Y yo te buscaré en Groenlandia

Se cumplen estos meses cien años de la muerte de Celso García de la Riega y de la publicación de su último libro. García de la Riega fue el historiador que dijo que Colón era de Poio. Todos los que creemos en su teoría somos colonianos, lo que nos distingue de los que creen erróneamente que Colón era de Génova, que se llaman colombinos. 
Pues los colonianos tenemos un Amado Líder, como el pueblo norcoreano. Hace cosa de un año me llamó para preguntarme dónde estaba enterrado García de la Riega, para llevar unas flores, pues siendo yo coloniano y admirador de Don Celso debería saberlo, me dijo. Yo le contesté que no tenía ni la menor idea, pues también soy admirador de Gandhi, de George Harrison, de Mandela, de Pancho Villa, del Che Guevara, de Cuauhtémoc y de Torrebruno, que en paz descansen, y tampoco sé dónde están enterrados. Por no saber, añadí, ni siquiera sabría decir dónde están las tumbas de mis abuelos. 
Entonces nuestro Líder Supremo, mirando al cielo, al punto exacto donde calcula que está el alma inmortal del ilustre historiador, le hizo una solemne promesa: “Y yo te buscaré en Groenlandia, en Perú, en el Tíbet, en Japón, en la isla de Pascua”. Se creó entonces una comisión que habría de encargarse del asunto y comenzó un periplo en el que nos embarcamos para resolver el misterio que mantenía en vilo a toda Pontevedra. Cruzando amplios mares, escalando altas montañas, descendiendo los glaciares. A través de los desiertos, las junglas y los bosques. Recorrimos más kilómetros que Willy Fogg, pero no había manera. Que si podría estar en Madrid, que si acaso en un pueblo de no sé qué provincia donde se oyó decir que el investigador tenía una finca; que si puede que en Cuba, pues allí había estado destinado durante unos años. Pero nada. 
Pasados unos meses, al borde de la desesperanza, aunque dando muestras de una determinación irreductible, me dijo un día nuestro Gran Timonel: “Cota, no hay manera, pero jamás me rendiré”. Volvió a mirar al infinito y renovó los votos: “Y yo te buscaré en las selvas de Borneo, en los cráteres de Marte, en los anillos de Saturno. Atravesaré el mundo y volando llegaré hasta el espacio exterior”. 
Cumplió fielmente su promesa, pero sin obtener los resultados deseados. Seis meses más y García de la Riega no estaba enterrado en Groenlandia, ni en Perú, ni en el Tíbet ni en la isla de Pascua, ni en las selvas de Borneo ni en los cráteres de Marte. Tampoco, contra todo pronóstico, en los anillos de Saturno. Así recorrimos los cementerios de todo el universo conocido y hasta del desconocido, pues descubrimos por el camino siete nuevas galaxias y tres civilizaciones inteligentes, pero los restos del inmortal investigador no aparecían. Llegamos a creer los colonianos que Don Celso en realidad seguía vivo, dedicado a escapar de nuestro Gran Dirigente
A punto de tirar la toalla tras un año de búsqueda infructuosa, realizamos un último esfuerzo. Extenuados, encontramos al fin la tumba de García de la Riega en el último lugar donde a nadie se le hubiera ocurrido buscar la tumba de García de la Riega: en el panteón de la familia García de la Riega, aquí mismo en San Mauro, donde reposan los restos de todos los García de la Riega que han venido falleciendo desde que Sesmero diseñó el cementerio. ¿Cómo íbamos a imaginarlo? 
Aprendimos así, sorprendidos, el principio de la Navaja de Okham, formulado por un fraile (Okham) hace unos setecientos años y que viene diciendo que la explicación más sencilla suele ser la correcta. 
La noticia saltó a la prensa, donde fue publicada a diecinueve mil columnas, por lo menos. Y nos vino bien, pues los colonianos tenemos la norma de generar un titular cada dos días. Hasta nos hemos montado una churrería de titulares, donde fabricamos titulares como churros. Contamos con otra comisión que se encarga de discurrir noticias y para ese día no teníamos ninguna todavía. 
Ahora nos hemos propuesto un reto todavía más difícil, si cabe: descubrir el color del caballo blanco de Santiago. Así, a ojo, calculo que como poco nos llevará otro año. Hay tantos colores posibles que no sabemos por dónde empezar. De momento hemos descartado el blanco.

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