¿Y ahora con quién voy?

Llevo meses mentalizándome de que mi equipo no va a ganar la Liga y que lo que mejor puedo hacer es tomar partido por otro para que al menos no cante el alirón el que usted y yo sabemos. Es una labor constante, que requiere autodisciplina y autocontrol. Y tengo que reconocer que progresaba adecuadamente en ese proceso, como mi hijo Mario en el colegio, hasta que justo cuando ya había conseguido reprogramar mis afectos futbolísticos comienzan a ocurrir una serie de cosas tan extrañas como estas que están pasando en este final de campeonato, que todo es tan raro que a lo mejor incluso acaba ascendiendo el Pontevedra, y eso sí que es una anomalía histórica.

Todo empezó tras la final de la Copa del Rey. Me temí lo peor, porque en el horizonte se dibujaba como en un cómic gótico la posibilidad de un triplete de esos que no se supera ni con manuales de autoayuda ni con un mes de reposo en un balneario.

Mi primera opción fue entregarme a mi entrenador favorito, ese que mea colonia. Así que me fui al Bernabéu con un pase que me dio un infiltrado que tengo en la Casa Blanca a ver el partido de ida de la semifinal de Champions. La cosa ya empezó mal, porque en todos los asientos pusieron una bandera blanca con el escudo del Madrid para hacerla ondear cuando saliese el equipo, y yo allí, disimulando como pude para tirarla a la grada de abajo. Un movimiento hecho con la máxima discreción pero que no pasó desapercibido a un compañero de asiento. Cuando marcó el Madrid ya me dijo directamente y sin rodeos:

-¡Y usted no aplaude, ni grita ni nada! 

Puse una sonrisa como de ciudadano extranjero y le dije casi por señas que era un observador de la UEFA y tenía que ser neutral, pero que les iba a poner buena nota en mi informe. Evidentemente no coló y menos cuando a los pocos minutos sonó el móvil y vio de escorzo que en la pantalla de mi Iphone tenía una foto con la camiseta y la bufanda de cierto equipo que viste de azulgrana.

No tardé mucho en sufrir uno de mis ataques habituales de paranoia cuando empezó a hablar con su compañero de la derecha, y este con el otro, y así sucesivamente. Me dio la impresión por un momento de que todo el estadio cuchicheaba a mis espaldas, y hasta me pareció ver mi foto de frente y de perfil en el videomarcador.

Al final ya saben como acabó la cosa. Fue tras lo de Múnich cuando recordé que de niño había sido del Atlético de Madrid, y honestamente, y sin asomo de ironía, convendrán conmigo en que es justo que gane la Champions 40 años después de aquella cruel final contra el Bayern, la del maldito gol de Swasembeck, o como se pronuncie el nombre del tío ese, y que de paso haga el doblete, ya que para entonces al Barça se le daba por perder fuera y empatar en casa hasta con el Getafe.

Y justo entonces todo el mundo se vuelve loco; el Madrid empata con el Valencia en el Bernabeu (y gracias), el Atleti pierde en casa del Levante, el Madrid vuelve a patinar en Valladolid... Si hasta el Pontevedra ganó 2-0 al Somozas en Pasarón y se puso de líder de Tercera, que esto no hay quien lo entienda. Por un momento pensé incluso que íbamos a ganar Eurovisión, hasta que apareció en acción la mujer barbuda esa de Austria.

Ahora resulta que el Barça puede ganar la Liga, que lo han dicho hasta en el Estudio Estadio, y además en la última jornada, y contra el Atlético, como si de una final nunca vista se tratase. Les confieso que ya renunció a entender nada de lo que pasa a mi alrededor. Ya ni sé de qué equipo soy, ni quién quiero que gané. A lo mejor se lo digo el próximo lunes.

Ya les conté hace siete días mi pasión por los perdedores, por Urtain, por el Barça de antes de Cruyff, el Pontevedra de los 70, 80, 90... En Eurovisión mi mayor fan era Peret, sobre todo cuando en el 73 ya nos avisaba el tío cantando aquello de «...Total estar en Europa, noooo sirve de naaaa», que era todo un visionario. Viendo lo que ahora circula por ahí, como la mujer barbuda esa y tanto voto geopolítico, echo de menos aquellos festivales; los jurados, las orquestas, el maestro Ibarbia, Sergio y Estibalith.., pero sobre todo Peret, siempre Peret!

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