Sin cenar

Una de las genialidades que mejor definen la filosofía de vida de mi padre me la recordó tiempo después de una ruptura sentimenal suya. Yo siempre he estado rodeado de jóvenes idealistas a los que el corazón les duraba roto al menos dos años de media y venía acostumbrado a asistir a verdaderas bajadas a los infiernos promovidas por las ‘femme fatale’ de turno. Muchos de mis amigos han perdido doce kilos o engordado veinte tras ser abandonados por sus consentidas, así que no pude retener la carcajada al escuchar a mi viejo la manera de afrontar sus sufrimientos: «Yo también lo pasé mal por amor. Una vez hasta dejé de cenar una noche». Lo dijo con toda la solemnidad y estoy convencido de que con lo buen comensal que es, lo suyo le costó. Entre los 20 y los 25 años importa el sexo, entre los 26 y los 35 el sexo con amor, hasta los 45 se busca simplemente el optimismo y a la edad de mi padre lo que cuenta es ver al Real Madrid y comerse un cocido en Ponte Caldelas con los amigos. El precio que hay que pagar por el amor vale la pena en pocas ocasiones. Para recordarmerlo están los hombres que más aman a las mujeres, los misóginos, como mi colega Pablo: «Home casado non vale nin muller». Y también aquellos que, como mi amigo Manuel, me advierten del riesgo en las relaciones esporádicas: «Por el culo no, que me enamoro».

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