¿Y tú de quién eres?

Los episodios de la vida cultural y artística, en tanto que representación y escenografía social, están llenos de gestos, de actitudes, de caracterizaciones psicológicas como para armar todo un catálogo de raras avis, prologado, eso sí, por la abubilla canosa de Carlos Oroza. Muchos de ellos, vanidad de vanidades, reflejan conductas a la mayor gloria de ombligos felices de su propio nudo. Cuerpos con rostros de buenismo bovino, inflados como globos de feria, vanos y banales, aparentemente inofensivos, pero acaparadores, necesitados siempre de más aire y más eco. Reaccionan afectados como si no fueran acreedores de los méritos y halagos que reciben, pero, en el fondo, no pueden resistir los elogios, les hieren porque nunca tendrán los suficientes. Siempre querrán más impactos. Otros son más primitivos, viles y abyectos. Retorcidos como expectativas salivadas pero inalcanzables, que terminan con el entrecejo grapado de la frustración, producto de incapacidades o pataletas, a veces de auténticas injusticias, y también de envidias y rencores mal digeridos. De ésos que hacen del estanque cristalino un auténtico lodazal en el que desaguar su airada insatisfacción. Los hay, también, de categoría mucho más perversa. Obsesionados en provocar y manipular, generalmente con estrategias causa-efecto para su provecho personal, recabando esfuerzos en nombre de una sacrosanta coherencia. Coherencia sí, de estar siempre, y oportunamente, a la luz de los focos del poder, con los gestos y poses de un funambulista con red. Cargados de razón, o cargados de cargos, apelan desde sus jerarquías al bien común -comúnmente beneficio propio-, y al sentimiento tribal -que tributen los paganos que yo me lleno las manos-, y para conseguir sus objetivos no suelen tener reparos en recurrir al amiguismo sistemático, incluso a los instintos genitales, o al reparto de migajas para bocas necesitadas, agradecidas y silenciadas. En un sector como es el del mundo cultural, repleto de discursos de buenas intenciones universales, maximalistas como si brotaran mutaciones de pseudopolíticos, cualquiera que estuviese a dieta de inocencia sabe que el aceite de la retórica resulta imprescindible para un montarse un buen chiringuito, su particular finca de dictado del gusto. Ya vendrán luego otros elementos que refuercen el proyecto, la endogamia del lobby; compañeros de viaje que se suman, algunos sinceros y sentimentales, otros despistados y suicidas, los más, arribistas y ocasionales. Al fin y al cabo, entre lodos y lobos, individuos todos que hacen masa al instante. Alrededor de todo este entramado y sus tipologías, siempre me ha causado perplejidad la expresión “uno de los nuestros”, aplicable también a cualquier otro sector de la sociedad. Más allá de su connotación mafiosa, formulas la pregunta “¿y tú de quién eres?”, y surge todo un aleph de posibilidades: de la brigada de los gladiadores de sangre y arena en escena; de la oficina de prestación de servicios críticos; de la agencia de la “intelligentsia” postfordista y el intervencionismo administrativo; del “Pink Power” al poder por el trasvase de fluidos “queer” y las nuevas transubstanciaciones del género; de la asociación de los subvencionados mantenidos; de la trinchera estética del GalEuzCa forever; del salón de té de la elite de los estudios multiculturales; del claustro de reorientaciones de carreras a la boloñesa; de la maquinaria mediática de las publicaciones “coolfashiontrendy”; de la ONG de Artistas Plagiadores Sin Recursos; del gabinete recaudador de royalties del monopoly audiovisual; de la comisión de certificados de incorruptos jurados ciegos-sordos-mudos; de la conciencia colectiva de las buenas prácticas y los malos modos... De la ATN (All Together Now). Demasiadas paradojas gremialistas para convivir entre tanto individualismo proclamado con graznidos de pavos reales. Y más difícil todavía para el iconoclasta siempre sospechoso, para el francotirador que dispara, casi por principio de inercia, a todo lo que se mueve. Pero... es que hay que ver cómo se mueven las cosas, y sobre todo algunos personajes. ¿Cómo sobrevivir entonces entre tantas pasiones y tensiones? A veces sucede, y desde algún teléfono de número oculto una voz grave te susurra: “tu libertad de pensamientos y movimientos a cambio de tu más absoluta discreción e incondicionalidad.” Claro que la pesadilla puede ser todavía peor cuando no suena un politono, sino el serrucho de la autocensura interior. #

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