mal sino muy mal. Es interesante ver la portada delperiódico El Alcázar del 23-F: una enorme fotografía del hemiciclo del Congreso vacío y una columna titulada ‘Hoy es el día’ en la que se daba incluso la hora del Golpe».

CON AGALLAS. Hasta Tejero, al que dejamos subido a la tribuna tras ser reconocido como «imbécil» al unísono por Rosón y Sancho Rof, se acercó el general Gutiérrez Mellado, el militar de más alta graduación que estaba en el Congreso. Pidió explicaciones y ordenó a los agentes que depusiesen las armas. Hubo un forcejeo y Tejero disparó al techo. Le siguieron varias ráfagas de los subfusiles de los asaltantes pero Gutiérrez Mellado ni pestañeó. Tras él, todos los diputados en el suelo salvo Adolfo Suárez y Santiago Carrillo. El presidente del Gobierno intentó ayudar a Gutiérrez Mellado. «El primero demostró lo que debe ser un líder en los momentos difíciles y el general Gutiérrez Mellado demostró ser un militar con agallas. Fueron dos personas admirables e irrepetibles, entrañables amigos, con los que ha sido para mí un honor y un orgullo trabajar a sus órdenes», comenta Sancho Rof. Esa primera media hora, fue grabado por un cámara de TVE, Pedro Francisco Martín, en un documento audiovisual para la historia.

«Nosotros conocíamos perfectamente las extravagancias de Tejero tanto en sus destinos del País Vasco como de Andalucía», dice Sancho Rof, que había sido el número dos de Rosón en Interior, «por eso exclamamos lo de imbécil. Le comenté a Rosón: ‘Como este tío venga solo no hay problema’. Y él me contestó: ‘Perro ladrador, poco mordedor’. No, no teníamos miedo. Pero sí mucha curiosidad por ver qué pasaba a continuación». Los guardias civiles ocuparon el Congreso. «Estaban en su mayoría preocupados Y algunos perplejos, pero como siempre disciplinados. Yo en un momento le dije a Rosón: ‘Voy a salir del hemiciclo a ver si me entero de algo’. Me levanté y me dirigí a la puerta de la derecha del hemiciclo. Me paró un guardia civil que muy correcto me dijo: ‘¿Dónde va señor ministro?’. ‘Al baño’, le contesté. Y salí tranquilamente hacía el pasillo. Y otro guardia civil, creo un oficial, se acercó, me saludó y entablamos el siguiente diálogo:

-¿No me recuerda señor ministro?

-No -le dije.

-Yo le escolté a Valdepeñas cuando la tragedia de las inundaciones.

-Pues parece que lo suyo son las tragedias.

Entendió perfectamente la ironía y me dijo:

-No se preocupe que aquí no va a haber ninguna tragedia. Tiene mi palabra.

-Eso espero por el bien de ustedes. Voy al baño. Adiós.

El guardia civil me saludó militarmente y yo me dirigí al baño».

"FACHAS IMPRESENTABLES". No sería la primera sorpresa para Sancho Rof. El Congreso era un avispero y fuera de él, ya cortada la emisión de TVE, España se agarraba al transistor. Muchas familias, incluidas varias de Pontevedra, preparaban las maletas. Hubo quien ya durmió esa noche en Portugal. Al llegar al baño el ministro pontevedrés se encontró con civiles «que no eran ni diputados ni senadores hablando de la situación». Jesús Sancho Rof conocía a uno de ellos, «gallego, por cierto», al que preguntó qué pasaba. Su respuesta fue: «Ya lo verás. En poco tiempo habrá un nuevo Gobierno con muchos apoyos en España que reconduzca la situación actual. Pero no te preocupes que a vosotros, aparte de cesaros, no os pasará nada». «¿Y esto se le ha ocurrido a Tejero?», preguntó Sancho Rof. «Cuando iba a contestarme, otro civil a quien no conocía nos interrumpió gritando: ‘Prohibido hablar. Y usted vuelva a su sitio que aquí no queremos espías ni chivatos’. O sea, que al menos en los baños del Congreso había algunos personajes de la llamada ‘trama civil’ que nunca se supo quiénes eran. Yo al menos supe quién era uno, pero comprenderá que a estas alturas me calle su nombre. Al volver al hemiciclo comenté con Rosón mi conversación con el guardia civil de Valdepeñas y la mantenida en el baño y sólo hizo un comentario: ‘Son unos fachas impresentables».

El tiempo se echó encima y el golpe de Estado se agrietaba. «Se veía venir desde que pese a las insistencias de Tejero de que llegaría la ‘autoridad militar competente’ ésta no llegaba nunca. En los primeros momentos pensaba posible que triunfase, pero luego, con Fernando Abril y Juan Rosón, me di cuenta de que no les iba bien. A las ocho de la tarde y dada la tensión la gente estaba cansada, se había acabado el tabaco para los fumadores y alguno tenía hambre. Dos horas después había bocadillos y tabaco e incluso un par de radios: la ‘quinta columna’ había funcionado. Una de las radios la tenía Abril. A la una de la madrugada nos enteramos del mensaje del Rey. La ‘autoridad militar’ no había hecho acto de presencia así que… me recosté en el asiento y me dormí».

Al salir, los diputados le dieron las gracias a Alfonso Armada, a quien creyeron su liberador.

 

RIVAS FONTÁN: "Me puse a dar vueltas con mi coche al Gobierno Civil por si estaban dentro los militares"

No había teléfonos en las aldeas, sólo uno público. Así llegó la noticia del Golpe a Rivas, que estaba haciendo algo tan poético como medir un balcón. El alcalde de Pontevedra estaba el 23-F en Verducido con un operario de Fundiciones Rey, de Vilagarcía. «Había llamado el gobernador civil, Joaquín Borrell, pidiéndome que me fuera para allí corriendo».

¿Qué hizo?

Yo sabía de muchas historias que habían pasado en Pontevedra en el 36. Cuando se produjo el Golpe mucha gente fue a refugiarse al Gobierno Civil, y fueron los que prendieron y algunos fusilaron en A Caeira. Así que conduje mi coche hasta allí, y al llegar me puse a dar vueltas al edificio para ver si había militares…

¿Qué se encontró dentro?

Al gobernador, que me dijo: “Entra que estoy solo”. Me comentóque tenía allí un teléfono rojo que no funcionaba.

¿A quién llamaron?

Llamamos al teniente coronel de la Guardia Civil de Pontevedra, Manolo Garea, que era compañero de promoción de Tejero, a ver si nos podía decir algo. Lo esperamos en el Gobierno Civil un poco expectantes porque no sabíamos bien lo que pasaba.

¿Y qué hizo Garea?

Entró con su uniforme. Garea era un hombre muy recto, muy recto, el típico guardia civil. Y nada más entrar cogió el tricornio, se lo sujetó con una mano, y echó la otra mano a la pistola. Nosotros pegamos un buen susto: ‘¡Coño, qué va a pasar aquí!’. Nos miramos, y Garea lo que hizo con la pistola fue ponerla encima del tricornio y dejarlo todo encima de la mesa. Se puso firme y dijo: “A sus órdenes, gobernador”.

Les habló de Tejero, supongo.

Dijo que era un tozudo, un obseso del Golpe. Que si fracasaba lo volvería a intentar. Y que no iba a haber sangre, eso sí.

¿Habló con la Policía Local?

Le dije a Salvador Omil que este tema en cualquier caso lo resolverían los que tenían las armas, y la Policía Local para las que tenía mejor que las escondiesen.

¿Y los concejales?

Algunos escaparon a Portugal, y los más de izquierdas fueron a dormir a casa de Joaquín Queizán, porque allí estaban seguros. Algunos del PSOE fueron con los de UGT a quemar ficheros.

¿Ustedes habían sido avisados de algo?

Cenamos días antes el gobernador civil, el presidente de la Deputación y yo con el gobernador militar y dos generales en Campolongo. Nos hicieron una serie de  alusiones… Parecían crecidos. Al acabar la cena nos fuimos al Gobierno Civil para hablarlo y tuvimos la misma sensación: ‘Está pasando algo'. El sábado anterior al Golpe fuimos a Figueirido y el capitán general Torres Rojas estaba muy altivo. Me lo dijo mi mujer: ‘Algo pasa con los militares’. Y Joaquín Borrell me comentó: ‘Si hay un Golpe, los primeros a por los que van a ir somos los de UCD. Éramos los traidores’.

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