Anna Sidorova es una de las muchas madres que, junto a sus hijos, tuvieron que dar la espalda a su país por culpa de una guerra que desde hace más de un mes está azotando a Ucrania y partir hacia otros puntos de Europa en busca de una oportunidad para rehacer su vida, ahora totalmente inexistente. Sus recuerdos y sus vivencias son ahora escombros.
La incertidumbre de qué pasará con su futuro está presente más que nunca en su cabeza, irrumpiendo de la misma forma que lo hizo la guerra.
A primera hora de la tarde de este martes llegaba al párking del Colegio San Narciso de Marín un autobús en el que viajaban 20 refugiados ucranianos, principalmente madres e hijos, en busca de una nueva vida. Y es que la gran mayoría no podrán recuperar la que tenían antes. Precisamente Anna, de 31 años, acompañada de sus dos hijos -de 12 y tres años- lo perdió absolutamente todo.
Sus últimos días en Ucrania fueron dignos de una película bélica. Anna, una joven vendedora de tickets de tren, jamás pensó que viviría algo así. Tras huir de Kiev, ella y su familia se refugiaron en una casa en Borodyanka, una población ubicada a pocos kilómetros de la capital del país. Allí, sin saberlo, les esperaba el horror.
Pasaron pocos días hasta que empezaron a disparar a civiles, incluso a los niños. Muchos murieron en las calles
"Había muchos aviones rusos sobrevolando la ciudad a muy poca altura, a unos 300 metros. Lo hacía para que los ucranianos no pudiesen disparar", cuenta Anna Sidorova, que a pesar de haber viajado sola en un primer momento con sus hijos, el lunes por la noche se reecontró con sus hermanas en Madrid. "Llegaron más tarde porque estaban refugiadas en el sótano. Por fin pudieron escaparse y salir", relata.
El momento en el que decidieron huir de su país coincidió con el ataque ruso a los civiles, algo que en un primer momento "no creían que fuese a pasar". Por ese motivo permanecían en las casas, esperando que todo pasase. "Pasaron pocos días hasta que empezaron a disparar a los coches, incluso en los que ponía que había niños. Disparaban a todo el mundo, incluso a niños, que murieron en las calles", recuerda.
Fue su marido el que la convenció de que tenían que marcharse de allí "urgentemente" con los niños. Por poco no lo consiguen. "Unos días después de abandonar Borodyanka bombardearon la casa en la que estábamos. Eso arrasó con todo. Nos quedamos sin nada".
El marido de Anna, que desde el comienzo de la guerra ayudó a evacuar a la gente, sobre todo a ancianos, continúa en Ucrania. "Ya se verá que pasa en un futuro, porque mi marido sigue allí. Ahora solo quiero aprender español, encontrar trabajo y que mis hijos vayan al colegio", manifiesta Anna, que en un primer momento se encontraba en Madrid, pero no dudó en viajar hasta Marín cuando supo de la iniciativa del San Narciso.
De hecho, Oksana Mandzyak, una ucraniana de Leópolis que lleva viviendo en España 20 años, y que está ejerciendo como traductora, cuenta que fueron muchas las personas que se interesaron por una plaza en el CPR San Narciso. "Además, la gente que está aquí ya desde la semana pasada me cuenta que la adaptación está siendo buenísima", cuenta.
El centro educativo marinense ofrece un programa que contempla la acogida de unas 20 personas a las que se les ofrecen diferentes servicios como alojamiento, manutención, uniforme escolar, asignación mensual, educación, actividades extraescolares para los niños y clases de español para todos los miembros de la familia.