Un abrigo de paja devuelve los colores a los negros montes de Ponte Caldelas

La 'Operación Mulching' contó con la participación de cerca de 150 personas, llegadas de varios puntos de la provincia

Son las 09.10 horas y el termómetro del coche ya marca 17 grados. En A Ínsua (Ponte Caldelas), el calor de este otoño atípico se recibe con muchas reservas. Todavía arde en la memoria el recuerdo de los incendios. Es imposible olvidarlo con un paisaje tan negro como desolador. "Aínda hai algún foco" o "a ver se vai volver prender" son algunas de las frases que se escuchan entre los voluntarios que han acudido al punto de encuentro de la llamada 'Operación Mulching'. Promovida por el Concello, servirá para crear un acolchado vegetal en la tierra quemada, a base de paja y algunos helechos recogidos el viernes por los vecinos, con el fin de frenar la erosión del suelo, pero, sobre todo, para evitar que la ceniza llegue a los manantiales y deje a varios núcleos de población sin agua potable, tal y como ya ocurre con Silvoso, donde las traídas vecinales ya no sirven para abastecerse.

Cerca de 150 personas esperan las indicaciones de la ingeniera forestal que coordina la actuación de regeneración, Gloria Bustingorri. Entre los voluntarios no solo están vecinos de Ponte Caldelas, si no que los hay venidos desde Cangas, Vigo, Nigrán, Redondela, O Rosal... Se agrupan en batidas para cubrir las zonas que más necesitan el 'mulching', es decir, aquellas con más pendiente, con una gran acumulación de ceniza y con un manantial cerca. Mientras se reparten, una vecina pontecaldelana revive cómo el fuego les cercó la pasada semana y cómo lo vieron cerca de las casas. Otra, de edad más avanzada, cuenta que todavía tiene que "botar colirio nos ollos", afectados por la contaminación del humo, y añade, entre toses, que "desde os incendios, teño unha bronquite que non me saco de enriba".


"Falamos durante o bocadillo", grita uno desde el fondo. El humor no se quemó en Ponte Caldelas


Nos dirigimos con uno de los grupos al monte quemado junto a Hípica Amazonas. Los fardos de paja ya están colocados junto a la pendiente y los voluntarios comienzan a deshacerlos para crear un manto color ocre sobre la ceniza. Ayudada con un rastrillo, Consuelo, natural de A Ínsua, intenta cubrir un trozo de tierra. "A verdade é que a extensión queimada é tan grande que un xa non sabe nin por onde empezar". En Ponte Caldelas ardieron cerca de 3.000 hectáreas, para las que 50 toneladas de paja parecen, en principio, escasas. "Pero polo menos é algo", explica Consuelo. "Ver así o monte da dor de corazón, pero a xente agora parece que está máis concienciada e vén axudar, iso é o positivo que levamos de todo isto", recalca, en referencia a la oleada de solidaridad que el municipio está viviendo desde el 'domingo negro'.

En cuanto a la capacidad de regeneración del monte, Consuelo lo tiene claro: "O monte nunca volve ser o mesmo, e ata dentro dun par de anos non vai mellorar". Sabe bien de lo que habla, ya que vivió la oleada de incendios del 2006, una de las más trágicas que se recuerdan en Galicia, aunque en el caso de Consuelo, "non nos afectou tanto como esta última". La vecina de A Ínsua solía ir con su perro a pasear por la zona los fines de semana, pero este es un sábado distinto. "Hoxe toca traballar", sentencia.

A varios metros de distancia el alcalde de Ponte Caldelas, Andrés Díaz, deshace un manojo de paja. Se muestra agradecido con la respuesta de la gente ante la convocatoria del Concello, y reafirma la necesidad de "actuar de forma prematura e urxente" para que no se contaminen los manantiales, a pesar de que algunas voces les pedían no salir todavía al monte, como la propia Xunta de Galicia, que, aunque anunció que también orquestará actuaciones de este estilo, "non sabemos nin como, nin cando, nin en que sitio, e nós non podemos esperar".

"Nesta mesma zona tamén ardeu hai tres anos", recuerda Díaz, "e o que fixo a Xunta foi botar fardos desde un helicóptero, pero ninguén os veu esparexer, e iso parécenos unha actitude pouco seria".

Bajando la ladera, tres voluntarios improvisan una suerte de barricada con restos de madera quemada y helechos, como última barrera contra la inevitable caída de las cenizas en caso de que la lluvia arrecie con mucha fuerza y la paja no sea suficiente muro de contención. Llegar hasta ellos es como atravesar un desierto en blanco y negro. "Falamos durante o bocadillo", grita uno desde el fondo. El humor no se quemó en Ponte Caldelas. La fuerza para proteger su patrimonio natural, tampoco, y aunque queda mucho por hacer, hoy 75 hectáreas del monte pontecaldelano parecen más de oro que de carbón.

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