''Ya de niños jugábamos al fútbol los de izquierdas contra los de derechas''

Apareció con camisa roja hace dos años en una finca de Sanxenxo a propósito del centenario de Lolita Álvarez Gallego, hija de Gerardo Álvarez Limeses, sobrina del fusilado Darío Álvarez Limeses y hermana de Amalia Álvarez Gallego, viuda de Alexandre Bóveda. Prima de él, de Celso García de la Riega, que entonces tenía 94 años: su figura se distinguía hablando con José Ángel Fernández Arruty, hijo de Bibiano Osorio-Tafall, último alcalde republicano de Pontevedra y comisario general de los Ejércitos de la República. Rechazó una entrevista: “Yo tengo todo muy dicho y no quiero ser pesado”. Sufrió un accidente cerebral hace seis meses. Hoy vive en casa de uno de sus hijos y dedica el tiempo a repasar lecturas y llevar la mano de un lado a otro de las fotografías de otro tiempo, señalando aquí y allá el pasado que le contempla. Acaba de ser promovido para el premio Ciudad de Pontevedra, “pero no sé por qué, porque yo no tengo mérito, ¿qué he hecho?”, se pregunta. Esta entrevista deja atrás su voz lenta y firme que obliga a buscar “exactitud y rotundidad” en las palabras, como él mismo dice. Se despide en la puerta, alto y recto como una columna, y alarga una mano vigorosa que estrecha sin miramientos; como para andarse con chiquitas a ciertas edades.

¿Quiénes son éstos?

­—Éste que está a la izquierda es Marracci, un abogado canario que vino con Borobó de la Universidad Internacional de Verano de Santander para alistarse. Y aquí está Borobó, y éste soy yo. Estamos en Villanueva de la Cañada.

Celso García de la Riega (Pontevedra, 1915) enseña una foto en la que asoma una treintena de combatientes, muchos de ellos casi niños, miembros de la infantería de la XI Brigada Internacional del general Kleber; ahí están sus sonrisas y su juventud descarada, sus uniformes y su camaradería, posando para la muerte. Horas después la Legión Cóndor de la aviación nazi se llevó por delante a varios de ellos, entre ellos Marracci. Lo encontraron debajo de un camión en la carretera general. Borobó, Raimundo García Domínguez, el escritor y periodista gallego compañero de fatigas en la guerra de García de la Riega durante la guerra, creyó que era Celso.

¿Cuántos años tenía?

19.

Lo tuvo claro.

­Yo tenía una ascendencia republicana. Estaba estudiando Hacienda en una residencia de huérfanos en la que el director era socialista. Al alistarme me pasó una cosa muy curiosa. Estaba en los antiguos ministerios de la Castellana. Solo, porque no conocía a nadie. Entonces llegó mi turno y me cogieron el nombre. “¡Cómo se llama!”, me gritó uno escribiendo a máquina. “¡Celso García de la Riega!”, contesté. ¡Y el tío pegó un bote tremendo! “¡Celso!”, y se me echó a los brazos. Era de Pontevedra; luego sería capitán: Marcelo Martín Gallego. Ese batallón se llamaba Félix Barzana, en homenaje a un maestro fusilado en Asturias. Salieron de allí muchos mandos de artillería. Fue donde conocí a Alejandro Casona, el autor teatral. Hicimos la instrucción en la Castellana, ya bombardeados. Decíamos: “¡Que vienen las pavas!”, por los aviones alemanes.

“Nuestro batallón era, en principio, intelectualmente, aunque todavía no lo fuese militarmente, de élite. Lo constituían catedráticos de universidad y de instituto, inspectores de primera enseñanza, profesores, maestros y bedeles. En poco tiempo ocuparon su mando dos o tres profesores comunistas con relativa veteranía como combatientes, dado que la guerra apenas contaba un trimestre”, escribió Borobó en El País en la muerte del capitán Sanchís Guarner, en 1982.

¿Por dónde le vino la conciencia política?

­Por la familia. Por mi tío Darío Álvarez Limeses, el médico y periodista. Era galleguista y republicano, como sus hijos, mis primos. Como su hermano Gerardo, padre de Amalia, la mujer de Alexandre Bóveda. Compartíamos los veranos en Baión. Entre primos, cuñados, éramos, ¡yo qué sé! Bóveda iba a ver a mi prima de novios en Baión. Me preguntabas por la política. La familia. La familia era de izquierdas; casi toda ella.

Su padre, Celso García de la Riega, estuvo muy unido a sus cuñados, los Álvarez Limeses.

­Mucho. Ten en cuenta que yo tuve dos madres, las dos hermanas.

¿Cómo fue eso?

­De la primera, María Álvarez Limeses, tengo un recuerdo muy vago. El caso es que se murió muy pronto. Y mi padre se casó con su cuñada, Carmen Álvarez Limeses.

¿Se vio con naturalidad?

­Desde luego. Mis tíos querían mucho a mi padre, la relación era fantástica, y Carmen, mi segunda madre, se había quedado viuda de su primer marido, José Buela. Mi padre ya había tenido tres hijos con su hermana María, y ella otros tres con Buela. Así que entre ellos no tuvieron ninguno más. ¡Hubiera sido un lío enorme!

Y usted ganó tres hermanos.

­Los consideré siempre así, aunque realmente fueran primos. Un día en el instituto estaba enfermo Emilio Buela, y yo le advertí al profesor que mi hermano estaba enfermo: “Hoy no puede venir que está malo”. ¿Y cómo se llama tu hermano? “Emilio Buela Álvarez”, le dije. “¡Pero qué hermano es ése!”, me contestó.

Fue una infancia feliz.

­Viví mi infancia aquí por completo. Siempre nos reuníamos en Baión la familia, los Álvarez Limeses, mi padre, Bóveda. En un pazo, una casona que tenía mi padre. Era muy difícil sostener esa tierra enorme. En esa finca cazábamos mi hermano y yo con los hijos de Darío Alvarez Limeses. Cazábamos de furtivos en el Monte Castrove; perdices. Ya mi padre era cazador. Por deporte, por afición. Nosotros seguimos la tradición. En el Movimiento se incautaron de cinco escopetas. La casa se llamaba El Valado.

Allí murió su padre.

­Ya teníamos otra casa, más cerca de la carretera. Mi padre se murió muy joven, en el 33. Era oficial de Hacienda. Tenía 52 años. No supimos qué le pasaba, sólo mi madre lo supo. Tenía una lesión en el corazón. Eso ya digo que lo supimos después.

Sin embargo ustedes son muy longevos.

­Bueno, mi hermana Mercedes vive y tiene 93 años. Pero mi hermana María se murió a los tres,  enferma, no sé si gripe. Fue en Baión.

Baión era…

­Baión era un paraíso auténticamente. Todas las familias Álvarez, de Darío, de Gerardo, hicieron una casita para pasar las temporadas allí a instancias de mi padre, porque mi padre estaba muy unido a sus cuñados, muchísimo. Y mi padre inició su vida de relax. Aún hace dos días fuimos a Baión Emilio Álvarez Rey y yo, el hijo de mi primo Emilio Álvarez Gallego. Lo había heredado mi padre de mi abuelo.

Su abuelo fue Celso García de la Riega, un diputado liberal, erudito e historiador famoso por sus estudios sobre el origen de Cristóbal Colón, que lo sitúa en Galicia. Los García de la Riega fueron una familia vinculada a la burguesía; progresistas casi todos, intelectuales y republicanos. Ellos, y sobre todo los Álvarez Limeses y sus descendientes, fueron represaliados en la posguerra.

¿Llegó a conocer a su abuelo?

­No. Yo nací en el 15 y el murió un año antes.

¿Y cuándo se enteró de que habían fusilado a su tío Darío y a Bóveda?

­Por Bibiano Osorio-Tafall. Yo conocí a Bibiano a los 15 años cuando era mi profesor de Física en el instituto de Pontevedra. Fue después alcalde de la ciudad, y en la guerra tuvo un gran cargo, comisario general de los Ejércitos de la República; acabaría siendo después de la guerra subsecretario de Naciones Unidas. Un día de descanso en Madrid, en plena guerra, aprovechamos Borobó y yo para ir a verlo para que arreglase la situación política de mi amigo, que estaba en las juventudes de Izquierda Republicana, el mismo partido que Tafall. Él se llevó una sorpresa tremenda al verme llegar, claro. Fue él el que me dijo que un año antes habían fusilado a mi tío Darío y a Bóveda. Yo no tuve contacto con nadie de mi familia hasta que nos encarcelaron. El contacto con Tafall sirvió a muchos después de la guerra para acusarme de ser su secretario; era falso.

Hasta este verano, Celso García de la Riega vivía solo en el piso que compartió con su mujer, Merche Bellver, en la calle Eduardo Pondal. Pero un microinfarto cerebral le obligó a plegarse a los deseos de sus hijos, y en la actualidad vive con uno de ellos en Doctor Fleming, un piso por el que se cuela de mañana el sol de febrero, y en donde el anciano convive con un bulldog que duerme tirado al sol y roncando de placer, y un gato que de vez en cuando se le acerca a frotarse en el lomo.

¿Se llevan bien?

­Maravillosamente. Duermen juntos.

¿Cuál fue su primera acción de guerra?

­Estaba en Infantería, en Usera.

¿Qué tuvo que hacer?

­En el barrio de Usera teníamos a 50 metros una posición franquista. Teníamos que tomarla. Aún tengo por ahí un mechero de los que encendían las bombas, porque  había que prender la mecha, y cuando llegaba al dedo el contacto, lanzarla. Ahora con la mudanza no sé dónde andará. El caso es que esa noche íbamos a intervenir Borobó y yo en un golpe de mano. Nos vinieron a buscar a nosotros y a otros varios para llevarnos a la Artillería de la XI Brigada Internacional del general Kleber, pero cuando apareció el camión que nos debía trasladar a la Brigada, no nos llevó. Esa madrugada se dio el golpe de mano y falleció casi todo el batallón; casi todo desapareció. Una casualidad de las muchas que tuvimos. En Brunete, y otras.

“Las brigadas se quedaron a defender Madrid y yo con ellas. Recuerdo que en febrero del 37 me ascendieron a sargento y lo pasamos mal en el frente que por Majadahonda y Las Rozas trataba de defender la capital; acabamos en El Pardo, donde se consolidó nuestra posición, pero lo peor fue aquel día en que quedamos cinco hombres con tres cañones frente al fuego enemigo: las pasé regular”, le contó hace años al escritor Arturo Ruibal. En Brunete estuvo a las órdenes del general Rojo.

Disparó, tiró bombas.

­De todo. Pero bueno…

Era la guerra.

­Era la guerra, sí. Tuvimos suerte, y siempre hablo en plural por Borobó. Las únicas líneas que escribí de la guerra fueron por él, y fueron ésas [señala un libro, Homenaxe a Borobó, Ediciós do Castro, 2003]. Siempre he estado con él, y hasta el final mantuvimos una amistad muy íntima. Cuando nos hicieron prisioneros, nos juzgaron a los dos con otros treinta prisioneros. De esos treinta compañeros cayeron más de la mitad fusilados.

¿Cómo los detienen?

­Al final de la guerra yo tenía un puesto de mando en Valencia, comisario de guerra en Intendencia, y Borobó también tenía su puesto en otra unidad. Cuando estaba acabando fuimos nombrados para Artillería de nuevo. ¡Terminando la guerra!, ¡faltaban solamente unos días! Pero nosotros obedecimos y nos fuimos a Madrid en un coche que tenía yo a mi servicio. A medida que llegábamos nos íbamos encontrando una desbandada general, porque ya estaban entrando las fuerzas franquistas.

Ustedes como el del chiste, en dirección contraria.

¡Claro! Recuerdo que hubo un control con unos guardias que nos decían: “¡A dónde váis a Madrid!”. Pero estábamos destinados oficialmente en Madrid. Quedamos Borobó y yo tres días allí, ayudados por una familia que conocíamos, medio chispas, hasta que nos detuvieron.

¿Borrachos?

­Bueno, achispados.

¿Llevaban uniforme?

­Nos cambiábamos de atuendo. Andábamos por la calle sin rumbo. Íbamos gritando “¡Viva Don Juan!”, y nos paraban a preguntar: “Qué don Juan, ¿de Borbón?”. “No, ¡el Tenorio!”. Vimos a algunos paisanos nuestros que nos conocían. Estábamos esperando realmente a que nos detuviesen. No podíamos salir, no podíamos movernos. Y yo tampoco quería, además.

Podían enfrentarse a la muerte.

­Yo tuve un cargo importante. Actualmente tengo una pensión militar [enseña el carné de la República: Ex combatiente de las Fuerzas Españolas]. Fuimos reconocidos en 1987.

¿Qué ocurrió después?

­Que tuvimos otro golpe de suerte. Nos detuvieron y nos llevaron a una concentración de prisioneros en Carabanchel. Y allí ya hicimos contacto con las familias. Éramos miles de prisioneros hacinados. Hasta que nos mandaron por remesas a destinos diferentes, y a Borobó y a mí nos enviaron a Alcalá de Henares. Y ahí digo: “Raimundo, coño, en Alcalá de Henares está este pariente mío”. En efecto, nos juzgó un pariente que era capitán auditor, de Pontevedra. Así que se movió mi familia en la ciudad.

¿Qué pasó en el juicio?

­Que fue una coña. En vez de acusarnos, nos defendían. “¿No estuvo usted nunca en el frente?”. “No”. “¿Verdad que usted no fue voluntario a la guerra?”. “No, fuimos movilizados”. ¡Eran nuestros defensores!

¿Recuerda su nombre?

­—Sí, pero, tanto tiene… -se encoge de hombros.

En el libro Homenaxe a Borobó habla sobre esta circunstancia Xabier Baltar Toxo. El juez era el señor Artime, pariente del padronés Estanislao Pérez Artime, conocido como Tanis de la Riva, que fue presidente de la Deputación de A Coruña en los años 30 y amigo íntimo de Valle Inclán. “Parece que o Sr. Artime retrasa o asunto para que pase a data do 20 de novembro, aniversario do fusilamento de José Antonio, esperando que baixaran os ánimos exaltados e de represalia dos vencedores. En decembro é o Consello de Guerra, e o Sr. Artime presenta a instrucción do caso de xeito que a causa queda sobreseída, é dicir libres e sen cargos”, escribe Baltar. Cuando acabó la guerra, De la Riega supo que uno de sus hermanos había luchado en el bando contrario.

Pero no llegó la paz, sino la victoria.

­Yo me vine a Pontevedra… ¡y tuve que hacer el servicio militar! Dos años y pico. Fue humillante. Para mí, peor que la guerra y la cárcel juntas. Hubo una persecución tremenda. Estuve sin permisos y perseguido por cierta oficialidad de ahí, de Campolongo. Una coña.

¿Qué le hicieron, por ejemplo?

­¡Pues me acusaron de robo!  A causa de esas familias que tenías en Pontevedra había quien te ayudaba, y dentro del cuartel te pasaba lo mismo. Había un capitán que me protegía. Estaba enterado de mi situación y dijo: “A Celso lo voy a tener conmigo de ayudante”. Le había tocado en intendencia un mes y me llevó para llevar cuentas y papeleos. Y cuando yo estaba allí me acusaron de robo. Un día unos oficiales vieron que eludía saludarlos, y dijeron que llevaba una bolsa debajo del capote y que después me escondí. Pero, mira, a mí me parece que te estoy dando la lata.

¿A mí?

­Sí, ¿verdad?

Yo soy periodista y vengo aquí a que me dé usted toda la lata que pueda.

­Bueno, me metieron ya en el calabozo diciendo que se me acusaba de robo. “A usted le vieron de noche llevando esto debajo del capote”. “No, ¿a qué hora?”. “A esta hora”. “Mire, yo ese domingo estaba en el cine Coliseo con un amigo y con dos chicas”. “¿Seguro, Celso?”. “Sí, le digo el lugar, la hora, la compañía y los testigos”. Porque yo staba con un amigo mío íntimo que me ayudó mucho en la posguerra, que era Celso Varela. Llamó a las oficiales, los cuadró y les dijo: “Ustedes han mentido y éste no es el artillero al que acusan de robo”. Les explicó mi coartada. Y te digo que no sé si fue peor, porque lo que siguió a eso fue que hubo más persecución.

Ya se había acabado Baión.

­¡Ah, aquello! Fue terrible. Se acabó todo, todo. La mayor represión fue en ese año y pico que estuve en la cárcel. Se ensañaron. Con los Álvarez, todos. No les dejaron trabajar, los degradaron. Mataron a Darío, a Bóveda. Lo destrozaron todo.

¿Su mujer era la chica que había ido al cine con usted cuando le acusaron de robo?

­No, la conocí en el fútbol. Ella y su pandilla eran asiduas. Iba con sus amigas a Pasarón. Yo también iba; estuve muy metido en el fútbol y jugué mucho. También haciendo el servicio militar jugaba en los campeonatos que se organizaban.

¿En qué posición?

­De mediocentro.

Era de toque y clase, o más físico, de los defensivos.

­Bueno, por mi estatura iba muy bien por alto. Yo era de todo, repartía el juego. Jugué en el campeonato de los modestos de Pontevedra, con el equipo de Artillería. Y jugué en la guerra la final del Ejército del centro; teníamos un equipo en nuestra unidad. Perdimos 2-1 contra Transportes; tenían jugadores del Atlético de Madrid, y claro.

Me decía que vio a su mujer por primera vez en el fútbol.

Fue en un partido contra el Sabadell. Yo me acerqué al campo. Había unos bancos de madera en Pasarón, muy largos, estamos hablando de los años 40 y tantos, y estaban unas chicas de las que que yo conocía a algunas, porque mi hermano hablaba con ellas. “¿Me dejáis un sitio para sentarme?”, les pregunté. Me hicieron un sitio y yo no sabía que me estaba sentando al lado de mi futura esposa. Luego la encontré alguna vez en Cambados. El padre de ella era magistrado de la Audiencia de Pontevedra. La conocí, sí, y nos encontrábamos por casualidad hasta que empezamos a salir. Nos llevábamos quince años. Yo tenía 30 y ella 15. Pero ella tenía una personalidad, una personalidad… ¡Bueno, qué te voy a decir! Falleció hace seis años, allí, en el piso de Eduardo Pondal. Tuvo una enfermedad, pero bueno, qué te voy a contar.

Celso García de la Riega y Mercedes Bellver tuvieron tres hijos: Guillermo, Celso y José Ángel ‘Coté’. “Nuestro noviazgo fue una sensación en la ciudad. Pero todo fue bien. Las relaciones fueron consentidas por la familia de ella. ¡Yo era el rojo de Pontevedra! Y a ella le decían las beatas: ‘Ése es un rojo, ¿cómo hablas con él?’. Y pasaba de ellas, pasaba de todos. Era una mujer encantadora”.

¿Se puso a trabajar?

Yo lo había intentado y lo conseguí por recomendaciones familiares, pero me echaron de la Diputación y del Ayuntamiento. Un año vino Franco a Pontevedra. Hubo una redada de prevención y nos metieron en la cárcel a 18. Fue una coña. Franco estuvo tres horas en la ciudad y nosotros echamos diez días en la cárcel. Había de todo: obreros, empresarios… Y entre ellos estaba Ramón Valenzuela, de los Valenzuela de aquí. Yo le dije que no podía estudiar, que no podía trabajar. Y él me dijo: “Tú, Celso, ¿sabes escribir a máquina?”. “Sí”. “Pues aquí se va a inaugurar la sucursal de una empresa y yo voy a ir de apoderado y no sé qué. Y el gerente va a ser un primo mío. Yo hablo con él”. En efecto, se inauguró y después de la cárcel me fui a trabajar.

¿Le dejaron?

¡Se metió Falange allí diciendo que no podía! Que antes tenían derecho los franquistas. Pero yo llevaba un cierto tiempo y los jefes estaban contentos con mi trabajo. “Ni hablar”, dijeron. “Se le nombra apoderado y así no se meten más con él”. Y así fue.

Puede decirse que Franco le dio trabajo.

Huy, Franco me dio mucho trabajo. ¡Y guerra!

Fue directivo en el Pontevedra del Hai que Roelo.

Después, sí, seis años. Pude tener una agencia de viajes; una de las primeras de Galicia: Linamar. Yo era el director.

¿Viajó mucho?

Bueno, estuve en Moscú, Leningrado. Buenos Aires. Todo esto después de las privaciones, después de la dictadura.

Y la Transición.

Fue condicionada. No sé si estás enterado o tienes una idea sobre esto. Yo pienso que la Transición fue una cesión de derechos políticos. Fue condicionada por la derecha. ¡Aún existe hoy Fraga! No sé qué piensas tú de todo esto. La victoria del PSOE en el 82 fue como si hubiésemos ganado la guerra. ¡Para mí, claro!

Usted no fue muy activo políticamente.

No quise intervenir nunca. Me afilié en 1936 en el PSOE. En Galicia debo de ser de los militantes  más antiguos [es el militante número uno ya desde el año 2002, cuando lo entrevistó el PSdeG y contó un encuentro con Castelao y Bóveda: “Na miña época de estudante un día estaba repartindo folletos duns bailes que organizabamos e atopeime con eles, e dinlles un. Bóveda contestoume: ‘Pero Celso, ti que fas?’]. Llegué a ir en una lista con Cuña Novás y Chalo [Gonzalo Adrio], pero para acompañar.

¿Dónde vivió con su mujer?

Estuvimos en Monforte cinco años. Fue allí a donde me fui después de casarme. Hicimos grandes amistades. Seguí pescando, porque yo fui un gran pescador desde niño. Cazador y pescador. Soy muy aficionado y veo mucho Caza y Pesca por la tele. Y pescador lo fui hasta muy poco, hasta que me vi imposibilitado. Tenía que tener mucha precaución para pescar en el río.

De repente se para, incómodo. “¿Sabes qué pasa? Hablo mal. Tuve un percance cerebral, ya sabes. Y eso con 95 años… ¡Me fastidia no poder hablar mejor! A veces pienso que podría decir las cosas de otra manera. Me dificulta exponer las cosas”.

A los que les he contado que le iba a entrevistar me dijeron que andaba imponente por la calle, como si tuviese treinta años menos.

Yo estuve solo hasta hace poco, pero porque quería, coño. Ahora vivo con mi hijo, y mi nuera, que es encantadora, y mi nieta, que ahí la tienes en las fotografías. Y vivo con ellos, y con mis recuerdos, y mi posibilidad de defenderme andando, y con la cabeza bien. Leo mucho.

A ciertas edades casi todo es pasado.

Sí lo es, pero los recuerdos son felices. Yo tuve mucha suerte. Fui a la guerra voluntario porque quería estar allí. No me vine aquí porque no quería, quizás podría haberlo hecho. Fue un infierno para mí.  Y fue entrañable por la situación que había, familiar incluso, y tomar parte de la defensa de todo esto. La vida continúa, pero esta dificultad que tengo yo para hablar…

Llevamos hora y media de conversación, casi toda suya.

¡No me digas! Con la Universidad de Santiago hablé casi dos horas, pero hace año y pico no había tenido el percance cerebral, y lo llevé mejor.

¿Le asusta la muerte?

Noooo. Yo me vacuné en la guerra. Me acomodé a todo. Y sigo intentando sobrevivir con alegría. El fallecimiento de mi mujer fue muy penoso para mí. Pero tengo unos hijos y unas nueras, y dos nietas. Y voy llevando la vida. Fastidiado por esta coña, porque me da la impresión de que no me puedo explicar del todo bien.

Bus, el perro, se despierta y se tumba panza arriba. Ha pasado la mañana. De la Riega ya está sentado en su sillón preferido después de esperar media hora a que el fotógrafo acabase su trabajo. “Espero salir bien”, exclama. Luego se dirige al periodista: “Recuerdo bien el pasado; no me hacen falta papeles. Me puedo olvidar de algún nombre reciente, o de algo en concreto, pero lo de atrás lo recuerdo todo muy bien”.

“Antes de la guerra, cuando éramos unos niños, se nos conocía como los del pilón. Por el pilón que está en Las Palmeras, frente al Blanco y Negro. Todos éramos vecinos. Los Landín, los Fonseca…, y estaba nuestro cabecilla, un poco mayor. Con éste coincidí en la guerra. Fue una persona impresionante; un personaje tremendo. Daniel Álvarez Quintas, ‘Bolche’, comandante del Batallón Especial de Choque de la División Líster”.

¿Bolche?

Le llamábamos Bolche ya de niños; por bolchevique. Se exilió. Estuvo luego en la Resistencia francesa, vivió en Francia y hasta que murió Franco no volvió. Éramos los de la pandilla del pilón. Jugábamos al fútbol, estábamos en la Gimnástica de Pontevedra. Y ya teníamos partidos los niños de izquierdas contra los de derechas. ¡De niños! No sabíamos exactamente lo que era, pero se conoce que había una influencia familiar.

Entiendo.

Ese Bolche fue un personaje. Murió hace poco. Pertenecía a la División Líster y estuvo en la batalla del Ebro. Él luchó en otro frente distinto al mío, en una unidad diferente. Bolche era maestro. Había tocado en la Banda de Música de Pontevedra. Además fue un jugador de fútbol impresionante. Nos encontramos en plena guerra y fuimos al Centro Gallego de Madrid. Yo le pregunté por la batalla del Ebro y él me contestó: “¿Tú te acuerdas de cuando íbamos a robar fruta? ¡Pues era como cuando íbamos a robarle la fruta a Baltasar, escondidos todos allí, detrás de los árboles!”.

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