Un viento helado

Mientras la princesa Leticia desembarcaba en Chueca rodeada de guardaespaldas para comprarse zapatos, unos ciudadanos vascos de mirada irredenta aparcaban una furgoneta en Burgos frente al cuartel de la Guardia Civil. Chueca, que ha pasado de “zona maldita” a refugio de modernos, tiene mucho de zoo: burguesitos de todos los sexos, incluso de ninguno, acuden allí para contemplar, como antaño se hacía con los leones, las cien parejas de hombres y algunas de mujeres que se hacen carantoñas mientras los visitantes, muy abiertos los ojos y un leve rubor en las mejillas, mastican en algún italiano el aire de la trasgresión. A la hora del tiramisú, en tierras de Mallorca, otros vascos de mirada irredenta comprueban en el telediario que la primera de las bombas-lapa colocadas bajo vehículos de la Guardia Civil ha hecho diana: dos muertos y gora euskadi askatuta.

Cincuenta años de ETA son demasiados para hablar de ello en los periódicos; es periodo más propio de los libros de Historia. Pero cincuenta años es cifra elocuente para medir la incapacidad de una clase política, la española, que no ha sabido ir más allá de las condenas retóricas, de las manifestaciones y minutos de silencio, de los policías infiltrados, cuando no de los grupos armados (Batallón Vasco-Español, ATE, GAL) que pretendían combatir a ETA con sus mismas armas y no superior moral. Es obvio que faltó, que falta, talla política a los dirigente españoles, enredados en una madeja de nacionalismo bueno (PNV) y nacionalismo malo (Batasuna) que nunca han entendido.

Decía esta semana Julen Madariaga, uno de los fundadores, que “todo indica que el Gobierno está negociando con Eta”; no hay que hacerle mucho caso, pues la organización armada se ha ido cerrando tras los numerosos golpes recibidos y la información se filtra con dificultad. Pero no habría que alarmarse si Madariaga estuviere en lo cierto: Suárez, González, Aznar y Zapatero han intentado llevarse el gato al agua electoral, sabedores de que anunciar el fin de esa violencia les garantizaría cuatro años más de poder y canonjías, tal vez un lugar en la Historia de andar por casa. Porque la otra, la del siglo XXI, ya la están escribiendo estos días USA y China en una reunión bilateral que busca un acuerdo sobre economía y reparto del mundo venidero. Por algo dijo Zapatero en New York Times una frase para enmarcar: “no se trata de lo que Obama puede hacer por nosotros, sino de lo que nosotros podemos hacer por Obama”. Está copiada de John Kennedy y significa que enviaremos tropas a donde nos ordene Washington, pero por menos que eso algunos pasaron a los libros como miserables.

Todo esto se mascaba ayer en Torrejón, a cuyo aeropuerto de vips acudí con Carla para despedir a las ciento diez personas que en avión militar marchaban a Lanzarote para acompañar a Zapatero en sus vacaciones. Había subsecretarios con flotador, jefes de sección con cubito y pala, secretarias que se mostraban sus biquinis, escoltas variados; pero bajo la lógica euforia por unas vacaciones bien pagadas se percibían unos ligeros escalofríos, como si un viento gélido del norte hubiera interrumpido la canícula madrileña.

Somos un país rico, sin duda: en Alemania, Francia y otros grandes países europeos, los jefes de Gobierno pagan sus vacaciones de su propio bolsillo; aquí disponemos de dos palacios de invierno y dos de verano que se reparten Presidente y Monarca, más los ocupados por una troupe de Príncipes, Infantas e infantitos que recuerdan la España del siglo XVIII. Semejante panorama trivializa la vida política y la corrompe hasta permitir que un don nadie, jefe de prensa del ministro Corbacho, amenace a un periodista de TVE por hacer preguntas indiscretas a su jefe.

Todo vale: una de cada quince familias es ya morosa, pero la Reina y sus hijas viajan a Grecia este fin de semana para asistir a un bautizo; nos cuentan que la crisis se ralentiza, mas cada trimestre da peores cifras que el anterior mientras Zapatero recibe en Moncloa a Ferrán Adriá “para impulsar el turismo gastronómico”; esa visita, como las de Contador y otros ganadores, pertenece a una campaña de imagen que intenta contrarrestar los pobres resultados de las encuestas.

-Podrías llevarme a la boda de Cospedal; en el PP hay bofetadas por asistir.

Mira, Carla, no me líes: la boda de Cospe será en petit comité, que ambos son divorciados y están de vuelta de esas pompas. Tal vez acuda Díaz Ferrán, que como presidente de los empresarios se ha enfrentado al Gobierno, pero... “Un momento: ayer me dijeron que una de sus empresas, Air Comet, tiene problemas serios, una desviación de fondos públicos por 328 millones, y que el Gobierno podría salvarle, pero aún así Ferrán se enfrentó a Zapatero y se ganó su ira. Un hombre con conciencia de clase”.

Carla, ya lo veis, tiene una visión heroica de la Historia, pero se lo perdono porque su piel es tan suave como un ala de mariposa. ¿Qué secreto tiene la piel de las mujeres bellas? En el bar de la esquina se habla mucho de mujeres, más de su carne que de su espíritu, pero sólo el quiosquero, que leyó mucho a Bakunin, pone el dedo en la llaga: “entre Bárcenas y Camps, ambos aforados y corruptos, me quedo con Penépole Cruz”. Es la voz del pueblo, que Rajoy no debería desoír.

El cronista recuerda la confidencia de Gregorio Morán, autor de un magnífico libro sobre Euskadi: “un día, cuando conversaba con un viejo jesuita, comprendí que él era allí el verdadero poder”. Gregorio descubrió lo que nunca supieron los políticos de Madrid; por eso éstos han minusvalorado la oferta del PNV, que no quiere quedar al margen del juego político en su tierra y ofrece apoyar a Zapatero en el Congreso, incluso no oponerse al aborto, a cambio de mantener la Diputación de Álava. Un PNV marginado es peligroso; como Eolo, puede provocar vientos helados. A fin de cuentas, amigos, todo crimen se comete por un interés.

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