La cocina del Bar Umia ha sido su hogar en los últimos 50 años y ahora toca decir adiós. María del Carmen Souto, tras medio siglo trabajando en este reconocido establecimiento de hostelería marinense, famoso por sus calamares, colgará el delantal en los próximos días. El local cerrará por vacaciones durante el mes de octubre y volverá a abrir, por primera vez desde 1973, sin contar con la mujer que ha estado al frente de los fogones casi desde la apertura del negocio.
Mari -como la llama todo el mundo- tenía 15 años cuando la antigua cocinera del Bar Umia, que había sido inaugurado tan solo tres años antes, decidió dejar su puesto. La madre de Souto, que en ese momento trabajaba como lechera, propuso a su hija para sustituirla: "Yo no quería estudiar, tampoco quería trabajar en el campo, así que me encantó la idea", cuenta la mujer, que asegura que "siempre fui muy habladora, me encanta estar cara al público".
Cuando la joven, natural de Santomé de Piñeiro, empezó a trabajar, el establecimiento estaba regentado por el que fue el primer dueño del Umia, Feliciano Rodiño -padre del actual encargado, Eduardo-. Fue él quien enseñó a Mari a desenvolverse ante los fogones, ya que, según explica, "yo no tenía ni idea de cocinar, empecé desde cero". Es por ello que Souto solo puede hablar con cariño de Feliciano, que falleció en 2014: "Ha sido mi maestro e incluso diría que lo llegué a considerar un padre; para mí es mi jefe, él y su mujer, Rosa, son los jefes que yo he tenido".

De sus inicios en el bar recuerda que "me asustaba mucho por todo, los pulpos me daban un miedo terrible". Mari tampoco se olvida de aquel verano en el que su madre le cubría el turno de los lunes por la mañana para que ella pudiera disfrutar de las fiestas estivales, ni de los precios de aquellos años: "Se me quedó grabado que un bocata de calamares valía 12 pesetas". "Todo era muy diferente entonces. En la cocina, que era más pequeña, solo estaba yo; Feliciano siempre me decía que de aquella esquinita salía el dinero", recuerda la mujer.
Al echar la vista atrás, Mari recuerda que "han sido muchas toneladas de calamar a limpiar" y admite que tantos años de trabajo le hicieron perderse muchas otras cosas, ya que "el sector de la hostelería es muy esclavo". "Pero no me arrepiento, a pesar del esfuerzo siempre he estado muy a gusto en la cocina", asegura.
Souto sabe que echará de menos su rutina de las últimas cinco décadas, pero asegura que "me di cuenta de que necesitaba un cambio, tengo 65 años y sé que he llegado a mi meta, es hora de colgar el delantal". Es por ello que, a diferencia de otras personas, no le asusta su nueva vida como jubilada, puesto que "ya tengo muchos planes y proyectos". La mujer dejará la cocina, pero se dedicará a "descansar, ir al gimnasio, viajar, salir a caminar o bailar; hace años que no voy a bailar y es algo que me apasiona", cuenta.

En cuanto a la cocina del Umia, sabe que quedará en buenas manos porque considera que "las personas que se quedan están preparadas". Por ello, aunque sabe que después de tantos años se ha convertido en un pilar fundamental del negocio, no duda de que "seguirá funcionando igual de bien que siempre".
Mari se va del bar "feliz y muy satisfecha". "Mucha gente que sabe que me voy a jubilar me para por la calle, de los turistas ya me despedí durante el verano, me dicen que soy un icono del Umia", cuenta la todavía cocinera, segura de que "de esta etapa me llevo el aprecio de muchos de los clientes, y eso para mí es como haber ganado una Estrella Michelín".