Solla ya había sido condenado por matar en prisión a un recluso por una deuda de 2.000 pesetas

El acusado de agredir a su pareja y arrojarla al vacío desde un segundo piso ha sido relacionado con un extenso historial de delitos de toda índole: robos, agresiones, violaciones e incluso asesinatos

De la vida de Solla Moares lo saben todo en Montemogos (Beluso), de donde es natural. Pero no solo allí. También le conocen en Cangas, donde hirió con un cuchillo a la dueña de una pescadería para hacerse con un botín de 95 euros (la drogadicción ya estaba detrás de los hechos) y donde participó en la muerte de Andrés González Otaño, O Cubano, quien, tras intercambiar golpes y cuchilladas con Genaro, dejó de respirar a las puertas del centro de salud de la villa morracense, víctima de un paro cardíaco supuestamente acelerado por la pérdida de sangre de una de las puñaladas, que le afectó a una arteria en la zona del hombro.

Por el crimen de la pescadería fue condenado a siete años y medio de prisión. Por el de Cangas aún no ha sido juzgado.

Su mayor condena hasta ahora, sin embargo, procede de un doble homicidio (uno consumado y el otro en grado de tentativa) por una deuda de 2.000 pesetas que tenía con él un interno. Los hechos tuvieron lugar en la vieja cárcel de Vigo, donde Solla Moares ya cumplía condena por un delito anterior. Le cayeron 19 años, pero al poco tiempo ya disfrutaba de permisos. O Cubano falleció durante una de sus salidas a la calle.

Sus antecedentes en la capital provincial son por robos de toda índole. Fuera de ella, junto a lo citado, llegó a ser vinculado con crímenes de carácter sexual.

A SU MADRE. Genaro Solla llegó a ser investigado por la Guardia Civil por intentar acabar con la vida de su propia madre. A sus espaldas, un interminable historial delictivo en el que se entremezcla un carácter decididamente violento con la necesidad de liquidez para sufragar su consumo de drogas.

Delinque desde los 80 y, pese a ser archiconocido por la Benemérita de toda la península de O Morrazo y por la Policía Nacional de Pontevedra, parecía no tener freno. Su caso es, además, el paradigma de las grietas que atesora el reglamento penitenciario vigente, habiendo cometido varios de sus delitos más graves estando de permiso (con condenas en vigor) o incluso dentro de la cárcel.

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