Tentaciones

“Lucifer Martínez, agente inmobiliario”, me dijo mostrando una sonrisa inquietante. Yo había acudido al reclamo de un anuncio en internet, “se alquila ático con vistas”, y me encontraba en la planta 42 de una de las torres edificadas sobre los terrenos de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid. “Fue una operación tonta: sirvió para fichar a Zidane y otras luminarias, pero ahora el club está de nuevo sin jugadores importantes y, para su desgracia, ya no dispone de terrenos céntricos. Salvo que venda el Bernabéu, claro”.

De nuevo su sonrisa inquietante y, aunque el asunto no me interesaba, por decir algo le hice ver que estas cuatro torres gustan mucho a políticos y empresarios paletos. “Están vacías en un ochenta por ciento. Esta vivienda, por ejemplo...¿disfruta usted con las emociones fuertes? Su actual propietario no pudo soportar las oscilaciones del edificio en una noche de temporal y, decidido a desprenderse de ella, ha fijado un precio muy inferior al de mercado”.

Curioseé por las habitaciones, fascinado por unas ventanas que permitían ver los límites de la ciudad, un archipiélago de urbanizaciones y chabolas, las autopistas que constituyen el tejido venoso de nuestra civilización y al fondo las montañas todavía con nieve. Lucifer puso ante mí un telescopio casero y, tras ajustarlo unos instantes, me invitó a mirar; “con el mundo a nuestros pies se siente uno todopoderoso”. Era verdad.

Carla no me creyó cuando, al siguiente día, le contaba que, merced al telescopio, había descubierto en el cementerio de Fuencarral un homenaje a los brigadistas que participaron en nuestra Guerra Civil y a los republicanos que después combatieron el nazismo por los frentes de combate europeos.

Cuesta creer que hasta hoy se hayan hurtado esos reconocimientos, que aquellos hombres venidos de todas partes a la llamada de la Komintern y por iniciativa propia fuesen oscurecidos, cuando no negados o perseguidos, por los vencedores de la Europa posbélica.

Sonó el toque de silencio en el cementerio y en muchos ojos brotaron lágrimas; algunas empañaron mi telescopio y hube de cambiar el enfoque. Gracias a eso vi en la Audiencia Nacional la puesta en marcha de un sumario que pretende condenar a siete altos cargos chinos, entre ellos tres ministros, por su actuación en el Tibet. Comprendo que un juez puede sentirse legitimado para ejercer la Justicia universal, pero sorprende que el ministro de Justicia aplauda ese empeño, pues él es un político y como tal no debe ignorar lo que supone enfrentarse con China.

¿No serán los perjuicios para nuestro país mucho mayores que el beneficio de hacer el bien a diez mil kilómetros de distancia? Y eso por no hablar de quién tiene razón: puede no tenerla China, pero ¿acaso los monjes budistas, que mantenían en el Medievo a los tibetanos y ejercían una dictadura absoluta, ostentan mejores derechos? La operación Dalai Lama y su marketing hollywoodiense tiene más sombras que luces.

“¿Y viste todo eso con un telescopio? Anda ya”. Costó que Carla me creyera, pero al decirle que también la había visto cambiarse de tanga frunció el ceño. “¿De que color era?” Le precisé que había sustituido uno rojo por otro donde se leía “Patxi lehendakari”, y entonces me creyó. “Lo traje de Bilbao”, confesó. También me contó que Patxi ha ofrecido al PNV la unión de las tres cajas vascas, pero los nacionalistas, que controlan las diputaciones, no están dispuestos a darle un respiro.

El cronista lo sabía, pero ahora todos han comprobado que en Euskadi no ha sido relevado un Gobierno sino un régimen. Y todavía no se ha pronunciado el clero, tan poderoso allí, pues intenta digerir la supresión del “humillado ante Dios” con que los anteriores lehendakaris iniciaban su juramento. Patxi difícilmente podrá gobernar contra el nacionalismo, pero lo tendrá imposible contra curas, frailes y monjas. Entretanto, Otegi proclama que negociar es la única salida. Ay, Euskadi.

Conté en el bar de mi esquina que Alierta se ha entrevistado en Moncloa con la vice Fernández de la Vega pero su petición fue vana, así que suprimir la publicidad en TVE nos saldrá caro. Me explico: según ha decidido el Gobierno, las empresas de telecomunicaciones habrán de pagar trescientos millones anuales para mantener TVE; dinero que, naturalmente, obtendrán de sus clientes, a quienes elevarán los precios de teléfono e internet.

O sea, que para favorecer a cuatro empresarios amigos, Zapatero logra encarecer esos servicios básicos a los españoles: magnífico, así se gobierna. Y hay más: un día se presenta en Bruselas y ofrece a Durao Barroso apoyarle para un nuevo mandato al frente de la Comisión Europea a cambio de que el portugués le facilite formar parte del G-20; el otro, naturalmente, acepta. Y se arma el lío, pues el grupo socialista en el Europarlamento ha apoyado hasta ahora al candidato de las izquierdas y ha acusado a Barroso, anfitrión en la foto de las Azores, de corrupto y de obstaculizar la reforma del sistema financiero.

Los otros partidos de la izquierda europea culpan a Zapatero de traición y los europarlamentarios socialistas blasfeman por las esquinas pero no osan levantar la voz. Mi quiosquero dice que este país ha quedado marcado para siempre por el franquismo, que sólo en España es posible ver eso, a Julián Muñoz explicando en una Universidad cómo se roba o a Marichalar viajando, todavía hoy, en la primera clase de los aviones sin pagar un euro. Y uno se tiene que callar mientras los del Comité Olímpico Internacional han ido de banquete en banquete, los periodistas inundan las calles para intentar salvarse del exterminio y en Moncloa nos manipulan las cifras del paro: en abril no fueron treintaitantos mil más sino ciento dieciochomil doscientos; leed la página web del Ministerio de Economía.

Lucifer no logró alquilarme la vivienda; tal vez si me hubiese ofrecido la eterna juventud...

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