‘Walkabout’

mi modo de conocer otros países es una traición para el negocio de las agencias de viajes y un insulto para los que aman levantarse a las seis de la mañana y visitar todos los museos, zoológicos e iglesias de una ciudad. Los momentos, el idioma, los sabores y, sobre todo, los seres humanos, forman la parte esencial del libro de ruta con el que accedo a otras culturas. Conversar, perderme entre la gente, sumergirme en las calles o en la montaña y caminar guiándome por la intuición de los instantes. He sido capaz de pasarme tres semanas en Río de Janeiro paseando por Ipanema, Copacabana y Botafogo sin acercarme a visitar el Cristo Redentor. Eso sí, la noche del barrio de Lapa me la conozco mejor que Paquirrín la de Madrid. Hace poco estuve en París y, en lugar de entrar en Notre Damme, recorrer el Louvre de arriba a abajo y comprar un bolso de Louis Vuitton por el día de la Madre, me alojé con una amiga en el ‘banlieue’ de Montgeron, me pateé la ciudad y me introduje en la gastronomía local y colonial. Mi primera noche la terminé en un concierto de rap al lado del canal Saint Martin y a la siguiente hice botellón en los jardines del Louvre. Los viajeros que he conocido poco tienen que ver con esos ‘Españoles por el mundo’ que se marcharon con una beca para hacer surf en Tailandia. Nunca entendí eso de visitar Cuzco o Marrakech y entrar a comer en el McDonald’s.

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