Titiriteros

Ambos son jóvenes. Los conductores detenidos ante el semáforo en rojo les observan con una leve sonrisa mientras él se mete fuego en la boca y la chica, con gasas seudoorientales, remeda una danza del vientre.

Todo muy rápido para tener tiempo a que ella recorra los coches en busca de unas monedas que muy pocas veces recibe. ''¡Titiriteros!'', les gritan con desprecio desde un BMW cuando ya el semáforo está verde.

Ella me muestra la señal de un atropello, ''a veces tienen demasiada prisa y no aguardan a que me retire'', y él relata su descenso a los infiernos: '' trabajábamos en una inmobiliaria, pero hace un año que nos quedamos en paro y éste es un modo de sobrevivir''.

Hay demasiados titiriteros por la ciudad, demasiados comercios cerrados, demasiados edificios convertidos en simple cáscara: el paisaje urbano se hace cada día más desolado, pero ni un solo político se ha bajado de su coche oficial.

Los grandes almacenes han disminuido sus ventas un treinta por ciento en el último trimestre y la gente hace cola ante el Teatro Español para ver ''La muerte de un viajante'', el grandioso drama de Arthur Miller que durante muchas décadas se creyó antítesis del ''sueño americano'' y ahora se descubre que no tiene patria, que puede ocurrir en cualquier país. También en éste, desde luego.

En el bar de la esquina se discute si los orgasmos achampanados de Cristiano Ronaldo y Paris Hilton tendrán cabida en el Madrid de Florentino. ''A este equipo siempre le ha ido el glamour'', apunta el quiosquero, ''pero yo hubiese preferido a Villa''.

El personal anda entretenido con tanto fichaje desmesurado y sonríe ante las críticas que llegan desde Barcelona: ''están acojonados'', sentencian. El dueño del bar alimenta la discusión porque ésta engorda la caja, pero en un aparte se muestra preocupado por el enfrentamiento entre Zapatero y Felipe González.

No temas por ellos, le digo, que ambos tienen la vida resuelta; ocurre que Sarkozy quería a González al frente de la UE y un sector de la izquierda europea veía el asunto con buenos ojos, pero Zapatero se adelantó a respaldar la candidatura de Durao Barroso y el PSOE, aún a regañadientes, le obedeció. Felipe, naturalmente, tomó nota.

El personalismo de Zapatero, que convierte en cuestión de Estado su propia conveniencia, y la constante presencia de Felipe en los medios acrecientan las divergencias, sea por la nuclear de Garona o por las medidas anticrisis, por la publicidad en TVE o el Impuesto sobre el Patrimonio.

''Mi único patrimonio es mi cuerpo: ¿deberé pagar impuesto por él?'', dice orgullosa Carla. ¿Cómo explicarle que el Gobierno, tras suprimir ese tributo, acordó esta semana transferir a las Comunidades Autónomas mil ochocientos millones para compensarles por la pérdida (se suprime un ingreso que pagaban los más pudientes y se compensa con una cantidad igual que sale de los Presupuestos Generales; es decir, que pagan todos. Magnífico).

Pero hay más: para lograr mayoría en el Congreso, el PSOE necesita a varios grupos de izquierda, entre ellos a ICV, que pide a cambio establecer un impuesto a las rentas más altas; el mismo día que Salgado se avenía a negociar con ellos, Zapatero decía en una TV que no aumentaría los impuestos. Y alguien ha ideado recuperar el Impuesto de Patrimonio, pero sólo a partir de diez millones, con lo que creen contentar a todos. Un paso adelante y otro atrás, como en aquél baile que llamaban yenka.

Manolo me confiesa sentirse como el doctor Frankestein: ''me encargaron elevar la autoestima del Presidente, pero me he pasado tanto que he creado un monstruo. Ay, si vieses lo que se prepara en Moncloa para el primer semestre de 2010: coincidiendo con la presidencia de la UE buscan una entrevista de Zapatero con Obama, probablemente en Córdoba, para presentarles como los dos líderes del mundo occidental. ¿Puedo hacer algo por evitar tal desmesura?''

Olvida eso: ve con Carla a una fiesta popular y disfruta de estas noches cálidas, tan propicias para la pasión. Temo que pronto se termine el pacto que desde la Transición excluye de la lucha política la mitad inferior del cuerpo: con cualquier disculpa te dan pelos y señales de amores extraconyugales; ''muchos son infundios, naturalmente, pero es hermoso pensar que Gallardón, alcalde perpetuo, recorre el mundo pregonando las bondades olímpicas de Madrid sólo como tapadera de una pasión; me describen a su amada como una mujer espléndida con la que se reúne en ciudades de los cinco continentes''.

¿Hablas en serio, Carla? ''En serio, en broma, qué más da: ¿cómo saber si Güemes, el consejero de Sanidad, ha abandonado su casa por el amor de Sofía Mazagatos y ha despertado la ira de su suegro, el peligroso Fabra? Dicen que sí, pero... ¿y lo de Ana Mato, que dirigió la campaña del PP y abandonó Génova tras la victoria electoral maldiciendo a Cospedal, Soraya, Esperanza y demás oportunistas que asomaron al balcón y la dejaron fuera, ignorante del asunto? Menos mal que Arenas, siempre tan solícito con ella, la acompañó para tranquilizarla hasta el Hotel Villa Real, donde se toparon con las huestes de Rosa Díez, que allí celebraban el escaño obtenido. Imagina las caras de unos y otros al descubrirse''. Qué cosas dices, Carla.

En el bebedero se jura que el Gobierno no sabe cómo ''fusionar'' (fundir sería más correcto) bancos y cajas, pues Ordóñez y Salgado saben que es urgente hacerlo pero Zapatero ha prometido a Montilla y Griñán que ambos mantendrán el derecho a vetar esas fusiones, lo que deja maniatados a los anteriores.

Me cansa tanta historia de lo mismo, tanta incompetencia y desinterés por los ciudadanos; por eso prefiero recordar en la madrugada a un magnífico titiritero, el actor Fernando Delgado, que ahora ha muerto pero muchos años atrás coprotagonizó en TVE una obra, 'La última vedette', escrita por este cronista. Sus conocimientos y profesionalidad, también su lúcido escepticismo, perdurarán en mi memoria.

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