Va de madres

Más allá de  la frenética campaña comercial de los grandes almacenes, floristerías y restaurantes, el día de la madre es también una buena ocasión para realizar una reflexión de mayor calado. Porque cada vez somos menos madres en Galicia y, además, somos madres de menos hijos.

Es esta una crisis callada que no saca a las masas a la calle, que no provoca broncas parlamentarias pero cuyas consecuencias ya estamos comenzando a sentir y se agravarán si no aportamos soluciones. Tampoco es una crisis joven como la económica, aunque esta última parece que lleva toda una vida con nosotros. La demográfica viene de muy atrás, tal vez desde el momento en que la mujer comenzó a incorporarse al mercado laboral de manera generalizada y con ella el número de hijos se fue reduciendo de forma llamativa. Nuestra esperanza de vida  ha ido creciendo progresivamente y hoy nuestra pirámide se invierte: son más los mayores que los jóvenes y niños. Sería muy extenso y pretencioso querer abordar aquí, en estas pocas líneas, las causas de que cada vez vengan menos niños a nuestro mundo. Pero los datos son irrefutables y las consecuencias sobre la economía también: ¿Quién pagará nuestras pensiones y las de nuestros hijos de hoy?, ¿Quién cotizará cuando nosotros nos jubilemos? (si llegamos a hacerlo, claro).

Está claro que hay que convencer a las parejas jóvenes, a los adolescentes que aún están en casa, de las ventajas de la maternidad pero, claro, tiene que haberlas. Ahora no basta con invocar el instinto maternal o el sentimiento de hacer perdurar el apellido (me temo que a la juventud de hoy eso le sonará a chino). Por tanto busquemos mecanismos, fórmulas que incentiven la maternidad: guarderías, incentivos fiscales, incremento de las ayudas por número de hijos, apoyo a las familias numerosas son algunas de ellas, posiblemente las más complicadas porque suponen una dotación de fondos y ya sabemos cómo está el patio… Pero seguramente también hace falta volver a situar a los hijos, a la descendencia como un valor cultural y social y, sobre todo, terminar con el principio instaurado de que la maternidad es incompatible con el trabajo. 

Somos las mujeres las que asumimos en gran medida la tarea de traer hijos al mundo y no me refiero sólo al embarazo y la lactancia. Son escasos los padres que utilizan la baja voluntaria de paternidad. Sólo la obligatoriedad para los hombres de asumir la mitad de la baja sería un paso de relevancia para permitir que la mujer deje de estar “castigada” por ser madre. Y esto no cuesta dinero al Estado, aunque sí supone un cambio de mentalidades. ¿Acaso no es ya la hora?

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