Socorro Rojo en Redondela

NO tengo condiciones para escribir, pero mis antepasados, entre ellos mi madre y mi abuela, me inculcaron que el profesional es el que sabe sobreponerse a las dificultades. Sin embargo no puedo de dejar de pensar en la muerte de mi madre, que sé que es un tema que concierne únicamente a mi familia, aunque su vida está muy relacionada con el carácter de la mujer gallega y su lucha por la libertad y la solidaridad. Mi madre, Gemma Pereira Otero, era profundamente católica, con mezclas de libre pensadora y defensora de los derechos humanos. Recuerdo que comentaban cómo mi madre y su hermana mayor, Elena, habían pasado todas las noches de la Guerra Civil tumbadas detrás de unos maceteros de un balcón, que daban sobre la puerta de la cárcel donde recluían a los presos políticos, para controlar silenciosamente las sacas que hacían algunos fascistas, e intentar escuchar en qué carretera los iban a llevar para cuentearlos, y poder avisar, si eran conocidos, a sus familias, o poner sobre aviso a los vecinos del lugar para que los cuerpos de los cuenteados fueran encontrados cuanto antes por la Guardia Civil, el cura o cualquier autoridad civil de la zona. ¿Cuántos cuerpos evitaron que fueran comidos por alimañas o se descompusieran en las proximidades de las cunetas? Mis abuelos no podían hacer esta labor por el tamaño corporal, y por su condición ideológica. Mi abuelo había sido alcalde de Redondela y pertenecía a Los Jóvenes Turcos. Mi abuela, Ernestina Otero Sestelo, fue una de las dos mujeres firmantes del Manifiesto Gallega, y como inspectora que había sido de enseñanza básica, había defendido la necesidad urgente de que la enseñanza básica se realizara a través del gallego. Una militancia social galleguista que continuó en su segundo puesto como directora de la Escuela Normal y profesora de pedagogía. Sus hijas, apenas unas niñas, tuvieron que hacer esa humanitaria labor. En plena Guerra Civil y habiéndose convertido la isla de Lazareto en prisión para políticos, sabedores el pueblo de Redondela de las penurias, el hambre, el frío y la carencia de medicamentos, se forma un grupo, que también funcionaba en más territorios, denominado Socorro Rojo, que tenía como función recaudar ropa, dinero, mantas, así como hacer de correo ilegal de los presos con sus familiares. La recaudadora era mi madre, quien distribuía lo recogido al grupo de hombres y mujeres que se atrevían a llevar la ayuda a los presos de Lazareto. Mujeres, que en algunos casos, fueron violadas y vejadas por los guardianes. Y hombres a quienes su labor humanitaria les costó más de una paliza. El Socorro Rojo también apoyaba a los familiares de los perseguidos que carecían de medios para su subsistencia, siendo la farmacia de mi abuelo, y después de mi madre, el sitio idóneo para realizar esta labor, ya que la entrada de personas podía ser justificada como clientes. Redondela debe un reconocimiento a estas personas que poniendo en riesgo su libertad y su vida, como ocurrió durante la guerra e incluso después con algunos militantes del Tesoro Rojo acusados de rebelión armada o ayuda al enemigo que fueron condenados a muerte. Existe sin embargo un caso olvidado que debe rescatarse de la memoria histórica y que acabó en muerte, por tener escondidos en una vivienda a varios refugiados, como el de Emilia Cabaleiro. Mujeres de nuestra historia, señoras de Galicia, a ellas les dedico estas líneas.

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