El flujo de refugiados para, pero la Onu se prepara para recibir el doble

Una multitud rohinyá busca refugio en Blagladesh lejos de los ataques del Gobierno birmano

Donantes individuales atienden a miles de desplazados que viven fuera de los campos y a los que ni las ONG ni la Onu logran llegar
Refugiados rohinyás caminan hacia la orilla tras cruzar el río Naf, que marca la frontera entre Bangladesh y Birmania
photo_camera Refugiados rohinyás caminan hacia la orilla tras cruzar el río Naf, que marca la frontera entre Bangladesh y Birmania

Colectivos profesionales, grupos religiosos, ricos con ganas de protagonismo y voluntarios que llenan su Facebook con selfies repartiendo comida son la mayor ayuda que tienen los rohinyás que viven fuera de los campos tres semanas después del inicio de la crisis de refugiados en Bangladesh.

Decenas de donantes individuales, organizados o desorganizados, están resolviendo el problema diario de los rohinyás que no han podido entrar en los campos de refugiados y a los que las agencias de la Onu y las pocas organizaciones no gubernamentales permitidas en Bangladesh no llegan.

En Teknaf, en el extremo suroriental de Bangladesh, cientos de rohinyás aguardan en la calle a que alguien los transporte a alguno de los campos que hay a unos cuantos kilómetros.

Junto con otros miembros de un grupo religioso, Noman Talukdar, un empresario de 34 años, decidió desplazarse hasta allí desde el distrito de Sherpur, en el norte del país, tras recibir la llamada de una comunidad musulmana amiga para pedirles ayuda.

Sin coordinar nada con ningún organismo ni ente público o privado, durante los últimos tres días han llevado a cientos de rohinyás en camiones de carga hasta el campo de Balukhali. "Esta gente no tiene ningún dinero para ir a los campos y por eso hemos venido a buscarlos", afirmó.

A unos metros de allí, jóvenes del club Nooth Chagaargro de Chittagong (sur de Bangladesh) con camisetas estridentes festejan subidos en otro camión el reparto de comida. 

"Si los líderes del mundo quieren que vivamos en Bangladesh o Myanmar lo haremos, no tenemos opción, no tenemos elección porque no nos quieren ni aquí ni allí"


La escena se repite en Shamlapur, uno de los principales puntos de arribo de rohinyás durante estas semanas y lugar de tránsito natural hacia los campos de refugiados tierra adentro. Allí, un camión con una pancarta enorme de Muhamad Talah, "un empresario que vive fuera del país", según explicó a Efe una persona que se identificó como familiar, reparte comida a rohinyás que han sido previamente alineados con gritos y a empujones antes de que los empiecen a grabar en vídeo con el móvil recibiendo arroz.

Entre el personal de la Onu reconocen que no hay capacidad de respuesta a la emergencia que suponen 390.000 refugiados. "Soy consciente del problema, está siendo extremadamente difícil llegar a todo el mundo", dijo a Efe el jefe de la misión de la Onu en Bangladesh, Robert Watkins.

Explicó que las agencias se están concentrando en los doce puntos principales de cruce entre Birmania y Bangladesh. "Estamos esperando mucha más gente de todas las agencias del sistema de las Naciones Unidas y las ONG que están trabajando sobre el terreno", indicó, al recordar que el Gobierno bangladesí siempre limitó la cantidad de organizaciones que podían tener presencia en el país. Pero nadie sabe cuándo llegarán ni cuántos refugiados habrá en Bangladesh para cuando entonces.

Roshida, de 49 años, aguarda en un cobertizo de poco más de 20 metros cuadrados cedido por un vecino de Shamlapur, junto a más de una treintena de personas de siete familias distintas, a que alguien les de una solución. Cuenta que perdió a su nieta de 12 años cuando huyeron de su pueblo y nunca pudieron recuperar el cuerpo tiroteado por los militares. De otros doce miembros de su familia no sabe nada. "No me gustaría quedarme aquí para siempre, no me fío del Gobierno (de Birmania) pero, si me lo permitieran, volvería. Es mi tierra, es mi casa", dijo.

Tras pasar los últimos días en el porche maltrecho de una casa, Saman Bahar, de 30 años, recoge los pocos bártulos que lleva junto a sus tres hijos para subir a un camión en el que irá al campamento de Tanghkhali, a unos kilómetros de Shamlapur. "Esta gente nos ha dejado estar aquí unos días pero no quieren que estemos más tiempo, por eso vamos al campo. Aquí no hay comida ni dónde quedarse a largo plazo, si vamos al campo a lo mejor conseguimos comida y un lugar para estar", dijo.

Cuando le preguntan por su futuro, Bahar, que ha perdido a dos hermanos, admite su frustración. "Eso depende —opinó— de la gente de Bangladesh, del mundo. Si los líderes del mundo quieren que vivamos en Bangladesh o Myanmar lo haremos, no tenemos opción, no tenemos elección porque no nos quieren ni aquí ni allí".

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